Koa Bosco, la esperanza del fútbol italiano
El fútbol está lleno de éxitos y fracasos. Hablar de fútbol en Italia es hablar de fuerza, lucha, corrupción, racismo, pero también de esperanza, superación e integración. La historia del Koa Bosco, un equipo formado al completo por migrantes africanos, debería ser un ejemplo en otros países y en otras ligas, como la nuestra, pero una retirada del Koa Bosco sería una nueva derrota para el fútbol italiano y para el país, porque hay victorias que no se miden en goles
Yaya Diallo tiene veinte años, vive en Rosarno, y está loco por el fútbol. Es centrocampista, aunque juega de defensa. Llegó a Lampedusa el 4 de agosto de 2011, una fecha que jamás olvidará, igual que esta temporada, su primera con el Koa Bosco. En su cabeza, un sueño: ser el nuevo Yaya Touré.
Es domingo, el domingo es siempre un día muy especial en Rosarno, una pequeña localidad italiana situada en la costa calabresa. Los domingos hay partido, juega el Koa Bosco y ya nadie quiere perdérselo. Siguen en los primeros puestos de su categoría, tercera regional, pero su gol más especial es el que le están marcando al racismo.
Sus colores, el verde y el amarillo, son su seña de identidad. Un pasado africano que no quieren ocultar, ni olvidar. En su escudo, en cambio, la cruz y la medialuna se integran como signo de unión de dos culturas. El Koa Bosco es un equipo único formado íntegramente por jugadores africanos llegados a Italia a través de Lampedusa. La mayoría no tienen papeles, ni un hogar donde vivir. Algunos juegan para divertirse, otros, como Yaya o Keita sueñan con llegar a ser grandes futbolistas.
Se entrenan tres veces por semana, al caer el sol, tras trabajar largas jornadas en el campo, aunque para ellos el entrenamiento empieza antes de pisar el césped. El estadio que consiguieron está en San Ferdinando, a unos 8 kilómetros de Rosarno, distancia que deben recorrer en bicicleta o a pie. Aun así, al llegar al campo de entrenamiento reina el buen ambiente. Suena de fondo la música del Waka-Waka. Su entrenador, el único "extranjero", el italiano Domenico Mammoloti se muestra emocionado al hablar de sus jugadores y bromea en una entrevista a Sky Sport al contar sentirse un entrenador de Champions League aun entrenando a un equipo de tercera. En Rosarno se habla inglés, italiano y, sobre todo, el lenguaje universal, la pasión por el balón. Al terminar el entrenamiento, los jugadores reciben la mejor recompensa, un plato de comida y la posibilidad de darse una ducha con agua caliente. Antes, eso sí, de emprender el largo camino de vuelta.
El Koa Bosco es un equipo muy especial. Sus jugadores llegan de toda África: Senegal, Gambia, Costa de Marfil... Y sus historias emocionan. Llegaron a Italia a través de Lampedusa, perdieron y dejaron por el camino a familiares y amigos y muchos vivieron el conflicto con la temida N'drangheta. Hace apenas cinco años en Rosarno se registraron los peores enfrentamientos entre italianos y extracomunitarios. El pueblo calabrés de casi 15.000 habitantes se convirtió en una verdadera guerrilla urbana. Miles de temporeros vivían explotados y en condiciones infrahumanas, hasta que se rebelaron y se enfrentaron a la mafia calabresa tras el asesinato a tiros de varios compañeros. Empezó así la revolución de Rosarno y la tensión creció. Durante años se vivió una situación muy difícil para la convivencia entre los vecinos de la localidad y los inmigrantes.
Por suerte, la situación cambió y lo hizo gracias al fútbol. El párroco de la ciudad, Roberto Meduni, decidió crear un equipo formado íntegramente por jugadores extracomunitarios, para ayudarlos a integrarse e intentar rebajar así la tensión con los paisanos. Hoy, esos mismos temporeros son héroes para ellos. Tras los goles y las victorias se ven ahora aceptados y reconocidos por la sociedad. Partido a partido han empezado a disfrutar del fútbol y, al vestirse con la camiseta, han empezado a sentir que aquella es ahora también su casa. Y no solo en Calabria: grandes equipos como la Juventus han celebrado esta iniciativa e incluso hace un año llegaron a invitar a todos sus jugadores a Turín, un sueño para ellos. Los medios de comunicación se hacen eco de esta gran esperanza para el futuro del calcio. Han recibido grandes premios por el importante trabajo de integración que están realizando y por los magníficos resultados deportivos. Pero no es oro todo lo que reluce. Encontrar un patrocinador para el equipo ha sido casi una misión imposible, y el sueldo de los jugadores se limita a la solidaridad de sus vecinos, un brick de leche o un paquete de arroz.
Además, no todos los italianos ven con buenos ojos este proyecto y muchos domingos los jugadores deben escuchar insultos racistas en los estadios. Hace unas semanas, cansados de recibir agravios por parte de la afición rival iniciaron una brutal trifulca en el campo. El equipo tuvo que ser escoltado hasta Rosarno para evitar males mayores. Tras un año de victorias, las ofensas no cesan. Su presidente, Roberto Meduni, reconoce a los medios que aunque se han acostumbrado a oír insultos, empiezan a estar ya cansados. Amargamente explica que terminaran el campeonato, pero no saben si seguirán el próximo año: "Nos sentimos demasiado solos".
El de Rosarno es uno más de los equipos que podría desaparecer por la ignorancia y la violencia de unos pocos individuos. El fútbol está lleno de éxitos y fracasos. Hablar de fútbol en Italia es hablar de fuerza, lucha, corrupción, racismo, pero también de esperanza, superación e integración. La historia del Koa Bosco debería ser un ejemplo en otros países y en otras ligas, como la nuestra, pero una retirada del Koa Bosco sería una nueva derrota para el fútbol italiano y para el país, porque hay victorias que no se miden en goles.
Las imágenes de este artículo son de la página de Facebook del equipo