Carta abierta a la maestra de mi hijo, que habla de éxito escolar a niños de 3 años
Llegaron las vacaciones para mis pequeños colegiales. Yo, que siempre he tendido a pensar que tienen demasiadas, esta vez estaba deseando que llegaran (para ellos).
Es cierto, cuando eres padre y trabajas a tiempo completo, las vacaciones escolares pueden ser un rollo y, sobre todo, un rompecabezas para dilucidar cómo y con quién colocas a tus hijos esas semanas.
En cambio, estas vacaciones las quería de verdad. Son un intermedio en su trepidante vida escolar.
Una verdadera pausa, especialmente para mi hijo Sören, de 3 años.
Estoy apenada, estoy triste y muy preocupada desde que hace varias semanas recibí su "cuaderno de éxito" de preescolar. Repito: preescolar. Lo recuerdo porque es bastante relevante para lo que voy a contar. 3 años. Preescolar.
Cuando abrí el cuaderno, me encontré con varios tipos de evaluación. Bien. Vale, no es santo de mi devoción, y menos para mi hijo de 3 años. No son realmente evaluaciones, sólo se apuntan para hacer como si... En fin, que en cualquier caso son la evaluación de mi hijo teniendo en cuenta varios criterios.
Bien, no tan bien, cosas que mejorar... Vale.
Y luego, la conclusión de la maestra:
(3 años. Preescolar.)
Me quedo en silencio. Con un nudo en la garganta. Con la respiración entrecortada. Esta frase tiene para mí el efecto de una enorme excavadora en la boca. (Sí, la vulgaridad es esencial para describir la violencia que experimenté).
POR FIN. POR FIN empieza a entender.
Pasé una semana entera repitiéndome esta frase varias veces al día en mi cabeza. Por la mañana, a mediodía, en la guardería, en la cama...
La mamá lloraba, se sentía ofendida, apenada, estupefacta.
La profe está indignada, impactada, enfadada.
Mi pequeño, que salió de la guardería hace apenas seis meses, que ni siquiera tiene tres años y medio y que ya ha dado el primer salto en nuestra sociedad. Sólo seis meses yendo a la escuela. Con niños que, en algunos casos, tienen nueve meses más que él. Lo cual supone un océano a esta edad.
Mi pequeño por fin empieza a entender que la escuela es un lugar de trabajo y que el éxito requiere esfuerzo. Vale. Ciertamente, empieza también a entender este lugar de lavado de cerebros en el que su maestra —sin duda— no da tanta importancia a los juegos, a los descubrimientos y a la socialización. Las primicias de la vida en sociedad.
Por fin empieza a entender que tiene que estarse quieto, sentado y callarse. Pero, sobre todo, que tiene que triunfar y brillar, ante todo. Y al mismo tiempo que los demás, por supuesto. Ya que todos los niños tienen el mismo ritmo (evidentemente). Por fin empieza a meterse en las costumbres de la vida escolar... En fin.
Bueno, los exámenes son al final del curso, ¿no?
Me pides demasiado, maestra.
Tengo 3 años.
Sí, soy un alumno de tu clase.
Pero tengo tres años y soy único.
Avanzo a mi ritmo, necesito jugar para crecer.
Necesito tiempo para entender y necesito descansar para asimilar lo que me enseñan.
Tengo ganas de aprender, pero tengo 3 años.
Necesito tiempo, pero me viene bien... porque lo tengo.
Tengo todo el tiempo que necesito. Llegaré.
Sólo necesito que me acompañen.
Necesito entender, pero también que tú me entiendas.
No soy el número 30, sólo soy Sören. Y tengo 3 años.
Y no tengo ganas de que en mi mente la escuela sólo sea un lugar de trabajo, porque, ante todo, es un lugar de vida.
No lo olvides.
(Carta abierta a la maestra de Sören. Estas palabras sólo van dirigidas a ella y, por supuesto, no estoy generalizando sobre los demás maestros, por suerte 😉 )
Este artículo fue publicado originalmente en la edición francesa del 'HuffPost' y ha sido traducido del francés por Marina Velasco Serrano