Evasión o victoria
Las exigencias económicas que se están imponiendo a las sociedades llevan asociado el debilitamiento de nuestro modelo de convivencia democrática. El término rescate va asociado inexorablemente al término secuestro.
Estoy escribiendo estos párrafos -con los que inicio mi colaboración en la edición española de El Huffington Post, por invitación, que agradezco, de Montse Domínguez- en la mañana del día en que se juega el partido de cuartos de la Eurocopa entre Grecia y Alemania. El clima en el que se va a celebrar el encuentro traspasa lo deportivo, por la situación de Grecia y la posición del Gobierno alemán en relación con el rescate heleno.
Estas circunstancias me han traído a la memoria una película de principios de los 80, dirigida por John Huston, cuyo título en español es Evasión o Victoria. Narra un partido de fútbol entre un grupo de prisioneros aliados y una selección del ejército alemán de ocupación en París. El decantamiento emocional por el equipo de los prisioneros es irresistible. Hoy Grecia evoca ese sentimiento. Debe quedar claro que el fútbol es fútbol, como dijo Boskov. Por tanto, toda mi admiración, no sólo respeto, a la selección griega y también a la potente selección alemana, representante de un país profundamente democrático. Su equipo refleja la nueva realidad de los pueblos de Europa, ya que entre sus mejores jugadores hay fútbolistas alemanes de ascendencia polaca, tunecina, turca, o con doble nacionalidad alemana y española.
Por lo tanto que gane el mejor.
El recuerdo de la película lo provoca una declaración de la Sra. Merkel tras conocerse los resultados de la elecciones en Grecia, que refleja a la vez el sí al euro y el no al sufrimiento del rescate, afirmando: "En la UE siempre hemos mantenido que unas elecciones no deben poner en cuestión la continuidad de lo que se había acordado".
Esta frase tiene miga. Seguro que la Canciller no ha querido dar a entender que las elecciones democráticas tienen una escasa utilidad para orientar el destino de los pueblos. Porque, si esto fuese así, se debería de advertir, para que la gente lo conozca previamente, que el término rescate va asociado inexorablemente al término secuestro. Que un rescate financiero, llevaría aparejado la requisa de la capacidad de decisión democrática de un país y que la victima debe desarrollar el síndrome de Estocolmo, o sea, pasarse al bando de los secuestradores. Dejarse ganar. En la historia de los secuestros encontramos algún caso de este tipo. Uno de los más notorios fue el de la nieta del magnate Randolph Hearst, Patty Hearst, que acabó enarbolando la bandera del denominado Ejército Simbiótico de Liberación y empuñando una metralleta, como terrorista, acompañando a sus captores.
Sin embargo, en la mayoría de los casos, el secuestrado desarrolla un sentimiento de temor y repulsión hacia quienes lo retienen contra su voluntad, que sólo puede ser borrado por el tiempo, mucho después del episodio. Algo parecido ocurre entre los pueblos, cuando a los ciudadanos se les imponen severos sacrificios económicos y de cuyo origen no son responsables, sino también víctimas. Es una burla pretender condicionar su capacidad de respuesta democrática y pedirles que abracen al secuestrador.
Las exigencias económicas que se están imponiendo a las sociedades llevan asociado el debilitamiento de nuestro modelo de convivencia democrática. Algo que resulta extremadamente inquietante. Esta es una cuestión que debería preocupar a los representantes de las instituciones europeas y a los gobernantes de los países de la Unión, más allá de su posición ideológica, simplemente como demócratas. No podemos observar el ascenso de los partidos de extrema derecha en los últimos procesos democráticos como una anécdota.
La democracia y la moneda única son la cara y la cruz de la Europa que queremos construir. Si os fijáis, en los billetes veréis que justo debajo de la denominación EURO, a modo de sombra, está la misma palabra pero en letras griegas: EYPΩ. La democracia griega y la economía social de mercado. La Europa que lucha por la mejora de las condiciones de vida y de trabajo de sus ciudadanos y por el avance de la democracia. El futuro del euro está en favorecer el progreso y la cohesión social. No lo concebimos de ninguna otra manera.