Xavier Adsara: "Ayudar a los demás en situación de necesidad siempre vale la pena"
Xavier Adsasa dirige desde 2002 la fundación Nuestros Pequeños Hermanos (NPH) en España. Su vocación de ayuda a los demás nació siendo voluntario en el barrio barcelonés del Raval, y desde allí se trasladó a América Latina en donde empezó su formación profesional en el campo de la cooperación al desarrollo.
Foto: Xavier Adsara.
¿Quién es Xavier Adsasa?
Yo diría que es una persona normal y corriente, que descubrió la vocación de servir a la sociedad hace aproximadamente veinte años. Empecé como voluntario en el [barrio barcelonés del] Raval; luego me fui a América Latina. Estuve allá entre los años 1987 y 2002. En el año 2002 me llamaron desde NPH (Nuestros Pequeños Hermanos) Guatemala para dirigir la fundación aquí, en España. Empecé con vocación, con ganas de ayudar a los demás, y con el paso de los años me he formado y profesionalizado en el mundo de la cooperación.
¿En qué trabaja NPH?
Nuestra misión es proporcionar los medios y herramientas necesarios a personas sin recursos para que el día de mañana puedan ser autónomas. En principio, no facilitamos la emigración de los pueblos a otros países. Queremos que la gente se quede en su país, que esté feliz y que sea un ejemplo de vida para el resto de la comunidad.
Uno de los países en los que trabaja NPH es Haití. ¿Cuántos años lleva la fundación en ese país?
Este año celebramos, por llamarlo de alguna manera, treinta años de presencia en Haití. Empezamos en el año 1987 con una casa hogar, donde acogíamos a niños huérfanos y abandonados. Los primeros niños nos llegaron de La Hermana Caridad en Puerto Príncipe: ellos salvaban a los niños en una primera fase, pero luego no les podían dar un futuro. Entonces se enteraron de que había una casa hogar que había empezado a trabajar en las montañas de Kenscoff y comenzaron a traernos niños. Así empezamos con los primeros en el año 1987.
Hoy tenemos más de ochocientos niños que dependen directamente de NPH en Haití. Lo que pasa es que, en estos treinta años, NPH se ha dado cuenta de que, en Haití, las necesidades de las comunidades eran tan grandes que no nos podíamos limitar a hacer un trabajo sobre ochocientos niños huérfanos; de que debíamos tener una visión más de futuro. Así, empezamos a desarrollar programas más autosostenibles de cara a la comunidad.
Para ayudar a un país como Haití, donde la mayor parte de la población está viviendo en la precariedad más absoluta, NPH necesita muchos recursos. ¿De dónde salen los fondos?
El 98 % de las donaciones son privadas: provienen de particulares que creen en nosotros y en nuestra manera de hacer. Ellos van depositando sus donaciones económicas regulares cada mes. Hay un porcentaje muy pequeño de nuestros fondos que proviene de ayudas públicas. Las ayudas públicas exigen soluciones inmediatas a problemas inmediatos. Y la realidad de las cooperaciones internacionales no es esa. No se pueden exigir respuestas inmediatas en un país como Haití. En España, por ejemplo, tuvimos el pequeño terremoto de Lorca, y la iglesia todavía la estamos reconstruyendo. Es por eso por lo que preferimos trabajar con donaciones particulares.
Estas personas que ayudan, ¿no cuestionan nunca el trabajo que hacéis?
En NPH invertimos gran parte del tiempo en explicar y comunicar continuamente qué hacemos, qué programas estamos desarrollando, cuántos beneficiarios tenemos y qué hacemos en cada momento. Y creo que hemos logrado ―por medio de un programa de comunicación muy directo, claro y transparente― un contacto muy constante. Nosotros creemos que al donante hay que tenerlo al corriente de lo que hacemos en cada fase.
¿Qué te sugiere la queja de que «el dinero no llega»?
Llevo veinte años en el mundo de la cooperación. Te puedo asegurar que en la mayoría de los casos, cuando la ayuda está canalizada por vía privada a través de organizaciones privadas, sí que llega. El problema de las ONG es la profesionalización. Lógicamente, cuando hay mucho dinero, siempre hay organizaciones que aprovechan la oportunidad para recaudar también parte de sus fondos, no estando en Haití y sin saber qué hacer. Por su parte, los donantes deberían actuar responsablemente y aportar su ayuda donde saben y conocen que el dinero va a llegar. ¿Cómo? A través de organizaciones que llevan muchos años en el terreno.
¿Y por qué el donante se tendría que fiar de una organización como NPH?
Hay muchísima gente que se acerca a nosotros y nos pregunta: «¿Por qué tengo que ayudaros a vosotros y no a otros?». Yo siempre respondo que nosotros llevamos sesenta y dos años en América Latina (desde 1954): cuando nadie hablaba de solidaridad, nosotros ya la practicábamos; cuando nadie hablaba de ayudar, nosotros ya estábamos ayudando. Es muy fácil saber qué estamos haciendo en cada país porque hay documentación sobre cuánta gente estamos ayudando y qué programas asistenciales y de desarrollo para la comunidad estamos llevando a cabo desde hace treinta años. Tenemos reconocimientos y premios internacionales que avalan nuestra labor y nuestra seriedad, porque cuando nos comprometemos con un pueblo, con un país, no lo abandonamos. Además, yo diría que tenemos una web muy transparente, además de las cuentas auditadas. Todo el mundo puede acceder a nuestras cuentas y a nuestra memoria de actividades.
¿Qué hace NPH en Haití?
Fundamentalmente trabajamos en los campos de la educación y de la salud. Atendemos a un grupo de ochocientos niños y jóvenes, que no tienen familia que pueda cuidar de ellos, y les proporcionamos todas las herramientas educativas y sanitarias necesarias para que puedan crecer sanos y completar sus estudios. Los acompañamos durante todas las etapas. Es un poco el sentido de una familia.
¿A qué retos dirías que se enfrenta la población haitiana?
Diría que son los mismos retos de hace tantos años: se necesitan carreteras, para que sea más accesible la movilidad entre las diferentes zonas del país; escuelas, hospitales, viviendas dignas, agua potable. Además, diría que se necesita inversión extranjera. Por ejemplo, hay toda una zona de playas muy bonitas que se pueden explotar. En este sentido, el país tiene un potencial turístico enorme. Lo que pasa es que Haití no se percibe como un país seguro y esto dificulta la inversión extranjera.
¿Un mensaje que desearías transmitir?
Yo transmitiría un mensaje de esperanza. Nosotros en Haití durante treinta años hemos acompañado al pueblo haitiano para mejorar la vida de más de un millón de personas. Si hemos sido capaces de hacerlo en un país tan complicado como este, quiere decir que todos podemos aportar nuestro grano de arena. Lo digo y lo creo en verdad: tenemos gente que ha salido de barrios conflictivos como Cité de Soleil que ahora se ha formado, se ha profesionalizado, que ama su país, que no quiere salir de ahí, que tiene la vocación de ser generosa y solidaria con él. Esto da sentido a nuestro trabajo. Ayudar a los demás en situación de necesidad siempre vale la pena.
Esta entrevista fue realizada conjuntamente con Roberta Chianese, máster en Ciencias Políticas por la Università degli Studi di Napoli L'Orientale y máster en Relaciones Internacionales por el Institut Barcelona d'Estudis Internacionals - IBEI.