Lo que nunca te conté ni te canté
Madrid tiene su Frinje, con jota. Festival que, a pesar del calor veraniego con el que siempre coincide, atrae una marea de profesionales, jóvenes en edad y/o en espíritu, a las Naves del Matadero de Madrid, y que a poco que uno se deje, es capaz de ofrecerle belleza y emociones.
¿Conocen el Frinje? Frinje viene de Fringe. Fringe es el festival alternativo que se producía y se produce alrededor del prestigioso festival oficial de teatro de Edimburgo. Donde se presenta lo más novedoso, lo que todavía no se ha metido en el mainstream, lo que se desconoce o que, por arriesgado, todavía tiene que mostrar su valía en el mercado y que hay que mostrar a programadores y al público más innovador, molón, guay y cool.
Y que, si triunfa, pone el cartel de "no hay entradas", etc., acaba atrayendo el interés de la crítica y, claro está, de los directores artísticos de los teatros, abriendo la puerta a las giras y al gran público.
Madrid tiene su Frinje, con jota. La jota es empeño de Pérez de la Fuente, el director actual del Teatro Español y de las Naves del Matadero, en honor a Juan Ramón Jiménez y su particular cruzada por esta letra. Y con esa flamante jota, ha convocado a un público más bien joven, de aspecto alternativo, aniñado, con pantalón corto y camiseta a rayas, "chorts" y chanclas, que busca otra cosa. Que marca tendencia.
Convocados a un campus teatral en el que hay encuentros, talleres, cursos y teatro, mucho teatro, poco convencional, al menos en apariencia. Una campus party en la que los ordenadores han sido cambiados por la máquina teatral. Y también se juega, un juego corporal, un juego presencial, no un juego virtual ni en la Red, en el que no se evita el roce con la piel ni el calor, ni el sudor, ni el agradable olor de lo humano.
Festival que, a pesar del calor veraniego con el que siempre coincide, atrae una marea de profesionales, jóvenes en edad y/o en espíritu, a las Naves del Matadero de Madrid, y que a poco que uno se deje, es capaz de ofrecerle belleza y emociones. Lo que ofrecieron el jueves 23 de julio los alumnos de la muestra final del taller Doce canciones de amor desesperadas.
Algo que se intuía, pues el taller lo dirigía Carlota Ferrer, directora teatral, coreógrafa y actriz que se lo está llevando todo con Los Nadadores Nocturnos, hasta el Max 2015 al espectáculo revelación, y las mejores críticas con su Fortune Cookie (incluidas comparaciones con Robert Lepage). Y en este caso, se llevó grandes aplausos del público asistente, entre los que se encontraba el director de cine David Trueba. Expectación que se tradujo en una larga cola para entrar en los dos únicos pases programados, y en gente que se quedó fuera intentando que la jefa de sala les dejara pasar.
Y claro que merecía la pena tratar de convencer a la jefa de sala. Pues los que tuvieron la oportunidad de entrar se encontraron con un elenco que combinaba la energía, la belleza y el saber hacer de los cuerpos y las voces de menos de 24 años con la energía, la belleza y el saber estar de los cuerpos y las voces de más de 60. Cuerpos que ocupaban la hermosa instalación Europa: pasajes de invierno de Florentino Díaz, hecha con puertas blancas, viejas, con historia y con solera, encontradas en contenedores, para bailar, cantar y contar lo que nunca dijeron a sus parejas.
Cuerpos reunidos para hablarse del amor y para dirigirse a un público que lo mismo les reían las historias que las callaban. Un silencio que era una tensión. La de los que han vivido esas historias de amor que se cuentan y se bailan en escena, la misma decepción o el mismo subidón. Historias que se callaron porque todo se resume en un "¡te quiero!" que nunca dijeron.
Porque es lo que en la vida ni se cuenta ni se canta. Sólo se siente, ya tengas 24 o 60, en todo el cuerpo. Se siente y se desiente. Menos mal que queda el amor. Y todas esas canciones desesperadas que lo acompañan.