Subdesarrollo y esperanza en África
Se ha producido un notable incremento en educación en los países africanos, pero se mantienen las notables deficiencias del sistema educativo, que tienen su origen en causas similares a las que han restringido el crecimiento económico. El estado de la salud en la mayoría de la región es deplorable, consecuencia en parte del bajo nivel de renta.
Entre 1975 y 1995 la renta per cápita del África subsahariana cayó más de un 20%, experiencia muy diferente de la que estaban teniendo los países asiáticos, que a finales de los 60 tenían una renta per cápita similar a la africana.
La causa de este estancamiento no se encuentra, como se ha sugerido, en factores naturales y geográficos, ni tampoco en las características de la colonización y del proceso descolonizador. No se puede en absoluto hacer apología de las potencias coloniales, que fueron brutales y no dotaron a los nuevos países de los recursos apropiados, pero sus políticas constituyen causas remotas y no inmediatas de la desastrosa evolución de la economía subsahariana.
La causa inmediata fundamental del desastre económico se encuentra en la forma en cómo se ejerció el poder en la mayoría de los países. Con el fin de mantener el poder y ejercer su control sobre las fuentes de riqueza, las élites locales impusieron un ineficiente modelo económico altamente intervencionista que favorecía a los afines y excluía a los adversarios. De esta forma una proporción alta de la población quedó excluida de la vida económica con la consiguiente merma en la generación de rentas. Una manifestación de este hecho fue el expolio que sufrió la agricultura en la mayoría de los países, actividad de la que vivía la mayoría de la población. El expolio se producía fundamentalmente por la política de precios que imponían las sociedades estatales de comercialización, pero también mediante impuestos y la persistente sobrevaluación del tipo de cambio que perjudicaba a los agricultores con posibilidades de exportar, incentivaba la importación de alimentos y beneficiaba a los importadores urbanos de bienes de equipo y de bienes de lujo.
Junto al modelo intervencionista, que con algunas diferencias se aplicó en la mayoría de los países de la región, y que estaba cargado de clientelismo y representaba caldo apropiado para la corrupción, los gobiernos realizaron distinto tipo de acciones redistributivas a favor de los grupos y etnias que los apoyaban, lo que representaba otra vía de exclusión económica para el resto.
Ese modelo económico vino de la mano de un estrechamiento del campo político, con una marcada tendencia al partido único desde principios de los 70 hasta principios de los 90.
En muchos países el Estado dejó de ejercer sus funciones debido a que sus escasos ingresos fiscales le impedían cumplir como proveedor de servicios y no le permitía gestionar las tensiones regionales. Lo que tuvo consecuencias aún más demoledoras sobre la vida económica de esos países.
Los enfrentamientos étnicos han sido en la mayoría de los casos una consecuencia de la utilización de banderas étnicas en la lucha por el control del poder, lo que en algunas instancias transformó tensiones locales en sangrientos enfrentamientos a nivel nacional. Las acciones distributivas de color étnico también han exacerbado mucho la polarización étnica. Pero no hay ninguna relación entre diversidad étnica y evolución de las economías.
Los países que no han seguido el modelo descrito han crecido desde su independencia, algunos como Botsuana y Mauricio de forma muy vigorosa.
Y los países que a partir de mediados de los 90 han cambiado ese modelo, tras producirse un movimiento reformador que fracasó en algunos países pero avanzó en otros, han empezado a crecer (Ghana, Namibia, Tanzania, Ruanda, Etiopía, Mozambique, Uganda y Zambia). En esos países se ha reducido enormemente la intervención en la economía, han mejorado algo la calidad de la administración y la seguridad jurídica, y en la mayoría de ellos se ha reducido algo la corrupción.
La subida de los precios de las materias primas en la primera década del siglo XXI ha contribuido al crecimiento del PIB (de esos países y de otros productores de petróleo y de otros recursos naturales). Pero es posible demostrar que en los países mencionados se han dejado sentir los cambios en las políticas económicas. Ellos junto a Sudáfrica, Botsuana, Mauricio, y otros como Kenia (al que solo le falta estabilizar su conflictividad étnico-política), constituyen la esperanza de que la economía subsahariana pueda despegar. Pero el proceso, que por ahora solo afecta a menos del 40% de la población subsahariana, está aún lleno de fragilidades e incertidumbres.
Se ha producido un notable incremento en educación en los países africanos, pero se mantienen las notables deficiencias del sistema educativo, que tienen su origen en causas similares a las que han restringido el crecimiento económico. El estado de la salud en la mayoría de la región es deplorable, consecuencia en parte del bajo nivel de renta. Pero alguna pandemia como el sida no guarda mucha relación con la situación económica y está causando un retroceso en la esperanza de vida en algunos países y un deterioro en la distribución de su renta.
Carlos Sebastián acaba de publicar el libro Subdesarrollo y esperanza en África, Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores.