No habrá otro Chávez con otro chándal
En el estado de intensidad emocional desatado tras el fallecimiento de Hugo Chávez, todas las apuestas dan como vencedor a Nicolás Maduro. Con una campaña sin contenido, basada solo en el recuerdo al padre, ha tenido la destreza, o la fortuna, de mantener unida a una fuerza política que durante la enfermedad del Comandante apuntó cierto resquebrajamiento.
Sea quien sea, no lo va a tener fácil el sucesor de Chávez. Aunque su presencia será inevitable durante muchos años, una vez que el ganador se haga con el cetro presidencial la magia del caudillo populista y paternalista habrá pasado a la Historia; habrá quedado atrás para siempre el encantamiento colectivo movido por el dolor de la pérdida del líder y por el compromiso personal de miles de venezolanos de llevarle siempre en su corazón. Y permanecerá la realidad de un país con una complicada situación económica y la mayor inseguridad de América Latina.
Si en cualquier campaña electoral se funden los factores racionales con los emocionales, claramente será la emoción la que prevalezca en las urnas el domingo en Venezuela, aunque luego será la razón la que tendrá que gobernar, tanto si se trata de continuar la revolución bolivariana como si se trata de comenzar una etapa diferente.
En cualquier caso lo que hay que desear, y exigir en la medida de lo posible desde la comunidad internacional, es que sean unas elecciones limpias. La oposición venezolana viene denunciando sistemáticamente los abusos que suponen la utilización de todo el aparato del Estado, férreamente controlado por el chavismo, a favor del candidato oficialista, así como el manejo cuasi omnipotente de los medios de comunicación. A ello se suman otro tipo de trabas como la no inclusión en el registro electoral de miles de nuevos votantes, o los diversos impedimentos para que numerosos venezolanos que viven en el exterior puedan llegar a inscribirse. También se habló ya en las elecciones de octubre de la incertidumbre que generaban las llamadas captahuellas, un clásico contemporáneo en el panorama electoral venezolano. Se trata de las máquinas que buscan garantizar la identidad del votante, pero que, conectado a la máquina de votación -como fue denunciado- supondría el fin del secreto de voto. La presencia de las milicias bolivarianas como garantes del proceso y la ausencia de observadores internacionales -rechazados por el Consejo Nacional Electoral- contribuyen asimismo a la posición de inferioridad de la oposición.
Así las cosas y en el estado de intensidad emocional desatado tras el fallecimiento de Hugo Chávez, todas las apuestas dan como vencedor a Nicolás Maduro. Con una campaña sin contenido, basada solo en el recuerdo al padre, ha tenido la destreza, o la fortuna, de mantener unida a una fuerza política que durante la enfermedad del Comandante apuntó cierto resquebrajamiento. Dada la hercúlea tarea que le espera, algunos seguidores de Henrique Capriles piensan incluso que es mejor así: que se desgaste el chavismo sin Chávez y le dé tiempo a la alternativa a prepararse para ocupar el poder (no está claro que Capriles piense lo mismo).
Las reformas que devuelvan la estabilidad macroeconómica al país no podrán esperar mucho más tiempo. Los altos precios del petróleo han permitido mantener la actitud de un país rico, pero incluso buena parte de la producción ya está hipotecada a China. El enorme gasto social -base del enorme apoyo popular del régimen-, la falta de inversiones públicas y la ausencia de inversores extranjeros no ofrecen mucho margen de maniobra. La reciente devaluación del bolívar en un 32 por ciento fue un primer paso, pero queda todo lo demás para recuperar un modelo sostenible a medio y largo plazo. No será fácil sostener el chavismo sin el volumen de dádivas sobre el que se cimentó. Tampoco lo será recuperar el control, o al menos cierto control, de la seguridad, la mayor preocupación de los ciudadanos.
Si el pronóstico se cumple y pierde Capriles, lo que cabe desear es que el enorme esfuerzo que han hecho las fuerzas opositoras por dejar de lado las diferencias y presentar un frente común no se diluya. Desde luego, es más fácil mantener tales alianzas desde el poder, pero si quiere seguir siendo una alternativa válida y creíble en el futuro, el país necesita una oposición sólida y unida. La imagen de aspirantes a cargos que decepcionados por la derrota se marchan al extranjero para aprovechar favorables oportunidades, como ha ocurrido en numerosas ocasiones, no beneficia a la credibilidad de la clase política venezolana.
También es de desear que el régimen respete las reglas. El chavismo ha tenido cierta tendencia a utilizar el poder para manejarlo a su conveniencia. Chávez fue todo un maestro pero su pupilo ha apuntado ya ciertas maneras.
Aunque vayan a votar con el corazón, los venezolanos deben apelar a la razón para que la transición a esta nueva etapa se haga con la ley en la mano y en paz.