Venid a conocer la mirada de Mahmud
Mahmud tiene la mirada del niño que ya no es niño. La vida le ha sacudido dándole un mordisco demasiado pronto. A sus 10 años, se ha visto forzado a huir de su ciudad, Alepo, la más grande de Siria, convertida desde 2012 en un auténtico infierno por el asedio del sanguinario dictador Al-Assad.
A los que no quieren abrir sus brazos a quienes marchan dignamente hacia Europa, les pido, al menos, que se detengan a observar la mirada de Mahmud. Levanta el brazo y dibuja como puede una V de victoria, aunque su gesto no puede esconder el cansancio de quien ha huido de la guerra.
Mahmud acaba de llegar a Röszek por la frontera serbia, tras cruzar tres kilómetros a pie por las vías de un tren. Me pide que fotografíe su llegada. Se me parte el alma, pero sonrío como puedo, porque hay que darle fuerzas y mucho ánimo. Debe todavía sobrevivir al infierno de cruzar Hungría, la tierra en la que reina el primer ministro Viktor Orban, un populista xenófobo; un cobarde que se hace fuerte con el sufrimiento de los débiles.
Mahmud tiene la mirada del niño que ya no es niño. La vida le ha sacudido dándole un mordisco demasiado pronto. A sus diez años se ha visto forzado a huir de su ciudad, Alepo, la más grande de Siria, convertida desde 2012 en un auténtico infierno por el asedio del sanguinario dictador Al-Assad.
Más de cuatro millones de sirios, muchos de ellos niños, han abandonado el país desde el inicio de la guerra y la mayoría se encuentran acogidos en tres países vecinos: Turquía, Líbano y Jordania. Habéis leído bien: cuatro millones frente a los 160.000 que la Comisión Europea ha propuesto que repartamos entre todos los europeos.
Pero los ministros del interior de la UE que se han reunido en Bruselas este lunes no se han puesto de acuerdo. Representantes de Hungría, República Checa, Eslovaquia y Rumanía -países que han conocido en el pasado las dictaduras y los refugiados- han dicho que no. Y el resto, la gran mayoría, ha decidido no aprobar la propuesta sin su apoyo.
En Europa no podremos devolver su infancia a los miles de mahmuds, pero al menos, podríamos darles una nueva oportunidad para crecer en un terreno de paz y libertad. ¿Es esto pedir demasiado?
A los líderes europeos que nos avergüenzan con su miserable regateo de refugiados, que nos hacen sentirnos extranjeros en esta Europa paralizada frente a esta emergencia, les pido, al menos, que vengan a conocer a Mahmud y a los miles de mahmuds más que avanzan como pueden en su entrada a Europa por la frontera de Hungría. Que vengan a conocer la suciedad, el barro y la barbarie policial con la que les recibimos. Que tengan, al menos, el valor de mirarles a la cara.