La xenofobia audiovisual
Al poner a regañadientes el primer capítulo de la telenovela Escobar, el patrón del mal, me quedé totalmente entusiasmado con el mensaje inicial y con el tema musical de la cabecera: esa era justamente la ficción sobre Pablo Escobar que estaba buscando.
El 25 de mayo no sólo se celebraron elecciones en la Unión Europea, también en nuestro país hermano Colombia. De allí nos siguen llegando noticias de corrupción, violencia y narcotráfico, unos males marcados a fuego en una nación que no se lo merece. Una nación asociada para siempre a una etiqueta vergonzante que abarca todos estos males, una etiqueta con nombre y apellidos conocidos en todo el mundo: Pablo Emilio Escobar Gaviria; con Escobar se acabó hace más de veinte años, dejando una herencia letal (y surrealista), pero viendo las noticias hoy día parece que Escobar fue lo único con lo que se acabó.
Pablo Escobar es un personaje real que puede dar para muchos tipos de ficciones, para muchas lecturas y para muchas formas de contar su historia. Después de varios intentos de llevar su vida a las pantalla actualmente hay en marcha dos proyectos sobre el hombre que la DEA (agencia antidroga de EEUU, en sus siglas en inglés) calificó como "uno de los más grandes criminales de la historia": la película Plata o plomo de Enrique Urbizu, y la serie Narcos que va a dirigir Jose Padilha y va a protagonizar Wagner Moura (ojo al trabajo de ambos en las dos geniales Tropa de élite) para la plataforma de Internet Netflix (calidad asegurada).
Estoy seguro de que ambas ficciones van a dar que hablar (no me imagino mejores directores para llevar a la pantalla esta historia), pero curiosamente hay una tercera ficción, de 2012, de la cual no había oído hablar hasta hace muy poco y que me llevó a descubrir un extraño comportamiento; una rara aversión...
El chivatazo (en el mundo de las series siempre hay alguien al que agradecer que te descubriera cierta serie o dónde poder encontrarla) me lo dio Johnny, un joven ecuatoriano de tupé milimetrado de una agilidad asombrosa con las bebidas (y también para servirlas).
- Tío, tienes que verla. Yo voy por el capítulo noventa y cuatro y...
- ¿Capítulo noventa y cuatro? ¿Pero cuántas temporadas tiene?
- Pues una. Es una telenovela colombiana que...
La pereza que me daba tener que tragarme ciento y pico de capítulos de una telenovela por mucho que me interesara el tema debió notárseme en la cara.
- Señor, le va a gustar -lo dijo serio, con acento marcado... sólo faltó de fondo una fanfarria de órgano-... como que me llamo Jonathan Daniel -channn.
Por más que he leído sobre el tema (Killing Pablo de Mark Bowden, o más de otra forma como en El ruido de las cosas al caer de Juan Gabriel Vásquez) y he visto documentales (los dos mejores: Los dos Escobar de Jeff y Michael Zimbalist, y Pecados de mi padre de Nicolas Entel) sigo sin entender cómo Escobar pudo hacer todo lo que hizo; cómo pudo pasar todo lo que pasó.
Personalmente no me interesa tanto el personaje de Pablo Escobar en sí porque no deja de ser otro psicópata más. Lo que verdaderamente me fascina es la cantidad ingente de preguntas que alberga esta historia sobre el comportamiento del ser humano contemporáneo. Y por encima de todas ¿cómo podemos evitar que vuelva a pasar algo así? Una pregunta muy necesaria, sobre todo debido al peligroso repunte, acuciado por la crisis, de glorificar prácticamente como mártires a los narcotraficantes, de los cuales Pablo Escobar sería sin duda el patrón. Esta llamada narco cultura abarca desde los famosos narcocorridos, a tours turísticos y hasta merchandising oficial (y por su puesto pirata).
Es por eso que al poner a regañadientes el primer capítulo de la telenovela Escobar, el patrón del mal, me quedé totalmente entusiasmado con el mensaje inicial y con el tema musical de la cabecera: esa era justamente la ficción sobre Pablo Escobar que estaba buscando.
Escobar, el patrón del mal es una historia real basada en el libro La parábola de Pablo del periodista y exalcalde de Medellín Alonso Salazar, que no sólo es un repaso cronológico veraz e intenso de aquellos años convulsos de Colombia sino que además está llevada a la pequeña pantalla por dos testigos de excepción de lo sucedido como son Juana Uribe y Camilo Cano, ambos víctimas directas de la mano criminal de Escobar. Esto hace que esta serie sea diferente, muy diferente. Se trata de una ficción basada en hechos reales salpicada de recuerdos personales donde las víctimas miran al verdugo a los ojos y explican lo que pasó, sin poso de venganza, y, por supuesto, sin enaltecer la figura de Escobar. Y eso es algo a lo que temo que Hollywood no pueda resistirse; como ya ridiculizara la serie Entourage con la película Medellín del gran Billy Walsh:
Y es que como se suele decir: siempre se gasta más tinta en los malos.
