Sexo sin ganas
El desafío en el tiempo es lograr construir un proyecto común que dé esa seguridad y descanso que brinda estar en pareja. Pero al mismo tiempo aceptar que el otro no es lo que yo quiero que sea; dando ese espacio a la diferencia, que es lo único que permite que surja algún deseo. Por eso no es tan cierto, que para reactivar el amor haya que forzar lo sexual; al contrario, primero hay que volver a hablar de amor, nombrando la divergencia como una virtud.
Le decía su madre a la reina Victoria: "Cierra los ojos y hazlo por Inglaterra", ante el problema que muchos comparten: entrar al ring de cuatro perillas más por un deber que por un placer.
Una de las grandes decepciones en la vida es comprobar, un día con horror, que ya no se quiere tener sexo con la persona amada. Después de tanto haber esperado acceder a la cama propia y haber fantaseado con largas jornadas sexuales sin ninguna presión externa; uno se queda con la sensación de que bajo condiciones de impedimento la libido brotaba por las orejas.
Se le empieza a echar la culpa al trabajo, los niños, el cansancio en general. Sin embargo, el deseo humano inevitablemente se debilita cuando alcanza lo que busca. El libre acceso, el tiempo y la estabilidad, van deteriorando cualquier pasión. Eso no es secreto. Por eso históricamente, las mujeres sospechan que deben administrar el poto, y los hombres sus palabras, en pequeñas cuotas.
Aunque con variaciones, hay recurrencias en el camino de una pareja. En las mujeres: primero, desinterés sexual; luego, gordura, insomnio; el copete con las amigas; y a veces al final, ponerse rica otra vez cuando el compañerito de oficina le quiere hincar el diente. El camino del hombre: primero buscar insistentemente a su mujer; luego renunciar a eso y retomar con fuerza al juego solitario con su cosita; el copete con los amigos; y por último, buscarse una relación con otra que vuelva a valorar su pene. En fin, él supone que su mujer se puso vieja o frígida; y ella declara ese conocido eufemismo: "Ya no lo admiro". Que no es más que la castración de su hombre, es decir, desde el pene hasta los chistes de su macho ya no le parecen interesantes.
Malestar que se tapa por un tiempo, con otro hijo, algún proyecto doméstico, que las baldosas del baño, que las cortinas nuevas. Pero cuando la incomodidad insiste, se acude a la oferta terapéutica posmoderna: terapias de pareja, técnicas de seducción que suponen que el tema se resuelve comprándose calzones nuevos, gimnasias sexuales, comidas afrodisíacas etc . Pero hasta ahora no hay viagra mental que dé con el asunto. ¿Cómo con tanta tecnología de punta, el aburrimiento en las parejas no se resuelve?
Pues creo que lo que conviene es volver a pensar filosóficamente el problema del amor. Ya que en general hoy las vías de comprensión de éste vienen por un lado, desde la ciencia, cada vez más cooptada por el mecanicismo biológico. Y por otro, la estética del amor en el arte. Donde en general se representa el momento narcisista del enamoramiento -donde uno se proyecta a sí mismo en un otro que apenas conozco- más que el amor (quizás por la sosería de éste último). Las canciones en general nos hablan de obsesiones neuróticas por alguien; que aunque tienen una gran belleza y potencia estética, se trata de una ética egoísta.
Pero la potencia del amor humano es que tiene esa preciosa posibilidad de amar la diferencia. Suena obvio, pero no hay nada más difícil que aceptar lo diverso, lo que me excede, lo que no comprendo ni comparto. Es más fácil buscarse a sí mismo en las cosas y rechazar la alteridad, de ahí la fuerza de la segregación en la cultura. Cuántas veces no hemos sentido que estamos enamorados porque "se parece tanto a mí". La idea de ser uno y fusionarse existe en el enamoramiento, pero cuando se perpetúa en el tiempo lleva a que tratemos al otro como si fuera de mi propiedad. Cuestión que se ve facilitada por la concepción de familia tradicional.
Y básicamente nadie quiere tener sexo con su familia. Por eso la pareja debe ser siempre un poco extranjera.
El desafío en el tiempo es lograr construir un proyecto común que dé esa seguridad y descanso que brinda estar en pareja. Pero al mismo tiempo aceptar que el otro no es lo que yo quiero que sea; dando ese espacio a la diferencia, que es lo único que permite que surja algún deseo. Por eso no es tan cierto, que para reactivar el amor haya que forzar lo sexual; al contrario, primero hay que volver a hablar de amor, nombrando la divergencia como una virtud. Las palabras son las que a veces provocan las caricias. Entendiendo de que se trata de un invento, porque el amor no existe de antemano; la ilusión de lo perfecto del enamoramiento sólo nos da tiempo para decidir convertir una casualidad en un destino.
Este post fue publicado originalmente en The Clinic