El 'running' republicano. Yo, ya lo práctico
Con permiso de la delegada Cifuentes & Gran Hermano, además de plebiscitario y democrático, se puede practicar desde la más tierna edad. Yo hice la prueba y me funcionó. Cambié las canciones de Los Payasos de la Tele por La Marsellesa y mi calidad de vida mejoraró.
De entrada les diré que no es necesario gastarse la pasta en un equipo nuevo en una tienda de Decathlon. Sirven tanto la camiseta antiglobalización modelo Che Guevara como la de Vacaciones Cancún 2010. Ni tampoco se trata de correr como un descosido envueltos en la bandera tricolor la San Silvestre madrileña o la Maratón barcelonesa de El Corte Inglés. El running republicano, con permiso de la delegada Cifuentes & Gran Hermano, además de plebiscitario y democrático, se puede practicar desde la más tierna edad. Yo hice la prueba y me funcionó. Cambié las canciones de Los Payasos de la Tele por La Marsellesa y mi calidad de vida y pabellón auditivo tengo que reconocer que mejoraron notablemente. Lo intenté también con el Himno de Riego, pero cada vez que sonaba en mi radio-casete mi perro corría hacia el balcón para colgar la bandera republicana dando hurras a Azaña y Lluís Companys. Ahora hace lo mismo cada vez que oye el nombre del juez Castro por la tele.
Desde que me hice seguidor del running republicano no hay día en que no dé mi opinión o participe en una encuesta sobre el declive inexorable de la monarquía borbónica, los beneficios de un régimen presidencial y modelo federal o los efectos secundarios de las prótesis implantadas en los mayores de 70 años. Y no les cuento, el capítulo de firmas solidarias, lo tengo como el aforo de un concierto de Pablo Alborán. Yo, como creo que decía Blas de Otero, lo firmo todo. Si un día se me pide que Adena reconsidere tener en su presidencia de honor un monarca que practica la caza olímpica contra el reino animal -o contra todo elefante que mueva las orejas a cinco metros de su escopeta- ahí va mi firma. Si al día siguiente se me pide que su alteza y majestad sea declarado persona non grata en todo el término de Botsuana y alrededores, que no falte mi firma solidaria. Y que la princesa Corinna, de paso, sea despojada de todo título y de su ración de botox mensual, por colaboradora en la extinción de los parientes lejanos de Babar. Por firmar, hasta he firmado para que la princesa Letizia no repita más su chaqueta de Mango.
Esta princesa Corinna y señora estupenda,- que diría Alfonso Paso- siempre me ha parecido más cerca de una starlette de revista de Colsada que de alguien por donde se supone que fluye como un dulce torrente la sangre azul. Pero en estas cosas de la hemoglobina real ya se sabe que no es oro todo lo que reluce y hasta la mismísima reina Isabel de Inglaterra si le pusiéramos un delantal y unos manguitos podría vender unas excelentes tajadas de merluza en el Mercat de La Boquería. La monarquía tiene estas cosas, se les quita la corona o tiara real, y no somos nadie. Hasta resbalan y se caen las veces que haga falta. Y luego se operan en un plis plas y si hace falta, como los peces en el río, se vuelven, se vuelven, y se vuelven a operar.
En este running y runrún republicano en el que me encuentro sin vuelta atrás y hasta la meta final, he tenido que hacer grandes sacrificios, no se crean, y con gran dolor de corazón por mi parte. Entre otros, dejar de comprar el Hola en el quiosco de la esquina y deshacerme de mi colección de vídeos Mis bodas reales en una tienda de Cash & Converters. El único recuerdo que voy a guardar es el de la princesa Carolina de Mónaco envuelta en un Chanel y más sola que la una camino de la Almudena aguantando unos chuzos de punta que se diría enviados por un comando de meteorólogos republicanos.
El otro recuerdo a preservar en mi memoria real será para el que fuera Duque de Lugo- ¿o todavía lo sigue siendo? me armo un poco de lío con estas cosas- este caballero tan estilizado, que a pesar de su perfil de figurante del cuadro El entierro del Conde de Orgaz, le puso color, fantasía y Gucci a la casa real, que no es poco. Y hasta consiguió que las infantas desterraran las hombreras y las mangas de farol. Y aunque la alegría duró poco, en nuestro corazón fraternal y republicano, su recuerdo perdurará toda la vida.
Ya sabemos que el camino no será fácil y tendremos que vencer muchos obstáculos en la carrera de nuestro running republicano. Tendremos que aguantar una temporada más que doña Letizia como principal y único mérito vuelva a figurar en las listas de las mejores vestidas, que el príncipe Felipe -también como mérito más notable- siga siendo alto y rubio como la cerveza y que doña Sofía se haga la fotografía con el último oso panda nacido por inseminación artificial y nos ilustre de paso que el Palacio de la Zarzuela, a pesar de lo que puedan pensar algunos, no es una sucursal de la Federación de cazadores y matarifes del Reino de España.
Lo que no estoy dispuesto a aguantar, ni mi perro, ni mi estómago, ni mi lomo relleno de champiñones que me espera -si no hay cambios en el menú- es el próximo mensaje de Navidad televisivo. Porque la verdad, visto uno, vistos todos. Lo único novedoso sigue siendo la corbata del rey y el portafotos de atrezzo. Y para repeticiones, de momento, ya tengo preparada una selección de vídeos con Lo mejor de Los Simpson. Además, como familia la encuentro mucho más cercana y por supuesto, mucho más real.