Con el paso de los capítulos fui adaptándome a la estructura, a la forma y a los códigos narrativos de una telenovela, aprendiendo de lo nuevo, aplaudiendo lo bueno e ignorando lo malo hasta conseguir disfrutar de una gran historia en 113 capítulos (una semana me duró a mí; no intenten esto en su casa). Y la verdad es que la serie (como serie se denomina en la web de su productora Caracol Televisión aunque nosotros la confundamos con una telenovela) merece muchos aplausos:
Si logramos cambiar el chip (como cuando vemos cine clásico y obviamos deliberadamente todos los posibles fallos achacándolos a cosas de la época) lo que obtendremos será una serie con las ideas muy claras: esto es lo que nos pasó, no nos avergonzamos, lo que queremos es aprender para que no se vuelva a repetir. Y ya sólo por eso debería enseñarse en todos los colegios. Pero la serie va mucho más allá:
Para empezar es una serie de una valentía brutal que toca muchos temas y que no habla tan solo del narcotráfico sino que mete mano a políticos (¡todavía en activo! ¿Se imaginan algo parecido en España?), policías, oligarcas y todo aquel que hubiera colaborado de forma activa o con su silencio en este drama que asoló, y asola todavía, gran cantidad de países.
Además la serie combina comedia, tragedia y drama de una manera sorprendente e intercala imágenes reales (muy duras) con respeto y buen gusto, muy alejado del amarillismo de nuestros días.
La serie tiene detalles narrativos muy inteligentes:
La actuación que hace Andrés Parra encarnando a Pablo Escobar es memorable hasta extremos que te hacen empatizar con el personaje de una forma moralmente preocupante (lo cual te ayuda a suponer con qué ojos lo pudieron llegar a ver sus coetáneos). Un personaje de la serie lo define a la perfección diciendo que "nos enfrentamos a un tipo que es psicótico, asesino, terrorista... y millonario".
Una de las cosas que más me llamó la atención fue la jerga utilizada en la serie, que es de una riqueza apabullante; imposible no quedarse con algunas de sus expresiones como coletilla propia.
Tanto es así que si se afina el oído se pueden llegar a distinguir los diferentes acentos de Medellín, Bogotá o Cali (algo así como lo que pasaba con nuestros vecinos de Baltimore Oeste y Baltimore Este; ¡The Wire, siempre The Wire!)
En lo personal esta serie me ha servido para entender mejor la historia, la cultura y a la gente de Colombia y para seguir profundizando (alejándome siempre del amarillismo o lo conspiranoico; tengan mucho cuidado: en Internet hay mucho de esto) y descubrir importantes testimonios y personajes secundarios que merecerían una película aparte.
Y... podría seguir, pero... no me sirvió de nada explicarle esto mismo a mis amigos... ninguno ha querido verla.
¿Y ustedes? ¿Qué piensan? ¿Verían esta telenovela? ¡Una telenovela! ¿Qué sienten ante la posibilidad?
Párense y sopésenlo porque puede que ustedes no se hayan dado cuenta y su negativa responda a los síntomas de un curioso y extraño tipo de prejuicio: la xenofobia audiovisual. Tranquilos es algo muy común; a la vez que incomprensible.
La xenofobia audiovisual es un raro tipo de rechazo, aversión o miedo hacia cualquier forma de expresión audiovisual extranjera (por supuesto siempre y cuando ésta no sea estadounidense) que limita al afectado a consumir sólo un tipo de narración audiovisual.
Lo que verdaderamente me fascina del asunto es que estos mismos afectados son capaces de ver la riqueza que existe en la diversidad de cualquier otro ámbito: saben apreciar y les gusta probar la comida de diferentes partes del mundo (y cuanto más auténtica mejor). Les gusta viajar y aprecian la cultura autóctona de allá a donde van. Disfrutan de la escultura, la música, la literatura, el teatro o la pintura sin importar en absoluto el origen del autor... ¡pero la tele no se la toques! Se lo recomiende quien te lo recomiende.
Audiovisualmente están cerrados a cal y canto a cualquier intrusión. Es imposible intentar que vean una película o serie que se salga de sus hábitos, de su zona de confort; ante la mera idea arremeten con virulencia sin darle la más mínima oportunidad tan solo porque es diferente.
El máximo exponente de estos individuos son esos que se niegan a ver cine en blanco y negro porque es muy antiguo, un comportamiento que veríamos inexcusable ante una pintura de Velázquez ("Ah, no quiero verla, es muy antigua, la gente ya ni siquiera viste así") o ante un Dom Pérignon del cincuenta y seis ("Ah, qué asco, ese vino seguro que ya ha caducado"), pero que excusamos inexplicablemente tratándose de algo audiovisual.
Desconozco las causas de este irracional comportamiento pero me gustaría que entendieran algo importante: Aunque sigo esperando ansioso la película de Urbizu y la serie de Netflix, ninguna de las dos podrá darme la experiencia que me ha dado Escobar, el patrón del mal, porque, al menos así lo veo yo, cada país, cada región y cada persona tienen su forma única de contar historias, y si quieres que te cuenten de una forma absolutamente auténtica la historia de Pablo Escobar no hay mejor manera que como la cuentan los propios colombianos: y su forma de hacerlo es a través de las telenovelas; una forma si quieren que se antoja demasiado artificiosa para nosotros (¡oh, occidentales!) pero que no deberíamos criticar, sobre todo viendo algunas de las dramedias teledirigidas por las cadenas de nuestro país o algunos remakes calcados a los originales tan solo para adecuarlos a los gustos del espectador.
De igual modo que no se le cuenta de la misma forma un cuento a un niño que a un adulto, cada pueblo no sólo tiene una forma de contar las historias, sino una forma de entenderlas. Y si quieren entenderlas como los demás, como esos que son diferentes, les aconsejo verlas como lo hacen ellos; aunque no los entiendan del todo; es como poder ir a comer al restaurante japonés de tu barrio, o ir a comer a un restaurante japonés... en Japón; es lo mismo, pero no es igual.
Es por esto que les animo a todos a salir más allá sus fronteras audiovisuales; dense el capricho, no me sean tan de su pueblo... no me sean tan xenófobos audiovisuales.