Perfiles oscuros (II): Mimar a la uzbeka
Para mantener a raya a los clanes y a la oposición, Karimov maneja unos servicios secretos hipertrofiados e hiperbrutales (tortura y métodos medievales como hervir vivos a los enemigos).
Cuando ataca la soberbia, tener hijos se convierte en una cruzada por la eternidad: garantizar que nuestros genes seguirán dando guerra como si el mundo no fuese a sobrevivir sin ellos. Es la misma idea primitiva de preferir tener hijos a hijas, favorecer al primogénito y rechazar al bastardo. La misma idea que motiva las monarquías: sólo mi sangre puede reinar.
En este contexto, pasado y futuro desgarran al individuo: el padre, temeroso de que su hijo no alcance su nivel de excelencia, le pone peldaños de oro para que se acostumbre a ser importante. El hijo, mimado y agobiado por la sombra de su padre, intenta sobresalir y mandar y desarrolla problemas de arrogancia. ¡Cuántos casos han dado imperios y corporaciones y familias caciquiles! Ahorrándonos un largo ranking, podríamos decir que uno de los ejemplos más excéntricos del mundo está en Uzbekistán, donde (quizás a falta de varones) la hija mayor del tirano ha alcanzado un nivel de poder y notoriedad inédito hasta en las peores dinastías.
Arriba está Islom Karimov: un apparatchik criado en un orfanato de Samarcanda, elevado al poder casi de rebote a finales de los ochenta y mantenido desde entonces a base de sangre y favores. Ya sabemos que el robo y la represión devoran Asia Central, pero la dictadura uzbeka ha logrado llevar el terror unos grados más arriba que sus vecinos.
El presidente de Uzbekistán hace las cosas "a su manera" Foto: (cc) sludgegulper/Flickr.com
Para mantener a raya a los clanes y a la oposición, Karimov maneja unos servicios secretos hipertrofiados (según la especialista Kathleen Collins, podrían emplear hasta un tercio de la población activa) e hiperbrutales (tortura y métodos medievales como hervir vivos a los enemigos). El otro gran dolor de cabeza es el islamismo que emana del valle de Ferganá y que inspira medidas brutales (matanza de Andiján) y colaboración intermitente con Washington). Coronando tamaños horrores, cada año al menos un millón de niños son forzados a trabajar como esclavos en los campos de algodón, principal fuente de ingresos de la mafia-Estado.
Delante del horror hay una barrera de oro, bordados y colores chillones encarnada por Gulnara Karimova, la persona más poderosa de Uzbekistán después de (y gracias a) su padre, cuyos peldaños de oro la han llevado al cielo. Gulnara, "caótica, temperamental y caprichosa", participa compañías de telecomunicaciones, transporte, agricultura, minas y energía; tiene licenciatura y doctorado por la Universidad de Tashkent y máster en Harvard; es embajadora ante Naciones Unidas, diseñadora de joyas, filántropa y estrella del pop.
Su brillo de purpurina sedujo a estrellas del Oeste; Sting, Rod Stewart y Julio Iglesias han cantado con o para ella, y el Barcelona de Joan Laporta se hermanó y jugó un par de amistosos con el equipo de la "Princesa de Uzbekistán" por cinco millones de euros. Sin embargo, para disgusto dinástico, el pueblo uzbeko la detesta.
A tanta negrura y vanidad oponemos dos actos heroicos. Primero: el embajador británico en Uzbekistán entre 2002 y 2004, Craig Murray, denunció desde el principio las prácticas de los Karimov y exigió a su país y a los Estados Unidos, en público y en privado, que dejasen de colaborar con este "régimen fascista". Murray fue premiado con la expulsión del cuerpo diplomático. Hoy milita por los derechos humanos.
Segundo acto heroico: el sobrino del presidente Karimov, Jamshid Karimov, tomó un camino alternativo al de su prima; en lugar de abrazar un porvenir de gloria y desmesura, se hizo periodista. Se especializó en derechos humanos. Desapareció en enero.