Cerco caluroso a Grecia
Mientras Europa entera se tuesta a fuego lento, la troika ha conseguido poner al Ejecutivo de Alexis Tsipras entre la espada y la pared. Grecia se incorporó en mala hora a una "Unión" Europea bastante disfuncional a nivel monetario, confusa, indescifrable y dominada por la banca.
En este verano de amplias calles de fuego y muerte, de noches de chino y drugstore, la gente camina por la calle con la mirada loca, tórpida y agachada de un Lázaro resucitado que decide si cruzar la calle o no, si freírse en una acera u otra, mientras los obituarios de los periódicos acumulan puntos de celebridades.
A veces, por las mañanas, se ve a un ejecutivo ahogándose en el traje porque en este julio incendiado ha de acudir a una reunión. Algunos también nos tomamos esas tostadas, pero es que ya no aguantamos ni la chaqueta; en realidad, ya no aguantamos nada, que no hay por qué.
Mientras Europa entera se tuesta a fuego lento, la troika ha conseguido poner al Ejecutivo de Alexis Tsipras entre la espada y la pared -y así seguirá hasta lograr que su partido se desintegre-, muy lejos de los criterios de solidaridad y de inversión o de alivio de la deuda. Lo que a muchos nos queda claro es que Grecia se incorporó en mala hora a una "Unión" Europea bastante disfuncional a nivel monetario, confusa, indescifrable y dominada por la banca.
La cosa de Alemania, la principal prestamista de liquidez a bajo precio de la poliédrica Europa, no es otra que la de la austeridad: reducción de los salarios, el recorte presupuestario, la subida de impuestos y la aceptación de dos rigurosos tratados como el "Six Pack" y el "Two Pack", según Raoul Marc Jennar, dos tratados para un golpe de Estado europeo.
Algo se quiebra en el eje de las grandes potencias -que son las Potencias del (Nuevo) Eje-: ¿por qué la deficitaria Grecia ha de cargar con el peso de la doctrina monocorde del ajuste? No parece que esta política de asfixia, con la bofia teutónica en los talones, vaya a ofrecer la posibilidad de pagar sus deudas a los hijos de Aristóteles, con el paulatino asomo de un horizonte de fracaso ético para la UE: los jóvenes atenienses emprenderán el exilio mientras dejan atrás a sus mayores.
El planificado austericidio de Grecia, un país con una industria desplomada y que depende en gran parte del turismo, convertirá el país que alumbró el pensamiento en la era de Pericles en una hermosa parada del tour para hacerles la foto a las ruinas y a los ancianos, mientras los cretenses practican el otro tour definitivo, el de la trashumancia.
El futuro de Grecia se va reposando como un país tutelado lejos del reino de la filosofía, como un Platón reconvenido por la Merkel, viñeta de un surrealismo desviado en la que la tutora le suministra al enfermo, sometido al tercer grado, unas gotas de muerte. La píldora del euro, peor que una discusión teológica, fue prematura en lo económico, inviable en lo institucional e intramurada en lo político, por lo que tiene de club.
La UE, la anfitriona, debería practicar la elegancia de quedarse sin cenar una noche para atender a su invitada: pero eso es más de Amadís de Gaula y de Palmerín de Oliva que del tándem compuesto por Jean Claude Juncker y el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, que entienden poco de socorrer al desamparado y son maestros del cursillo rápido de apretar las tuercas hasta hacer saltar por los aires el resorte entero.
Es decir, sería deseable que los países con excedentes invirtiesen en esta Grecia que muere de déficit, aplicando un principio de cooperación de balanzas de pagos que desarrolló John Maynard Keynes en 1944. El austericidio organizado de la UE contra los helenos ennegrece la perspectiva calurosa de este verano periodístico entre el rumor y la boutade. El problema es soluble, porque el tótem (o el tabú) del eurosistema de los Bancos Centrales se ha ido creando con un fin claro: crear dependencias de financiación.
En el calor juliano que lo lentifica todo, mi hermana, espantada de mis inveterados disloques sentimentales, quiere llevarme a que me eche las cartas una bruja célebre de Galapagar o de por ahí para que me ponga los pelos tiesos. Pero, aunque le agradezco la voluntad, soy la cíclica resurrección de un muerto. Yo, al fin y al cabo, tengo aún la capacidad de que se me ponga tieso; el cabello, digo, atirantado por el ventarrón acondicionado de la casa, el cine y el restorán.
Difícil elección la nuestra, la de Grecia: morir incendiados o congelados. Para lo uno y para lo otro, siempre nos quedará el varadero de las cervecerías de Santa Ana. Todo menos morir de amor, por favor, que es manía demodé, imprescindible e irremediable.