Más matemáticas, por favor
Las matemáticas no son solo un recurso técnico sino una herramienta imprescindible para el desarrollo del pensamiento lógico. De hecho, suele haber una correlación positiva entre la destreza con los números y el dominio de las lenguas o de las notas musicales.
Tiene razón el Ministerio de Educación en que las matemáticas sean obligatorias en el Bachillerato de Ciencias Sociales. Es una buena rectificación, aunque tardía, de un terrible error cometido en el pasado. En realidad, la decisión se queda corta.
Las matemáticas deberían ser estudiadas hasta el ultimo año de la educación obligatoria ya que pocas profesiones con un mínimo de cualificación se ven exentas de saber hacer una ecuación, una derivada o un logaritmo. ¿En qué departamento de que organización no se lleva algún tipo de contabilidad o se necesita saber procesar una serie de datos con el fin de tomar mejores decisiones? Y poniéndonos extremos, en un país tan puñetero como el nuestro incluso te permiten emigrar en mejores condiciones.
Qué le vamos a hacer, nos ha tocado vivir la época del auge de las capacidades técnicas o lo que los anglosajones llaman hard skills, una expresión en boca de todos y que viene a ser sinónimo de una serie de conocimientos que, como las matemáticas o la computación, pueden enseñarse, definirse y medirse en oposición de las soft skills, como en general son las humanidades o la habilidad para llevarse bien con los demás, que son menos tangibles y más difíciles de medir.
Pero las matemáticas no son solo un recurso técnico sino una herramienta imprescindible para el desarrollo del pensamiento lógico. De hecho, suele haber una correlación positiva entre la destreza con los números y el dominio de las lenguas o de las notas musicales tal y como afirma Charles Murray en su libro A real education.
Hubo un tiempo, no tan lejano, en que se pensaba que las matemáticas eran un saber especializado, no del todo humanístico, cuyo dominio detraía a la gente de cultivar las humanidades, pero la gente cada vez sabe menos y encima tampoco saben hacer la o con un canuto en materia matemática como demuestran con denuedo los estudios PISA para adolescentes y adultos.
En muchos países, ser buen matemático tiene casi un marchamo patriótico y es sinónimo de inteligencia. Con razón o sin ella, las matemáticas se perciben como enemigas de la memoria, de lo trillado, de lo que puede responderse con una búsqueda de datos en Google, porque lo que puede encontrarse en un buscador en unos pocos segundos, no merece la pena ser aprendido y nadie le va a pagar a uno por saberlo.
No tener muchos matemáticos ha pasado a ser considerado un síntoma de decadencia nacional. De hecho, las denominadas potencias emergentes, como la India o China, no solo tienen una gran población sino un alto número de estudiantes en ciencias exactas.
El poder que confieren las matemáticas lleva incluso a situaciones de discriminación. No en vano, por ejemplo, últimamente abundan en la prensa norteamericana los artículos acerca de la discriminación que sufren los estudiantes asiáticos, equiparada con la que sufrían los judíos en los años 20, para ingresar en las universidades de prestigio entre otras cosas debido a su superioridad manifiesta en el campo de las matemáticas donde arrasan en los exámenes estandarizados de ingreso a la universidad.
La identificación entre habilidad matemática, creatividad e inteligencia es tan completa estos días que existen análisis que demuestran que las posibilidades de publicar en una revista científica, aunque sea de ciencias sociales, es aproximadamente el doble si se incluye cualquier fórmula matemática en el abstract aunque resulte superflua. No es nada raro que esto suceda, tememos y respetamos a partes iguales aquello que no entendemos.
Se avecinan tiempos difíciles para muchos que creen, como todavía sucede a menudo en España, que pueden destacar simplemente a base de clase, intuición y talento natural.