Bienvenido, Mr. García
En Estados Unidos los estados se "pelean" cordialmente por conseguir que las empresas se establezcan en su área con todo tipo de instrumentos. La obsesión con la creación de empleo y la apuesta por sectores de futuro contrasta con la obsesión con el ladrillo que asoma desde el discurso oficial.
Una de las experiencias más fascinantes de mi vida profesional fue la que viví hace meses, ejemplo perfecto -pero no por ello menos sorprendente- del largo camino que le queda recorrer a nuestro país hasta ser una economía dinámica. Trabajo con una pequeña empresa tecnológica en un producto altamente especializado para sectores como defensa, aeroespacial o ingeniería. La mitad de nuestro mercado mundial se divide entre Norteamérica y Europa, y ante el desplome del mercado local en 2012 decidimos hacer las maletas y viajar a Estados Unidos durante unos meses.
A nuestra llegada a Washington, primera parada de nuestro viaje, empezaron las sorpresas, todas ellas agradables. En primer lugar, sin un esfuerzo demasiado grande y con los apoyos necesarios -y alcanzables para cualquiera- conseguimos reuniones con potenciales clientes de primer nivel: en una semana hicimos presentaciones en el Pentágono, el Banco Iberoamericano de Desarrollo, el Banco Mundial o Boeing. En todas ellas el conocimiento técnico exhibido por los potenciales clientes rebasaba con creces el que hubiéramos podido encontrar en España. Es decir, que a nivel directivo la comprensión de la tecnología es bastante más avanzada que en nuestro país. En el Pentágono, la estrella de nuestras reuniones, presentamos tecnología a un departamento encargado de evaluar tecnología extranjera. Según ellos, éramos la primera empresa española en presentar su producto desde la creación del departamento... ocho años atrás.
Otro capítulo de nuestro viaje era el del establecimiento de la empresa en la zona. Con el apoyo del ICEX gestionamos reuniones con los estados más cercanos a Washington: Maryland y Virginia. En Estados Unidos los estados se "pelean" cordialmente por conseguir que las empresas se establezcan en su área con todo tipo de instrumentos. La reunión con Maryland fue excelente: nos ofrecían oficinas muy baratas, asesoramiento, contactos con empresas de capital riesgo y potenciales clientes de la zona, y toda la reunión fue en perfecto español. No salíamos de nuestro asombro.
Pero lo que rebasó todas nuestras expectativas fue la reunión con Virginia. Unos datos previos: Virginia es la sede del tercer polo tecnológico de Estados Unidos (y quinto del mundo) tras el Silicon Valley y Nueva York: el corredor de Dulles. Virginia puede parecer un pequeño estado pero tiene la mitad del PIB español y el mismo PIB que Polonia. Casi nada. En la reunión se presentó el secretario de Tecnología del Estado (equiparable a un ministro en España), que en un perfecto español nos ofreció mejorar la oferta de cualquier otro estado americano, un impuesto de sociedades del 8% y todas las facilidades para establecernos en el corredor de Dulles y facilitarnos contactos y acceso a capital riesgo. Tras la reunión, mientras aún nos rascábamos la cabeza pensando si acaso habíamos viajado a un universo paralelo donde los políticos se rebajaban a tratar con miniempresas, uno de los asesores del Estado nos explicó que la prioridad política del gobernador del estado era la creación de empleo, y el mandato expreso a su equipo de gobierno era conseguir la implantación de empresas locales que pudieran crecer y contratar personal en el estado. Es decir, que un estado rico como el de Virginia apuesta por un modelo económico basado en la innovación y está dispuesta a lo que haga falta para que una empresa de diez empleados abra oficina allí. Bienvenido Mr. Marshall pero en versión el mundo al revés. Yo no hacía más que acordarme de Eurovegas y establecer una tremendamente cruel (y probablemente injusta) asociación mental entre los modelos que hacen que el ministro (o consejero, o concejal) se baje del coche oficial en un país y en otro.
Indudablemente, nos decantamos por Virginia. Pero en los meses que han transcurrido desde octubre las comparaciones con nuestro país resultan cada día más odiosas. El perfecto español del secretario de tecnología americano contrasta con la ignorancia del inglés de muchos de nuestros políticos (empezando por el presidente del Gobierno). La obsesión con la creación de empleo y la apuesta por sectores de futuro contrasta con la obsesión con el ladrillo que asoma permanentemente desde el discurso oficial. La reunión con el político americano (sin fotógrafos ni florituras) contrasta con la dificultad de tener una reunión con un simple concejal de Ayuntamiento o un consejero de Comunidad Autónoma. Y la facilidad de alcanzar reuniones con grandes cuentas (que prosiguió durante el resto del viaje) contrasta con la opacidad y casi hostilidad que se suele encontrar en el mercado español, donde salvo que conozcas a alguien que conozca a alguien parece imposible conseguir una simple reunión. España tiene muchas virtudes y el mercado americano tiene defectos, no todo es blanco y negro, pero en las circunstancias actuales las diferencias parecen abismales.
Así que mientras la economía española parece condenada a una crisis sin fin, el talento huye atraído por la lógica de mercados preparados para innovar, para fortalecer a los emprendedores (en lugar de machacar el término sin poner la más elemental estructura para sostenerlo) y para salir adelante en un mercado global, ultracompetitivo y donde la mediocridad ni se admite ni se tolera. Durante este mes vuelvo a Estados Unidos en nuestro tercer viaje y con parte del equipo ya establecido en Washington. Deseadme suerte, porque lo que pide el cuerpo es no volver.