Cinco lecciones vitales de Carlos de Masterchef
No es tanto el aspecto culinario lo atractivo de Masterchef. No todo es positivo en la obsesión de la época que vivimos por la gastronomía. Pero, si uno contempla el programa sin tomarse demasiado en serio la importancia de ser cocinero profesional, puede llevarse varias satisfacciones.
No es tanto el aspecto culinario lo más atractivo de Masterchef. No todo es positivo en lo que se refiere a la obsesión de la época que vivimos por la gastronomía. De la frugalidad por obligación se ha pasado a la gula por elección en menos que canta un gallo. Comer bien se sobrevalora, me incluyo ahí, en ausencia de metas e ideales más elevados pero de más difícil consecución.
Los placeres inmediatos y frecuentes, como el sexo y la comida, llenan un vacío que antes correspondía a Dios, la patria, las ideologías o la vida eterna. Meras quimeras para muchos. Se prefiere el pájaro en mano diario.
Sin embargo, si uno contempla Masterchef a la ligera y sin tomarse demasiado en serio la importancia de ser cocinero profesional, profesión muy respetable por otro lado, puede llevarse varias satisfacciones.
La primera de ellas es recuperar una tradición casi extinguida, que es la de congregar a viejos, maduros y jóvenes delante del televisor viendo la misma cosa. Tiempo de calidad en familia, se dice ahora en expresión de manual de autoayuda, a lo que antes era la norma pero sin pretensiones.
La segunda es que pueden compartirse lecciones básicas y necesarias con los hijos o con cualquiera acerca de lo que hacer y no hacer en la vida y en el trabajo de algunos de los concursantes. En particular, me ha impresionado el liderazgo, la calidad personal y la ética del trabajo de Carlos, el ganador de la última edición.
Los chavales actuales tienen mucho que aprender de esta persona de apariencia vulgar, poco instruida y con un enorme talento natural para los fogones. Se me ocurren al menos cinco cualidades que Carlos tiene y, en general, escasean entre jóvenes y mayores.
- Actitud para asumir críticas y obedecer órdenes sin que su creatividad quede coartada. Carlos interioriza y procesa todo lo que los jurados le reprochan sin que su creatividad se vea menoscabada en ningún momento. En lugar de reaccionar defensivamente, siempre ofrece una sonrisa genuina que le sale bastante de dentro. Nunca dice esa cosa tan frecuente de que por seguir órdenes ha tenido que dejar de hacer algo.
- Nunca se le ve criticando a un compañero con mala intención. Fuera de los fogones, siempre tiene comentarios respetuosos. Dentro de los fogones, cuando ejerce por ejemplo de capitán de equipo y ve que las cosas no se hacen bien, hace comentarios firmes pero suaves. Siempre se le ve dando el callo y predicando con el ejemplo.
- Su actitud ante cada desafío culinario, pongamos la repostería, que no es su fuerte, es siempre positiva, sin amilanarse ante las situaciones pero tampoco cayendo en la arrogancia o la positividad fácil y sin argumentos que son tan frecuentes. Eso de "voy a por todas" que se oye en tantos concursantes y que resulta risible y banal con tanta frecuencia.
- Nunca pierde la compostura. No se le ha visto llorar ni perder los papeles en ningún momento del concurso. Es esta una cualidad, la de mantener el tipo, que parece estar cayendo en desuso. En esta era del yo, de la expresión de la emotividad, parece que el que no lloriquea por cualquier contrariedad no tiene sentimientos.
- Carlos se exige al máximo. Hay momentos del concurso en que le hubiera bastado mucho menos para pasar las rondas y, sin embargo, hurga en sus pasiones y busca aportar valor a todo lo que hace.
Carlos, el chaval de Talavera, da lecciones de liderazgo, saber hacer y estar a mucho pedante que hace másteres en Estados Unidos y estudió en el Liceo Francés.