La UE y eurovisión sin Portugal
Sería un error monumental que los progresistas abandonaran el europeísmo pensando en iguales términos que el operario de la revolución industrial que deseaba romper la máquina que amenazaba su puesto de trabajo. Por el contrario, lo que tienen que hacer es reforzarlo.
Portugal no enviará este año representante a Eurovisión para ahorrar, según informan los medios de comunicación. ¡Que intente algún dirigente de la Unión Europea explicar a los portugueses que el bochorno que van a pasar cuando se inicie ese Festival (piense cada uno lo que quiera de su calidad) no tiene nada que ver con Bruselas! No le darán ni cinco segundos para hacerlo y, si la cosa fuera por teléfono, le colgarían sin ningún miramiento.
El ejemplo lo dice todo a propósito del balance de la UE en 2012: parafraseando a Churchill al revés, un porcentaje cada vez mayor de ciudadanos cree que nunca tan pocos hicieron tanto contra (que no por) tantos: alejamiento de la edad de jubilación, bajadas de sueldos, descenso de prestaciones, recortes en el estado del bienestar, incremento del desempleo. Quien no quiera ver desde las instituciones europeas que eso es lo que está pasando en la opinión pública, es que ha decidido hacerse el ciego.
Nunca como en 2012 la UE había dado pasos tan importantes para completar el edificio comunitario precisamente en lo que le falta: la unión económica. Ahí están la entrada en vigor del Mecanismo Europeo de Estabilidad o la adopción de los acuerdos sobre la supervisión bancaria para demostrarlo, por no hablar de las decisiones anunciadas por Draghi el 6 de septiembre respecto a la compra de deuda pública de los Estados miembros en dificultades (que España ya debía haber aprovechado solicitando la activación de una línea de crédito preventiva, todo sea dicho). Todo ello puede haber tardado, ser insuficiente o contener defectos, qué duda cabe. Pero no por ello deja de ser positivo.
Lo malo es que la actual pérdida de credibilidad de la UE no radica en ese tipo de acuerdos, sino en la carga ideológica que la derecha europea -sin una respuesta alternativa suficiente hasta la fecha por parte de los socialistas en el Gobierno, más allá de Hollande-, muy mayoritaria en los gobiernos nacionales, la Comisión y la Eurocámara, ha conseguido establecer como un dogma inflexible en las decisiones de la Unión, tengan que ver con las condiciones para los rescates o con las grandes orientaciones de política económica: la austeridad por la austeridad.
Claro que ese mantra tiene un objetivo nítido: que los empresarios recuperen su tasa de beneficios y aumenten su competitividad reduciendo la parte de los trabajadores en la renta nacional, vía desempleo, bajada de salarios, empeoramiento de las condiciones laborales y debilitamiento del Estado del bienestar, es decir, a través de la nómina o de los presupuestos del Estado, sin que haya ni siquiera una bajada en los precios.
Se trata no solo de una visión alejada del modelo social pactado hace décadas por conservadores y socialdemócratas como base de lo que hoy es Europa, sino de un auténtico suicidio: en un mundo en el que el crecimiento pende siempre de un hilo, destrozar la demanda interna es como tirar a la basura el plan de pensiones. El círculo vicioso de la austeridad no solo golpea a la clase obrera en su acepción más amplia -desde el funcionario al trabajador de la metalurgia-, sino que terminará colapsando la ventas de quienes hoy hacen cuentas al modo del Scrooge dickensiano.
Eso sí, sería un error monumental que los progresistas abandonaran el europeísmo pensando en iguales términos que el operario de la revolución industrial que deseaba romper la máquina que amenazaba su puesto de trabajo. Por el contrario, lo que tienen que hacer es reforzarlo, abogando por una Europa (federal, con más democracia, con Tesoro propio, con presupuesto suficiente, con armonización fiscal, con unión social) que recupere su equilibrio (bastaría con eso) retornando al consenso político, lo que no significa otra cosa que poner límite a los recortes y activar políticas públicas y privadas de crecimiento y empleo.
¿Que cómo se consigue? Dejando de mirar a Merkel y a los juegos de salón para ilusionar con propuestas al votante -a la vuelta de la esquina se asoman las elecciones europeas de 2014- y presionando desde la sociedad en defensa de la unión política y social que debe ser la UE. Porque hoy, más que nunca, tenemos la obligación de defender la historia de éxito que representa frente a las políticas que la están colocando en el disparadero, presentando alternativas que la hagan avanzar con el apoyo ciudadano, no con su alejamiento.