Obama, comandante en jefe
La persuasión racional se basa en la información, en los hechos, en la objetividad. Al contrario, si se busca convencer al público a través de su emoción, se debe apelar a sus pulsiones. Obama elige para declarar la guerra a Siria el modo racional y la fonética de su habla responde a la objetividad.
Estados Unidos quiere acabar con el Gobierno de Bashar Al-Asad en Siria. ¿Por qué? Porque ha atacado a su propio pueblo con armas químicas, según las pruebas de que dispone el Gobierno Obama. Por eso, después de mucho deliberar y meditar, el presidente estadounidense comparece en la Casa Blanca -por encima de los gritos de pacifistas que rechazan la intervención armada- para declarar la guerra a la nueva amenaza mundial.
Objetividad
La persuasión racional se basa en la información, en los hechos, en la objetividad. Al contrario, si se busca convencer al público a través de su emoción, se debe apelar a sus pulsiones más primitivas de deseo o rechazo. Obama elige para declarar la guerra a Siria el modo racional y la fonética de su habla responde a la objetividad.
El rango de frecuencias de un acto de habla marca la implicación emocional del hablante en lo que dice: una voz con un rango frecuencial limitado corresponde a una actitud cerebral. En una comunicación basada en la razón, entre el sonido más agudo y el más grave hay poca distancia -en hercios, Hz-. Es decir, quien habla desde una actitud cerebral no hace grandes inflexiones de voz, ni hacia el agudo ni hacia el grave. Por el contrario, la voz que proviene de una actitud altamente emotiva presenta un intervalo amplio entre las partes más agudas y las más graves.
La voz entusiasta [audio] de Obama tiene un rango amplio: los fuertes picos agudos -hasta más de 300 Hz- se combinan con profundas caídas -hasta los 80 Hz-. Sin embargo la declaración del 31 de agosto de 2013 presenta una limitación del tono: encontramos tan solo un pico en 294 Hz, pero las subidas [audio] más frecuentes se quedan alrededor de los 240 Hz, y solo unas pocas veces superan los 260 Hz. En cuanto al grave, no baja más allá de los 107 Hz. Es una voz controlada [audio] que suena ecuánime y madura. Sin aspavientos.
Las pausas con las que separa sus enunciados son largas: durante 2 e incluso cerca de 3 segundos, el presidente permanece callado entre una idea y la siguiente. Esto es siempre signo de seguridad, aplomo, firmeza. Sus enunciados son cortos y rotundos, contienen entre 2 y 11 palabras y acaban en cadencia -entonación descendente-, y la velocidad de su elocución está en torno a las 190 palabras por minuto. Sereno.
Esta actitud fonética refuerza la idea de que su intención de atacar Siria no responde a un impulso; no le mueve el odio ni el deseo de venganza. Su voz no exagera el dramatismo de los cientos de niños gaseados por Al-Asad: los hechos hablan por sí solos y él, con la autoridad que le confiere el conocimiento de la verdad, los expone. Con calma. Le mueve la razón: el ataque militar es a todas luces lo mejor para el mundo, para Siria, para los Estados Unidos.
Imagen extraída de Flickr, usuario DVIDSHUB
El toque justo de humanidad
Pero el comandante en jefe domina los ritmos y la dinámica del escenario: sabe cuándo dejar ver su carne y su hueso para despertar un poquito de emoción en su público. Por eso una pálida indignación ilumina la parte de su discurso en la que habla de la "masacre" -sic-. La objetividad de las largas pausas y los enunciados cortos y concisos deja paso a un discurso en el que las inspiraciones demasiado frecuentes entrecortan las frases en lugares que la sintaxis prefiere no separar [audio]. Nos muestra entonces a un ser humano que no puede soportar lo que ha visto, que se atraganta con los recuerdos, incapaz de respirar a tiempo. Pero es fuerte, retiene su enfado y evita cargar las tintas sobre la tragedia. Mantiene la calma.
Obama sabe cómo arrastrar a la audiencia: enronquece, susurra o grita y el público enfervorecido se pone en sus manos. Pero esta vez no habla para convencer solo a sus fieles; esta vez necesita que también los que no se dejan llevar por el artefacto escénico de su carisma den un sí a su propuesta, así que se esfuerza por mantener su voz en un terreno neutral [audio] porque sabe que lo que en unos provoca entusiasmo en otros puede provocar rechazo. Y porque puede que los que se entusiasmaron entonces, lo rechacen ahora.
Como buen perfeccionista mide y calcula todo lo que hace, lo que dice y cómo lo dice. Si ha acabado de hablar cierra la boca con fuerza, y cuando empieza el enunciado siguiente se oye el chasquido [audio] que provoca su lengua al despegarse del paladar. Esto es característico de las personas que se sienten muy responsables de que los oyentes comprendan su mensaje y se empeñan en ello al máximo.
Las glotalizaciones, esas compresiones de la laringe que se hacen al final o al inicio de la fonación y que interrumpen por completo el paso del aire -y por tanto frenan la voz-, están relacionadas con la negación: en un trabajo de investigación, mi alumna Sol Waldo encontró que cuando los hablantes negaban mediante una vocalización con la boca cerrada -algo como 'hm-hm'- siempre aparecía la interrupción total del aire. También se dan cuando el hablante duda o miente. Las pocas glotalizaciones en el discurso de Obama parecen venir de la duda, como si hubiera perdido el renglón que leía al cambiar de pantalla en el teleprompter. Ocurren al final de alguna palabra, como si dudara de lo que acaba de pronunciar. O tal vez el discurso se había escrito demasiado deprisa y en el último momento, cuando ya los periodistas esperaban frente al atril vacío y los pacifistas gritaban fuera del recinto presidencial.
El video oficial que ofrece The White House tiene un sonido limpio: probablemente los micrófonos estén limitados para evitar el ruido ambiente, o se haya procesado la señal para darle más calidad acústica. De esta forma la voz se escucha aún más medida, ecuánime y redonda. Aunque el sonido es más agradable, no se perciben con claridad las glotalizaciones, los chasquidos ni las respiraciones, casi resoplidos, del presidente. El toque humano se reduce a la mínima expresión.
Aun así, se cuelan por los micrófonos de la Casa Blanca las voces de los que piden no a la guerra.
No a la guerra.