Y de repente, Rafa: París 2024 se presenta con un espectáculo para la historia que olvidó por momentos al deporte y remontó en un final glorioso
El larguísimo evento, pasado por el agua del río y del cielo, alternó un desfile olímpico por el Sena, con música, muestras de folclore francés y detalles de inclusión social hasta acabar recibiendo numerosas críticas por el nulo protagonismo concedido a los deportistas. Todo cambió al surgir Rafa Nadal con la antorcha y con el cierre de la reaparecida Céline Dion.
Ici c'est Paris. Se prometía una noche de sorpresas y cuando menos lo parecía, la capital francesa remontó lo que estaba siendo un río de críticas y recelos. Fue con uno de los nuestros, que también es de los suyos: Rafa. Nadal Parera, para más señas. 'El rey de Francia', para cambiar el paso a una ceremonia que hasta entonces mezclaba un deleite visual, patrimonial y social a la francesa desprovisto del alma olímpica que debería marcar toda ceremonia de inauguración de unos Juegos Olímpicos.
En una tarde y noche eternas bajo la molesta lluvia que terminó siendo diluvio, y en lo que parecía un elogio a sí misma, París ha presentado al mundo su secreto mejor guardado, un desfile inaugural que ha cumplido con lo único que se sabía de él, que iba a ser diferente.
Un espectáculo incuestionable a nivel televisivo, con el río Sena ejerciendo de 'alfombra' para el desfile de las 206 delegaciones olímpicas, que han pasado de forma fugaz por las cámaras de televisión. Nunca unos abanderados fueron más efímeros que los portadores de las banderas este viernes 26 de julio que ha abierto oficialmente los Juegos de la XXXIII Olimpiada.
Francia ha sacado todo su arte a las orillas del Sena, donde por momentos han quedado orillados los verdaderos protagonistas, los miles de deportistas hoy presentes —no todos podían participar por competir el sábado— en un evento que ha ido alternando la parte olímpica, la música y la demostración de folclore nacional llevado a los principales rincones de la gran villa parisina. Todo revestido de un constante guiño a la diversidad en un momento político y social complejo en un país aún a la espera de su nuevo primer/a ministro/a.
En ese continuum de barcos, actuaciones y proyecciones de vídeo, España ha vuelto a ser España con una alegría que no se ha visto en otras delegaciones. Siempre pegada a nuestros abanderados, Marcus Cooper y Támara Echegoyen, la bandera española ha lucido en un momento de fiesta que ha sido, eso, un momento... que ha vivido Estonia como testigo de lujo, porque los barcos eran compartidos entre delegaciones en la mayoría de los casos. Una mezcla extraña, con delegaciones pequeñas en barcazas y otras repartiéndose como podían el espacio de los bajeles.
Todo, en una ciudad blindada que al fin ha podido respirar tras semanas y especialmente unos últimos días bajo un operativo de seguridad sin precedentes en una ciudad amenazada por numerosos frentes. La fiesta, al fin, se impuso, pero también una lluvia que ha ido a más, incomodando a lo largo de toda la jornada y que a buen seguro habrá provocado más de un catarro inoportuno.
Entrada ya la noche, Francia cerró su propio desfile con una presencial gigantesca, propia de una potencia del olimpismo que además ejerce de anfitriona. Fue el prólogo a una extraña y larga rave de tecno y luces que parecía haber conectado Eurovisión con el terreno olímpico, eternizando una gala que ya se alargaba en exceso a la espera de los últimos actos protocolarios.
El fulgor de la luz de la Torre Eiffel presidía el monumental entorno donde se ha izado la bandera olímpica en uno de los momentos más emotivos hasta entonces. Tras la entrada a caballo y con todos los honores de la enseña de los cinco aros, un coro interpretó el himno olímpico. Llegaba el turno de los discursos. Tony Estanguet, leyenda del piragüismo galo y presidente del comité organizador, dedicó unas palabras celebrando que "en lo importante" Francia sí sabía unirse, un mensaje que podía leerse en clave de las recientes elecciones legislativas.
El relevo lo tomó Thomas Bach, presidente del Comité Olímpico Internacional, feliz por "vivir unos Juegos más inclusivos, más urbanos, más jóvenes y más sostenibles". "Los primeros Juegos con una paridad total de género", ha añadido entre los aplausos de los presentes (que no llevaban paraguas).
"Este es el apogeo del viaje olímpico; habéis llegado a París como atletas, ahora sois olímpicos", ha dedicado a los deportistas, también secundarios en el discurso del mandatario del COI. No ha faltado la llamada a los valores de la Carta Olímpica, destacando que "en nuestro mundo olímpico no hay un sur global o un norte global, todos nos respetamos y todos pertenecemos a este mundo que nos cuidamos entre nosotros, nos respetamos y mostramos solidaridad".
Era el turno de Emmanuel Macron para declarar abiertos los Juegos Olímpicos —hasta entonces seguíamos en la olimpiada, que no es lo mismo—, acto que dio paso a los abanderados franceses, la lanzadora de disco Mélina Robert-Michon y el nadador Florent Manaudou, para el juramento olímpico. Deporte limpio y respeto a los principios fundamentales del olimpismo "para hacer que el mundo sea un mundo mejor con el deporte", han recitado emocionados.
La 'grandeur' francesa final que nadie podrá olvidar
Llegaba el acto final, con pocas esperanzas visto lo visto. Zinedine Zidane a escena. En sus manos, la antorcha olímpica para dar forma a lo que sería la absoluta sorpresa de la ceremonia. El astro del fútbol entregó la antorcha ¡a Rafa Nadal!
Amo y señor de Roland Garros, donde empezará a competir este fin de semana, el tenista manacorí ha dejado sin palabras a los presentes (y los espectadores), en un gesto a aplaudir por la grandeza de la organización de dar protagonismo a una leyenda no francesa.
Con la antorcha en alto, Nadal ha cubierto un largo relevo en barca por el Sena, para entregarla a Amélie Mauresmo, que ha iniciado el último tramo de relevos, en un rosario de manos para acabar con el encendido del pebetero por parte de la legendaria atleta Maria Jose Perec y el glorioso y aún en activo judoka Teddy Riner.
El pebetero se iluminó, brilló y voló bajo las notas de otra aparición estelar, la de Céline Dion, que reapareció con su majestuosa voz a los pies de la Torre Eiffel, engrandecida en su belleza por lo impactante del momento. Imposible no emocionarse con los últimos minutos, que han valido por toda la ceremonia.
El fuego olímpico ya luce sobre París. Llega la hora del deporte. Llega la hora de España.