¡Que corran los maletines!

¡Que corran los maletines!

Poner precio a una victoria no tiene nada que ver con pagar una derrota. La competición queda adulterada cuando el resultado está pactado. Pero cobrar por ganar estimula el triunfo, no lo garantiza. No confundamos los conceptos.

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Foto: ISTOCK

Hace unos años una amiga me contaba lo bien que estaba con su novio, y lo mucho que le gustaba acabar en la cama de algún ardiente desconocido. Me explicaba, como si fuera la protagonista de uno de los libros de Helen Fisher, que en la vida sucedían cosas que eran incontrolables y lo mucho que disfrutaba de su anfetamínica situación.

Lo curioso del caso es que con los meses, su novio, el cornudo, acabó siendo también mi amigo. A la quinta cerveza de una noche cualquiera me aseguró que la relación con mi amiga, su novia, tenía un largo recorrido a pesar de algunas esporádicas recaídas amatorias con su ex, que ya se sabe que los traumas son difíciles de superar, claro; pero que de veras estaba enamorado de su novia, mi amiga; y que eran felices y el tiempo aclara las ideas.

El tiempo no solo no curó nada, sino que catalizó las mentiras que había entre aquellos dos jóvenes desenfrenados. Al cabo de poco, rompieron y desaparecieron de mi vida. En aquel período, librados del papel de guardianes confidenciales, las amistades comunes compartimos aquellos poligámicos secretos y nos dimos cuenta de que, ¡oh, sorpresa!; no éramos los únicos confesores. La mayoría sabía lo que pasaba entre aquellos novios que desembuchaban tanto como copulaban en cama ajena. Pero todos asumimos la discreción propia de los amigos y actuamos como actúan los cómplices. Con el silencio de los cobardes.

Pocos se alarmaron por el chorreo monetario que los patrocinadores hubieran mandado a la Selección en caso de una segunda estrella en Brasil.

La historia me vino a la cabeza el día que Javier Tebas, el presidente de La Liga, dijo aquello de "las primas a terceros van contra la integridad del fútbol". Bueno, primero me reí, y luego pensé en ella. Como si el fútbol brillara por su integridad y sus valores humanos. Durante la última semana han salido presidentes de clubes para reivindicar aquello que llaman "profesionalidad". ¡Ellos nunca aceptarían dinero de terceros, cómo se atreven! Ya sabemos todos que los profesionales del balón viven de la ética, la moral y la integridad. La economía y la pasta gansa son secundarias. Y no les acuse de peseteros, oiga. No hablo (solo) de los jugadores, que en el palco se vive muy bien.

Negar los maletines es actuar con el silencio de los amigos de los adúlteros. Nada por aquí, nada por allá; y hasta la próxima visita, que es tarde y los señores querrán irse. El problema es que se criminaliza una práctica habitual en el mercado económico y social: el incentivo. Poner precio a una victoria no tiene nada que ver con pagar una derrota. La competición queda adulterada cuando el resultado está pactado. Pero cobrar por ganar estimula el triunfo, no lo garantiza. No confundamos los conceptos. Pocos se alarmaron por el chorreo monetario que los patrocinadores hubieran mandado a la Selección en caso de una segunda estrella en Brasil. Pero si mal no recuerdo, las cosas no salieron como muchos querían.

El Madrid puede que pagara al Granada para vencer al Barça y los catalanes al Deportivo para tumbar a los blancos. Pero si fue así, sus maletines, ni que fueran legales, habrán sido incapaces de asegurar triunfo alguno. Los madridistas, en concepto de hipotéticos perdedores, habrán tenido que devolver sus sobres rellenos de billetes a la caja fuerte del club. Dinero convertido en papel mojado, quién lo diría. Cuando el balón está por encima del dinero, aún hay esperanza. Que corran los maletines. No saben ganar.