'Vooyeur' y 'Obscenum': lo llaman sexo pero es amor
Coinciden en la cartelera madrileña dos espectáculos cuyo reclamo es el sexo: Obscenum y Vooyeur. La primera es un estreno en el Teatro Galileo de Madrid. La segunda es una reposición que, desde su estreno este año en la misma sala, no ha dejado de recorrer la escena madrileña hasta acabar en la mismísima Gran Vía.
Foto de Vooyeur cedida por Grupo Smedia
Coinciden en la cartelera madrileña dos espectáculos cuyo reclamo es el sexo. Se anuncian con imágenes que hacen, de una forma u otra, referencia a mostrarlo, a enseñarlo en escena. Las obras son: Obscenum y Vooyeur. La primera es un estreno en el Teatro Galileo de Madrid. La segunda es una reposición que desde su estreno este año en la misma sala no ha dejado de recorrer la escena madrileña hasta acabar en la mismísima Gran Vía ganándose "coito a coito" (simulado) la confianza de los programadores por la buena respuesta de la crítica y mejor todavía de la taquilla. Confirmando que el sexo vende, también, entradas de teatro.
Vooyeur reivindica el juego sexual. La alegría de vivirlo. La diversión que se encuentra en toda fantasía y en su realización con la pareja. Con el otro. Con la otra. Y, ¿por qué no? Con un tercero o tercera. Es una obra vital. Alegre. Divertida. A la que, tal vez, le sobra la excusa intelectual de la lujuriosa Lilith, la primera mujer de Adán (sí, han leído bien, y si no se lo creen, consulten la Wikipedia). Figura que abre y cierra el espectáculo con el típico discurso reivindicativo pseudopoético sobre sexo. Que dificulta al principio y corta al final el buen rollo que en general producen el resto de sketches.
Foto de Obscenum cedida por Grupo Smedia
Obscenum va justo en la dirección contraria. Se declara más rompedora. Un espectáculo sin tapujos para épater les bourgeois, si es que la crisis ha dejado burgueses que epatar. Desnudos integrales. Tetas al aire. Bragas fuera. Calzoncillos, también fuera. Para mostrar miembros y miembras. Transgenders. Drogas y pop. Arte y partes. Y, como suele suceder, la fuerza se les va por la boca. Como un champán algo barato y vulgar que pierde rápidamente las burbujas y con ellas el interés en acabarlo.
La diferencia la marcan los elencos. En los dos montajes son mejores las actrices, como interpretes y como cuerpos. Aunque, en Vooyeur ellos mantienen el nivel y el tipo ante ellas casi de igual a igual. Y, la verdad, es que da palo decir algo malo de los actores y actrices de Obscenum. Primero, por su compromiso con la obra. Lo dan todo, incluso aunque alguno parece que no se siente cómodo desnudo, se empelota como el que más. Y encima saben tocar instrumentos y cantar. Lo de bailar es otra cosa. Sin embargo, es una pena que a veces no se les entienda lo que dicen, al menos en los asientos posteriores. No se sabe si es porque proyectan mal la voz o por la acústica de la sala.
Vídeo de Vooyeur cedido por Smedia
Lo que queda claro es que el sexo basta para vender entradas, pero no para mantener a los espectadores atentos al escenario. Que al buen sexo en escena le hace falta un texto y una dramaturgia. Los que tiene Vooyeur y los que le faltan a Obscenum. No solo es que la primera sea una celebración. Ya se sabe que el humor y el placer venden. Sino que los de Vooyeur saben de qué están hablando, qué se traen entre manos y qué y para qué lo están contando.
Mientras, a Obscenum le pierde ese hincapié en mostrar tetas, pollas, culos y coños y meter, sí o sí, unas melancólicas y bonitas canciones indies (¿a cuento de qué esa canción final sobre drogarse?) y, de nuevo, como con la Lilith de Vooyeur, unos textos reivindicativos, pseudopoéticos e intelectualoides reclamando la diversidad de género y de sexo. No confían, para contar todo esto, en esa pequeña, ordinaria y vulgar historia de amor y desamor que se produce entre Eme, la stripper, y Efe, el raro fotógrafo de primeros planos de partes del cuerpo, incluidas las partes pudendas, en el normalizado ambiente de un peepshow.
Así que Vooyeur seguirá reclutando públicos allí donde se monte. Y Obscenum seguramente no. Aunque esta obra tiene material para, trabajado de otra manera y reducido, gustar. A la música y sus actores hay que añadirle una escenografía, sencilla, eficaz y bonita y el material dramático para que su historia interese como lo que es, una historia de amor y, por lo tanto, una historia con sexo. Sexo diverso y, a veces, confundido, confuso y sucio. Alda Lozano, una actriz, una cómica, que no debería pasar desapercibida a los ojeadores de estrellas, presente en los dos montajes podría ser la correa que transmitiera el arte de Vooyeur a Obscenum. Si van a ver cualquiera de las dos entenderán por qué lo digo.