Ataque de pánico peniano
No es raro que la masculinidad heterosexual quede hoy entre paréntesis, padeciendo impotencias diversas, no sólo en el ring, sino también en distintos espacios de la vida que antes tenían asegurados. La pastilla es una ortopedia, pero quizás sea hora de atreverse a inventar. Las mujeres y otras subjetividades consideradas por mucho tiempo minorías llevamos tiempo en eso, así que juntos quizás salga mejor.
Foto: ISTOCK
¿Por qué ha aumentado el abuso de viagra en hombres jóvenes? Existen impotencias e impotencias, están las orgánicas producto de un cuerpo que se oxida, otras provocadas por la sobredosis de gin tonic, y están las selectivas, esas que a veces sí y a veces no: los ataques de pánico penianos.
Estos últimos han existido desde hace siglos, y son causados por la rebeldía de ese órgano que se manda solo. No, no me refiero al pene, sino al inconsciente. La autonomía loca del primero no es sino efecto del segundo.
Y hoy parece que la oferta de la píldora azul, que se extiende del campo médico al campo psicológico, se está convirtiendo en algo así como un ansiolítico sexual. Pero como todo pánico, no se cura con sedantes, y a veces la medicina se convierte en algo peor que la enfermedad. Por eso siempre conviene dar alguna vueltecita a las posibles causas de un impasse.
Si bien no podemos apuntarle a la neurosis de cada caballero, es posible puntualizar algunas cuestiones generales, que la cultura del patriarcado afecta al genital mental del macho heterosexual. Un primer factor es esa división de su erótica, que a las mujeres nos llega como una maldita canallada: las chicas para el revolcón y las chicas para amar. Las primeras son denominadas como camboyanas, guerreras (a veces se americaniza en un guorreor), maracas, locas, pérdidas, entre otras. La condición para ubicar a una chica en este lado pasa por cierta inferiorización que ese hombre hace de ella, ya sea social, estética o moral. La cosa es poder denigrarla para poder dar rienda suelta a sus fantasías carnales. En esa escena, la tripa entre las piernas suele ser muy obediente, ya que los seres humanos, al ubicarnos como amos en una trama, solemos tener mucho control sobre nosotros mismos.
Por el otro lado, se encuentran sus princesas, lindas pero caras, las que generalmente son escogidas de modo endogámico. Es decir, los hombres buscan mujeres que les resultan familiares desde el punto de vista social y mental. Con ellas ocurre algo muy particular, una idealización que los lleva a someterlas a ciertas condiciones de respetabilidad medio forzosas. Como si les gustara crear una escena donde la chica les resulte difícil e inalcanzable, posiblemente para creer que nadie ha llegado a ella, negar cualquier atisbo de puterío de esta santa moderna. Y es justamente frente a la idealización donde los humanos claudicamos, nos ponemos tontos, rojos, se nos olvidan las cosas, tenemos lapsus: erecciones fallidas (metafóricas y literales).
Ahora bien, las cosas han cambiado y difícilmente una mujer quiere jugar a la princesa frígida, ella también consume porno y juguetes sexuales. Así que la presión, también del lado del amor, se ha vuelto doblemente cuesta arriba: a la santa madre de sus hijos también hay que ofrecerles una performance de larga duración.
Y aunque los contenidos de esta división de la vida amorosa cambien y parezcan más progresistas, ésta sigue existiendo. Y el problema para ellos no es sólo el posible ataque de pánico genital del principio de sus tiempos, sino que se produce también una insatisfacción vital. Cuántas veces vemos parejas que no pegan ni con poxipol, donde él rápidamente convierte a su princesa en una bruja, para entonces sostener sus andanzas paralelas en otros cuerpos que desea más. No entendiendo que de lo que se trata es de permitirle a una mujer ser una princesa guerrera para él.
A este escollo masculino clásico, se suma uno postmoderno. La fetichización del cuerpo del macho es hoy otro factor de generación de impotencias selectivas. Es decir, esa carne hoy se convierte en lo que históricamente ha sido un lugar femenino: objeto de deseo.
Mucho del sufrimiento macho contemporáneo tiene que ver con el empuje a este lugar. Posición que los saca de sus identidades clásicas y los lanza a esa miserable obsesión -de exhibicionismo, a veces patético- al que muchas veces las mujeres nos hemos tenido que exponer en la historia para buscar aprobación, y a la que le intentamos dar la pelea, al menos cuando vemos los costos que tiene para nosotras en la cultura. Porque eso de ser deseadas y lograr tener un lugar digno y justo en el mundo claramente no alcanza para todas, ya que sus insignias siguen estando demasiado amarradas al corset que define la erótica del hombre hegemónico.
Si bien no podemos negar que tal posición -buscar ser el semblante del objeto deseo del otro- implica un goce, es también un rol riesgoso que no pocas veces lleva a perderse en la búsqueda de reconocimiento, en el sometimiento y la renuncia a ciertas satisfacciones más activas.
No es raro entonces que la masculinidad heterosexual quede hoy entre paréntesis, padeciendo impotencias diversas, no sólo en el ring, sino también en distintos espacios de la vida que antes tenían asegurados. La pastilla es una ortopedia, pero quizás sea hora de atreverse a inventar. Las mujeres y otras subjetividades consideradas por mucho tiempo minorías llevamos tiempo en eso, así que juntos quizás salga mejor.
Este artículo fue publicado originalmente en The Clinic