Cuando los celos son patológicos
La demanda rígida e incuestionable de exclusividad, sexual y/o afectiva, podría ser el principal motor del comportamiento celoso. Tendemos a transigir con los celos moderados, con los propios y los ajenos. Sin embargo, a medida que aumentan en intensidad o frecuencia minan la autoestima, la confianza, la comunicación o la complicidad.
Ilustración: Elvira Zamorano
Algunas personas se definen como celosas sin ninguna preocupación aparente. Parece conformar un rasgo de personalidad aceptable, como ser pasional o romántico. Parece tener el mismo peso que ser moreno o de complexión delgada. Incluso la persona celada puede considerarlo un rasgo deseable. Paradojicamente, el comportamiento territorial puede ser entendido como muestra de carácter, de poderío, y no como signo de inseguridad o desconfianza. Para muchos, especialmente entre los más jóvenes, amor y celos son conceptos que caminan de la mano. Me cela, me quiere. Afortunadamente, para otros tantos se trata de una relación que resulta un tanto caduca.
Existe un debate abierto sobre el origen de los celos. A pesar de que algunas líneas de investigación señalan un marcado componente genético, la mayoría de psicólogos evolucionistas y antropólogos sostienen que los celos son una construcción cultural. Los celos son concebidos como una respuesta originariamente adaptativa y referida a la territorialidad y la preservación de la relación de pareja. El comportamiento celoso es una herramienta de disuasión, una forma de advertencia ante la intrusión de otro individuo en la dinámica relacional y una forma de reglar la vida comunitaria.
De acuerdo a las investigaciones llevadas a cabo por el psicólogo evolucionista David M. Buss en la Universidad de Texas, los hombres tienden a sentirse más amenazados ante la infidelidad sexual, mientras que las mujeres tienden a reaccionar ante la posibilidad de infidelidad afectiva. Este patrón, aunque reduccionista, es coherente con el punto de vista antropológico. Mientras que los hombres celan su carga genética, las mujeres celan el compromiso para la protección y dotación de recursos para ella y su progenie. Es decir, los hombres tienden a temer la relación sexual en sí y las mujeres el vínculo afectivo.
A pesar de no ser exclusivos de relaciones heterosexuales, en su origen, los celos se nutren de la falta de equidad de género; la certeza de la paternidad y la dependencia de la mujer con respecto al hombre. En una sociedad cada vez más igualitaria, el papel de los celos en la relación monógama pierde su valor adaptativo, resultan anacrónicos. Sin embargo, en muchos sectores parecen estar muy vigentes.
Los celos son la expresión emocional del temor a perder la persona amada en favor de un rival. Todos (o casi todos) hemos sentido celos en algún momento de nuestra vida. Existe una delgada línea entre los celos cotidianos y los patológicos o celotipia. A priori, podríamos trazarla en el punto en el que se convierten en problema, es decir, cuando impactan en el bienestar de la persona que los manifiesta o en el de su pareja.
En Celos en la Pareja: una emoción destructiva, Enrique Echeburúa defiende que en la celotipia existen tres características nucleares: la ausencia de una causa real desencadenante, la naturaleza extraña de las sospechas y la reacción irracional del sujeto afectado, con una pérdida de control. La ideación celosa se produce de forma frecuente e involuntaria, adquiriendo tintes obsesivos. El celoso patológico puede construir posibles infidelidades a partir de cualquier tipo indicio, incluso los más absurdos y variopintos. Una mirada al móvil, una llamada equivocada o un cambio de vestuario pueden detonar la firme creencia de que existe otra persona. Una conversación o incluso un gesto de la persona amada pueden detonar una conducta agresiva. También puede obsesionarse con el pasado de su pareja, reaccionando con aversión o inseguridad ante cualquier actor de su pasado afectivo.
El comportamiento inducido por los celos no es siempre agresivo, especialmente en los primeros momentos. Es frecuente que la persona sea consciente de que su preocupación es inapropiada. El celoso luchará contra su inseguridad e intentará controlar sus impulsos de control y territorialidad. Dependiendo de como evolucione, tanto el estado anímico como el comportamiento se verán afectados, impactando en la relación de pareja.
De acuerdo al psicoanálisis freudiano los celos patológicos resultan de la represión del impulso homosexual. Es decir, la ideación de la infidelidad del celoso patológico parte de su dificultad para lidiar con su propio deseo por otras personas de su mismo sexo. Claro que sí, Sigmund. Desde una concepción más actual, existe cierto consenso en que la celotipia parte de dos características de vulnerabilidad psicológica: la inseguridad y la necesidad de control. Son rasgos que denotan dependencia emocional, tal es como el miedo exacerbado a ser abandonado, la necesidad de aprobación y la querencia extrema de exclusividad afectiva.
La demanda rígida e incuestionable de exclusividad, sexual y/o afectiva, podría ser el principal motor del comportamiento celoso. Tendemos a transigir con los celos moderados, con los propios y los ajenos. Sin embargo, a medida que aumentan en intensidad o frecuencia minan la autoestima, la confianza, la comunicación o la complicidad. Los celos acaban deteriorando o destruyendo la relación que tanto cuidan.
La etnia Mosuo en el sur de China se rige por valores que distan mucho de los monogamos occidentales. Se trata de una sociedad matrilineal y poliándriaca. Es decir, las mujeres mosuo otorgan el apellido y mantienen relaciones con varios hombres. La territorialidad no tiene sentido y las relaciones de pareja no parecen regirse en términos de propiedad sexual. Los mosuo equiparan los celos a la envidia, siendo entendidos como sentimientos vergonzantes.
¿Cuándo la envida es patológica? Probablemente en muy pocos casos, pero no por ello deja de ser mezquina y poco saludable.