'Fuera de juego', o un indignado que se lo monta
Se (re)estrena Fuera de Juego, de Enzo Cormann, en Teatro del Barrio. No podía tener mejor lugar de acogida, ya que se trata de lo que se podría llamar teatro social, igual que hace unos años se llamaba cine social a ese cine interesado en contar y denunciar los aspectos más oscuros de nuestra realidad económica y, valga la redundancia, social. El cine que practican Fernando León de Aranoa, Ken Loach o los hermanos Dardenne, por poner tres claros ejemplos que siguen en el candelero y produciendo. Y es que hay mucha oscuridad que contar.
Esta es la oscura realidad de un ingeniero que, tras realizar durante muchos años un buen trabajo, un trabajo que es reconocido en su empresa, es despedido. Un hombre normal, un tipo corriente y moliente al que sus vecinos describirían como buena gente. Un tipo al que interpreta Ion Iraizoz con la credibilidad y la verdad necesarias para entenderle cuando interactúa con los muchos personajes que interpretan sus versátiles compañeros de escena, Mikele Urroz y Juan José Rodríguez (imposible olvidar su rata, pero menos su secretaria con barba y todo).
Historia que sucede, como muestran los videos que se proyectan sobre los estores que ocupan el fondo de la escena, en una sociedad entretenida en construir edificios y destruirlos. Una sociedad inmobiliaria. Una sociedad que construye para hoy, para el momento, para el presente. Una sociedad mindfulness en la que nada importa lo que fueras o lo que puedas ser. Que susurra 'vive hoy, aquí y ahora' , como la manera de luchar contra cualquier angustia, contra cualquier estrés.
Teaser "Fuera de juego" - La Caja Teatro de Ion Iraizoz en Vimeo.
El protagonista se niega a ese presente que le quiere proporcionar una "job store", una "tienda de trabajos" que, después de dos años de paro, le ha encontrado un "curro". Limpiar alcantarillas, limpiar, metafóricamente, la mierda de esa sociedad en la que vive y convivir gran parte del día con las ratas. Es la solución que se le ofrece ahora a la clase media que antes vivía con cierta comodidad. Casualmente, a la clase media más concienciada y comprometida. La que cree que todavía es posible la justicia social, la dignidad. Esa que adelgaza poco a poco en las sociedades desarrolladas y sigue siendo muy magra en los países en vías de desarrollo. La que suele votar socialdemócrata. Cada vez menos, pues en este mundo del presente, la clase media está desapareciendo.
Una sociedad que no solo le ofrece esa solución, sino las herramientas para abrazarla y para quererla en forma de coaches, entrenadores personales, y consultores, profetas de la nueva fe. Para que haga suya una visión realista de las cosas (vs. idealista) para que el protagonista entienda a una sociedad que ha decidido no aprovechar ni sus conocimientos ni su experiencia, una sociedad que de nuevo le susurra o le dice metafóricamente que no lo necesita como ingeniero, sino como capataz, mando intermedio, manager de barrenderos. Incluso, que lo necesita como el barrendero mismo.
Una fe realista que, según este montaje, aprende y se entretiene con (malas, por mucho que digan los críticos) series televisivas. Individuos que escapan con series (y libros, y películas, y programas de televisión) llenas de mafia, prostitución, asesinato, (mucho) sexo (antes que amor), drogas y ruidoso rock'n roll. Una más que dudosa ficción a la que se enchufan voluntariamente en cualquier momento gracias a las nuevas tecnologías.
¿No es para volverse loco? ¿No es para defraudar a tus vecinos, dejando de ser ese tipo normal y corriente y convertirse en noticia, dejar de ser una estadística? Un hombre que llegó a un mundo y al que se le entregó la promesa, o el encargo, de dar la vuelta al mundo. Promesa que otros entendieron como darle la vuelta al mundo, volverlo del revés.