Yo reivindico a Miguel de la Quadra-Salcedo
Más que un mero homenaje, este artículo es un manifiesto; una declaración de principios. Y con él pretendo unirme a los miles de muestras de afecto, admiración y gratitud hacia Miguel. No conocí ni al atleta ni al reportero, pero sí a la persona que me abrió las primeras puertas al mundo.
Miguel de la Quadra-Salcedo y Eli Dimitry Zetrenne. Foto: José Luis Cuesta.
Más que un mero homenaje, este artículo es un manifiesto; una declaración de principios. Y con él pretendo unirme a los miles de muestras de afecto, admiración y gratitud hacia Miguel. No conocí ni al atleta ni al reportero, pero sí a la persona que me abrió las primeras puertas al mundo.
Son muchos, aunque a la vez pocos, los momentos, las conversaciones y las miradas cómplices que he podido compartir con Miguel; especialmente en el año 2006, cuando yo era expedicionario de la Ruta Quetzal. Y si de algo me siento especialmente satisfecho es de haberle expresado mi profunda gratitud cada vez que se presentaba la oportunidad, y aun sin que se presentara. Es más, en el fondo estoy muchísimo más agradecido de lo que nunca he podido transmitirle.
No pretendo contar aquí mis vivencias con él, embarcado en una gran aventura sin precedentes con mis dieciséis escépticos años. Tampoco todos los motivos por los cuales le estaré eternamente agradecido, porque, sinceramente, aquí sobran. No obstante, siento la necesidad de retratar desde un punto de vista personal, aun muy brevemente, a quien me dio la primera posibilidad de soñar y caminar sin miedo bajo el espesor de las nubes de una vida que era a ratos, y quizá demasiadas veces, incierta. Al hacerme soñador me hizo fuerte, porque pude creer en la utopía, y eso es lo que me ha ayudado a caminar con pasos firmes, sin miedo, hacia nuestros horizontes.
Con Miguel y la Ruta Quetzal, he aprendido muchísimo: desde el compañerismo, la humildad, la importancia de la amistad y lo crucial que es la perseverancia hasta, incluso, el dejar de ver los países como meras delimitaciones territoriales, sino más bien como lo que son: un conjunto de personas con sus inquietudes y sueños, y, en ningún caso, consideradas como números.
Reivindico la figura de Miguel como la de quien me enseñó que a quienes tienen culturas y visiones diferentes de la vida no hay que tolerarlos sino respetarlos; que las costumbres diferentes no son ninguna suerte de amenaza; es más, son la base de la igualdad. Que nuestra propia cultura como vara de medir no constituye ningún patrón infalible. Y que las culturas diferentes pueden convivir si entre ellas existe el respeto mutuo.
En un mundo como el actual, cada día con más crispaciones ideológicas, religiosas y de todo tipo, reivindicar a Miguel es reivindicar el respeto hacia lo desconocido y lo diferente. Es reivindicar la igualdad entre todos: los nacidos en el campo y los nacidos en la ciudad, los que viven en la opulencia y los que sufren todo tipo de privaciones. Reivindicar a Miguel es defender el derecho que tienen todos a soñar y a vivir en un mundo donde los rasgos físicos y las diferencias ideológicas y religiosas no sean óbice para la cohesión social.
Al reivindicar a Miguel reivindico un mundo en que el miedo al otro y a todo lo desconocido y el conformismo se vayan borrando del mapa a golpe de cultura... y de lectura.
¡Gracias y respeto, Miguel!