Comida socialdemócrata
Conozco a mucha gente frustrada por el hecho de que España nunca haya sido, ni si quiera en los años de vacas gordas, el anhelado paraíso socialdemócrata de los países del norte. Quien sabe, igual que ha pasado con el mundial de futbol, quizás algún día lo seamos
Curiosamente, aparte de la existencia de un sistema público de salud de cobertura universal, uno de los aspectos donde se pone más de manifiesto la existencia del ideal socialdemócrata en Europa, sobre todo en comparación con los Estados Unidos, es en el mundo de la alimentación.
No me refiero necesariamente a las conocidas y abruptas diferencias que se dan en los Estados Unidos entre aquellos ciudadanos que por sus ingresos, educación e incluso origen étnico tienen hábitos alimenticios notablemente más sanos que otros y que les permiten tener una vida más larga y llegar en mejores condiciones a la vejez. Puede que haya a quien estas alturas le sorprenda, pero uno de los mejores ejemplos de pensamiento único tolerado entre ciertas elites americanas es la critica a todo aquel que se desvíe un milímetro de un cierto ideal de cocina sana, de tal manera que freírse un huevo en abundante aceite de oliva en según qué ambientes puede ser tachado como un intento de suicidio o un rasgo de barbarie.
Aunque pueda sonar demasiado ideal, para el que vive en América del Norte (y aquí incluyo a la muy orgullosamente socialdemócrata Canadá), volver a España supone recrearse en una cierta idea de igualitarismo culinario por la cual, cada uno en mayor o menor medida, tiene acceso a queso, embutidos, aceite de oliva, vino, fruta, pescado fresco (si ya sé que no es lo mismo la merluza que las sardinas), ahumados y otras delicatesen con independencia de su clase social. Curiosamente no es la mano del estado la que lleva a cabo esta igualación, sino la cultura predominante y una serie de empresas alimentarias que tienen la capacidad de poner productos de bastante calidad (por mucho que nos quejemos, cuenta cuando viaja se da cuenta de que la industria alimentaria española, y no estoy hablando de aquella dirigida a pijos y sibaritas sino a la que puede acceder todo el mundo, tiene mucha calidad) a un precio que en líneas generales no es excluyente en comparación no solo con Estados Unidos sino con muchos otros países donde el acceso a un pedazo de queso de oveja abre una sima social y cultural.
Imposible encontrar en Norteamérica un barrio top, pongamos el barrio de Salamanca, donde en ciertas zonas los dos supermercados más a mano ofrezcan en su mayoría marcas blancas (o de la distribución como les gusta decir a ellos). Si eso no es socialdemocracia alimenticia, que venga Dios y lo vea. Porque, para que engañarse, al americano boyante, hipster o progresista lo que le gusta es comprar en Whole Foods, una cadena de supermercados que en su mayoría vende productos orgánicos a precios disuasorios. De hecho, en América la marca blanca, aunque hay excepciones como Whole Foods, suele ser mucho menos frecuente y acarrea un cierto estigma.
De la situación en los colegios mejor no hablar. En Estados Unidos, las escuelas públicas casi nunca disponen de cocinas propias y los menús suelen consistir en nuggets, pizza y hamburguesas provenientes de empresas de catering que se encuentran a varias horas de distancia. Las estadísticas indican que estos menús están en su mayoría destinados a los chicos provenientes de familias con pocos ingresos que son los que reciben las becas de comida. Eso hace que los alumnos con más recursos y padres más concienciados se lleven un sándwich y prescindan del menú de las escuelas cuyo consumo suele identificarse con marginalidad. Siempre le digo a mi mujer que hay algo triste en una niñez con tanto sándwich de mantequilla de cacahuete y mermelada, pero sé que es puro etnocentrismo.
En España el menú de las escuelas, obligatorio en la mayoría de ellas y de bastante calidad por mucho que se diga, sigue siendo un ejemplo perfecto del ideal socialdemócrata que apuesta por tratar a todos por igual en uno de los servicios más básicos y frecuentes que puede haber. Un detalle poco socialdemócrata son los 90 euros que cuesta y que el estado cubre en muy pocos casos.
Conozco a mucha gente frustrada por el hecho de que España nunca haya sido, ni si quiera en los años de vacas gordas, el anhelado paraíso socialdemócrata de los países del norte. Quien sabe, igual que ha pasado con el mundial de futbol, quizás algún día lo seamos.
Mientras tanto, conformémonos con otra socialdemocracia que no aparece en las estadísticas, más informal, mediterránea, nuestra. La socialdemocracia de la de la cuña de queso de oveja o de la botella de vino joven de Ribera del Duero a 2 euros.