Los verdaderos motivos del conflicto entre Irán y Arabia Saudí
Para empezar, hay que entender que el enfrentamiento entre la mayoría suní de Arabia Saudí y la mayoría chií de Irán no es religioso. Se trata de una batalla por la supremacía entre dos de los países más poderosos de la región y por ello merece la pena repasar la actitud que han mantenido los últimos años.
El último incidente entre Arabia Saudí e Irán no sólo deja ver cómo es exactamente el conflicto ininterrumpido entre suníes y chiíes -una guerra indirecta entre ambos países-, también reduce las posibilidades de estabilidad en la región. Asimismo, deja a Occidente en una posición muy delicada: tiene que ser capaz de mantener el equilibrio entre dos poderes enemigos.
El detonante del último encontronazo fue la ejecución en masa de 47 personas por parte de Arabia Saudí la semana pasada. La mayoría de los ejecutados tenían contacto con Al Qaeda, pero uno de los que no estaban relacionados con la organización terrorista era el clérigo chií Sheikh Nimr al-Nimr, líder activista de las minorías chiíes del país. Como respuesta a la ejecución de al-Nimr, los manifestantes iraníes prendieron fuego a la embajada de Arabia Saudí en Teherán, lo cual ofrece a Arabia Saudí una razón para cortar las relaciones diplomáticas con Irán. Así es como ha quedado (de momento) el conflicto.
Para llegar a comprender la magnitud y el significado de estos eventos, es importante saber que el conflicto entre la mayoría suní de Arabia Saudí y la mayoría chií de Irán no se basa en cuestiones teológicas. Se trata de una batalla por la supremacía entre dos de los países más poderosos de la región y por ello merece la pena repasar las distintas dinámicas que se han podido identificar a lo largo de los años.
George W. Bush saluda a Abdullah Bin Abdulaziz en 2008, Washington. (AP Photo/Ron Edmonds)
Durante varias décadas, Estados Unidos consideró a Arabia Saudí y a Irán como los pilares que sostenían su política en el golfo Pérsico. Esto acabó cuando la revolución islámica del ayatolá Jomeini derrocó al sah de Irán en 1979, que estaba a favor de Occidente. A partir de ese momento, Estados Unidos confió únicamente en Arabia Saudí para asuntos de seguridad regional. Pagó a Arabia Saudí millones y millones de dólares de barriles de petróleo a un precio razonable y los saudíes devolvieron el favor comprando armas a Estados Unidos.
Sin embargo, los cálculos que había detrás de la relación entre Estados Unidos y Arabia Saudí sufrieron un drástico cambio tras la firma de un plan integral de acción conjunta entre Irán, el P5+1 (Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido, Francia y Alemania) y la Unión Europea el pasado julio. Irán acordó reducir su programa nuclear a cambio de la anulación de sanciones económicas. Los activos iraníes se descongelaron. Para consternación de los saudíes, Irán tenía permiso para reaparecer en el panorama mundial.
En respuesta a la amenaza de un ascenso de Irán, Arabia Saudí comenzó a atacar a los aliados de Irán en Oriente Medio y el resto del mundo. En Siria, arremetieron contra el Ejército del presidente Bashar al-Assad, al que Irán apoya. Atacaron a los hutíes en Yemen y apoyaron ataques en Bahréin, Nigeria y el Líbano. Ninguno de estos ataques ha acabado bien para Arabia Saudí, especialmente la guerra de Yemen.
Un hombre muestra los restos de un proyectil después de un ataque aéreo liderado por los saudíes contra los chiíes rebeldes aliados con Irán. Saná (Yemen), abril de 2015. (AP Photo/Hani Mohammed, File)
Cuando trataron de resolver estos conflictos por la vía diplomática, los saudíes se encontraron con el mismo problema. En anteriores ocasiones sí lograron excluir a Irán de mesas redondas sobre la región en Ginebra. Pero, como dijo hace poco Trita Parsi, presidente del Consejo Estadounidense Nacional de Irán, cuando se retomaron las conversaciones el pasado otoño en Viena, Barack Obama llamó personalmente al rey Salman para obligar a los saudíes a debatir con Irán. Los dos países acabaron participando, pero las conversaciones se convirtieron en violentas disputas.
Tener a Arabia Saudí como principal aliado árabe denota unas contradicciones que Estados Unidos prefiere no tratar. EE.UU. ha armado y protegido una brutal monarquía teocrática guardiana del wahabismo, la secta fundamentalista suní que abre camino a terroristas en una violenta yihad contra Occidente. En última instancia, tiene la responsabilidad de lo sucedido en el 11S, de los atentados contra el World Trade Center en 1993, los ataques contra las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania, el ataque al USS Cole, los atentados de Londres y de Madrid y los ataques masivos en Indonesia, Arabia Saudí, Marruecos, Turquía, Pakistán, India, París, etc.
Nada ha cambiado. En el conflicto actual de Siria, los saudíes apoyan sin recelo al "Ejército de la Conquista", en el que se encuentra el grupo Jabhat al-Nusra, relacionado con Al Qaeda.
Combatientes de una coalición, entre los que se encuentra el Frente al-Nusra, celebran la captura de Idlib (Siria), en mayo de 2015. (OMAR HAJ KADOUR/AFP/Getty Images)
Mientras, Irán ha caído en la trampa de Arabia Saudí. Como declaró el presidente iraní, Hassan Rouhani, incendiar la embajada iraní en Teherán fue "completamente injustificado". Lo que es peor: este suceso dio a Arabia Saudí una razón para cortar las relaciones diplomáticas con Irán.
Por su parte, la administración Obama parece reconocer que Irán debe formar parte de las negociaciones si existe una solución posible al conflicto de Oriente Medio. Lo difícil es conseguir que Arabia Saudí esté de acuerdo. La Casa de Saud, la dinastía de la familia real saudí, cada vez es más frágil. El precio del petróleo ha caído en picado: de 130 euros el barril a menos de 35. Esta bajada del precio les ha puesto en una precaria situación económica. Los saudíes se ven rodeados de disidentes chíies en las provincias del este, ricas en petróleo, y de extremistas suníes por todo el país.
Sin embargo, en vista de las horribles consecuencias de la Primavera Árabe, presionar a Arabia Saudí conlleva mucho riesgo. Es cierto que la Casa de Saud tiene una gran responsabilidad por alentar a la yihad. Pero sin un gobierno pro Occidente, la perspectiva de yihadistas tomando el control de las enormes reservas de petróleo saudíes sería una catástrofe. Al intensificar el conflicto con Irán, la Casa de Saud juega en un terreno extremadamente peligroso.
Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Irene de Andrés Armenteros