Elecciones 2016: entre la culpa y el futuro
Vamos de cabeza a una campaña que nadie quiere, con unos candidatos más gastados que hace unos meses, con unos partidos con menos recursos, una militancia cansada y una ciudadanía harta, una campaña que va a ser espesa y gris, y en la que el mayor reto de los partidos no va a ser ya pescar en caladeros ajenos, sino conseguir que sus votantes tradicionales vayan a las urnas.
Después de unos cuantos años en el mundo de la consultoría política y de algunas campañas electorales a mis espaldas, debo reconocerles que no he perdido mi capacidad de asombro.
Si han seguido los medios de comunicación durante las últimas semanas, habrán podido leer que se ha ido instalando entre medios y opinadores de todas las tendencias ideológicas, la curiosa especie de que las próximas elecciones de junio las ganará el partido que más eficazmente consiga echarle la culpa a sus rivales de la repetición electoral.
Aun asumiendo que la moral judeocristiana siga formando parte del subconsciente del españolito medio, esto de que La Culpa (con mayúsculas) sea un disparador eficiente de voto, no formaría parte ni siquiera de los sueños más húmedos de un fray Tomás de Torquemada en plena barbacoa de herejes.
Porque si hay una verdad universal en un proceso electoral es que unas elecciones las ganará quien sepa emocionar a los votantes haciéndoles partícipes de una idea de futuro.
Por muy brillante que haya sido la gestión de un gobierno, si un candidato vuelve a presentarse creyendo que la gente le va a votar solo por lo que ha hecho, se llevará la sorpresa de que es altamente probable que pierda, sobre todo si su rival ha conseguido construir un relato creíble de futuro.
Por muy carismático que sea un líder, si cree que puede ganar unas elecciones enfocando su campaña sobre sus muchas virtudes en lugar de hacerlo sobre los problemas, anhelos y preferencias de los ciudadanos, como mucho conseguirá componer un bello cadáver la noche electoral.
No, en unas elecciones a las que vuelven a concurrir los mismos candidatos que han fracasado a la hora de dotar al país de un gobierno, la culpa estará tan repartida que no creo que sea buen negocio sacarla a pasear.
Vamos de cabeza a una campaña que nadie quiere, con unos candidatos más gastados que hace unos meses, con unos partidos con menos recursos, una militancia cansada y una ciudadanía harta, una campaña que va a ser espesa y gris, y en la que el mayor reto de los partidos no va a ser ya pescar en caladeros ajenos, sino conseguir que sus votantes tradicionales vayan a las urnas.
¿Culpa? La culpa no lleva a nadie a las urnas. Si quieren ganar las elecciones, atrévanse a hablar de futuro.