Un clavo llamado Leo
Guardiola creó un equipo invencible cuando muchos le daban por muerto a las primeras semanas, y Martino, con sus novedades, puede aportar aire nuevo a un sistema algo resacoso. Si el invento no funciona, la fórmula está clara. Balones a Leo, que las mete de tres en tres.
Hay veces que un partido de fútbol provoca cierto nerviosismo inicial. Es aquel cosquilleo interno que informa minutos antes de un encuentro que una derrota no será bien digerida o que un exceso de emoción puede ser dañino para la salud. A pocas horas del debut europeo del Barcelona, es muy probable que nadie en la ciudad sintiera nada de esto a la espera del partido. Y eso que llegaba el Ajax, un equipo con cuatro trofeos continentales pero con poco presente, y a quien la historia había negado una visita oficial al Camp Nou hasta el pasado miércoles. Solamente el regreso a casa de Bojan podía inspirar cierta sensibilidad maternal, pero su retorno no destacó a pesar de su nuevo peinado a lo Cristiano Ronaldo.
Precisamente el portugués había sido protagonista el día anterior en la orgía de goles que su equipo consiguió en la segunda parte ante el Galatasaray. El astro madridista consiguió un hat-trick en la segunda mitad y envió un mensaje al mundo para reivindicar sus opciones para el próximo Balón de Oro.
Y el mensaje llegó. ¡Vaya si llegó! Lo debería ver Leo Messi y los miles de barcelonistas pegados al televisor para ver, ni que sea del Madrid, el único partido en abierto de la Champions. Cuando el portugués se llevó el balón como premio por su gesta goleadora, muchos aficionados azulgrana se hicieron la misma pregunta: "¿y cuántos meterá Leo mañana?". Ellos mismos intuían la respuesta, que el propio argentino les confirmó el día después.
Messi funciona así. A base de estímulos personales. Y si provienen de la capital, mejor que mejor. No hay persona más capaz que el portugués para sacar lo mejor del diez azulgrana. Puede estar medio partido de paseo o cabizbajo, pero en el momento más inesperado un shock sacude el estadio. Messi, sin haber estado, ya ha marcado. Y ante el Ajax metió tres. Como Ronaldo. Y eso que no está al cien por cien ni mucho menos.
La grandeza de La Pulga es tal que sus propios logros pueden difuminar la realidad del equipo, aún verde e inmerso en un claro proceso de reconstrucción. El camino propuesto per el Tata Martino desprende una evidente diferenciación del estilo de los últimos años, lo que levanta suspicacias de los guardiolistas más inflexibles. Y en Barcelona, de estos hay muchos.
La nueva verticalidad del equipo genera cierto descontrol por la voluntad de ganar metros físicamente, a la carrera, y el efecto acordeón provoca que la retaguardia quede desnuda lejos del abrazo de Busquets, demasiado solo. El centrocampista catalán no llega a cubrir los espacios que sus compañeros dejan al abalanzarse al ataque, y la defensa sufre en cuanto el rival monta una contra. Hasta el momento ningún equipo ha conseguido daños aparentes, ya sea por la suerte o por Valdés, pero no es lo mismo jugar contra un Ajax imberbe que ante cualquier rival de más categoría, llámese Manchester United, Bayern, o el mismo Real Madrid.
A diferencia de la monorítmica sardana de Guardiola y Tito, el tango planteado por Martino promete pasión sureña, capaz de alternar momentos brillantes de juego con situaciones de auténtica confusión. No está muy acostumbrado a este tipo de espectáculos el aficionado barcelonista de toda la vida. El objetivo primordial es ganar. El secundario es jugar bien. Y el suplementario busca el reconocimiento prójimo. A veces se confunden según el momento, y es muy posible que una derrota sea menos derrota al oír aquello de "el Barça sigue siendo el mejor club del mundo". Se dice que los catalanes somos así. Algo orgullosos. Podemos perder, pero al menos lo haremos con elegancia.
El problema es que la filosofía del club ha traspasado tantas fronteras que actualmente parece un sacrilegio hablar cualquier idioma que no sea el del tiki-taka. Es como mezclar los dos objetivos prioritarios para convertirlos en uno solo. "Hay que ganar jugando bien". Si no, ya no vale. Y muy a su pesar, el Tata está pagando las consecuencias de ser el primer técnico post-Guardiola, incluyendo el año de récord de Vilanova. El equipo de Martino ha alzado un título y no ha perdido ningún punto en todas las competiciones oficiales, pero el número de taconcitos por minuto es inferior que hace unos años. Y esto, en un Camp Nou acostumbrado al caviar, cuesta de vender por injusto que parezca.
La duda es: si el Barcelona lo gana todo sin haber encontrado la tecla, ¿de qué será capaz cuando todos los instrumentos suenen en armonia? Guardiola creó un equipo invencible cuando muchos le daban por muerto a las primeras semanas, y Martino, con sus novedades, puede aportar aire nuevo a un sistema algo resacoso. Si el invento no funciona, la fórmula está clara. Balones a Leo, que las mete de tres en tres.