No es la desigualdad; es la explotación
El empeño de la izquierda (o de cierta parte de ella) en centrarse en la desigualdad es completamente comprensible; pero que no espere que movilice a nadie. El problema no está en cómo de desiguales somos, sino más bien en cuáles son las consecuencias de dicha desigualdad en términos de las posibilidades de explotación de unos por otros que la misma ofrece. Esta es la clave del asunto, y en ello se debería centrar la agenda política de la izquierda española y global.
El libro de Thomas Picketty, Capital in the XXIst Century, es simplemente excelente. Pickety radiografía el estado de las economías occidentales desde una perspectiva que la ciencia económica moderna, imbuida del paradigma neoclásico, había olvidado casi completamente: el de los efectos del desarrollo de dicho sistema sobre la igualdad. La conclusión es que, en los albores del siglo XXI, el capital ha alcanzado cotas de acumulación cercanas a las existentes previamente al inicio de la I Guerra Mundial y que, paralelamente a este proceso, se ha producido otro en el que las sociedades capitalistas reparten cada vez de forma más desigualitaria la riqueza que se va generando.
El libro ha sido calificado por algunos de marxista. Piketty (quizá de manera algo precipitada: parece que si a un economista le cuelgan el sambenito de que es marxista deja de ser reconocido en la profesión) ha refutado tal afirmación diciendo que él no es marxista. Sin embargo, el libro abunda en la creciente ola de resurrección si no del marxismo, sí de Marx. Como sabemos, Marx predijo que el capitalismo tenía una tendencia estructural a la acumulación del capital. También predijo que esa tendencia sería la que acabaría eliminando al capitalismo de la faz de la tierra. Piketty, por su parte, nos dice que existe evidencia suficientemente contrastada de lo primero, mientras que lo segundo, por ahora al menos, no se ha verificado. Antes al contrario: parece que nuestras actuales sociedades son más capitalistas que nunca, con lo que quizá la causalidad va en un sentido diferente al pronosticado por Marx: la acumulación de capital no iría contra el capitalismo, sino más bien a favor de él.
Este es un dato relevante, que no forma parte sin embargo del análisis fundamental del libro. Piketty se centra en los efectos que tiene ese proceso de acumulación del capital y de la riqueza en general sobre la desigualdad, pero no analiza sin embargo la relación que existe entre ese proceso de acumulación y la propia supervivencia, cuando no el reforzamiento del capitalismo. A mi juicio, sin embargo, la clave está en lo segundo, no en lo primero. Veamos por qué.
Como Picketty nos recuerda una y otra vez en su libro, en realidad la cuestión de la desigualdad no deja de ser sino un "orden de magnitud" (Picketty, 2014:64). Por ponerlo de la manera más sencilla posible, lo que hacen los índices de desigualdad es comparar la renta (o la riqueza) de la persona más pobre y más rica en una sociedad. Esos índices no nos dicen nada, sin embargo, sobre cómo de pobre es la persona más pobre de esa sociedad. Hay otros índices que sí lo hacen, pero en ese caso, la comparación entre el más rico y el más pobre no nos vale de nada. Son dos cosas diferentes, pues. A mi juicio, es más importante la segunda que la primera; y solamente es importante la primera en tanto en cuanto afecta a la segunda.
Pongamos un ejemplo sencillo. Imaginemos una sociedad A en la que el más pobre gana 2000 euros mensuales y el más rico gana 100 mil euros mensuales. Es una sociedad muy desigual: el más rico gana 50 veces más que el más pobre. Sin embargo, una renta de 2000 euros al mes es un ingreso que no está en absoluto nada mal. Estamos en una sociedad muy desigual, cierto; pero nadie haría una revolución por ganar "solamente" 2000 euros al mes.
En nuestro país B, sin embargo, el más pobre gana 100 euros al mes, mientras que el más rico gana 2000 euros al mes. Se trata de una sociedad mucho menos desigual que la sociedad A, puesto que el más rico "solamente" gana 20 veces más que el más pobre (mientras que la diferencia era de 50 veces en la sociedad A). Sin embargo, vivir con 100 euros mensuales (es decir, unos 3 euros diarios) sitúa en el umbral de la pobreza al más pobre del país B. Ahí sí que es posible pensar que en B podría haber una revolución, porque vivir con 3 euros al día es intolerable en cualquier sociedad contemporánea. Paradójicamente, habría más opciones de revuelta en B, que es menos desigual, que en A, que es mucho más desigual.
¿Vivir con 100 euros al mes equivale a ser explotado? Sin duda, pero veamos cuál es el mecanismo que hay detrás de esa explotación. En el país B, la persona que gana 2000 euros, podría ser una persona completamente benévola, mientras que en el país A, la que gana 100 mil podría ser un déspota. ¿Qué ocurre? Que en el país A, al ganar 2000 euros, la persona que menos gana tiene más resortes para poder enfrentarse a las injerencias del más rico en su vida. Sin embargo, en el país B, el más pobre estaría al albur de lo que el más rico decidiera. Como es benévolo, en principio no tendría que preocuparse de nada (solamente de su supervivencia, que no es poco). Pero, ¿y si al más rico de B le diera por cambiar de opinión y empezara a machacar al más pobre? No tendría ningún mecanismo de autodefensa. Tendría que aceptar todos los trabajos que le propusiera el más rico, y en las condiciones que el más rico estableciera. Por tanto, basta con que la explotación pueda ser una posibilidad real para que podamos hablar de ella.
El empeño de la izquierda (o de cierta parte de ella) en centrase en la desigualdad es completamente comprensible; pero que no espere que movilice a nadie. Por ejemplo, en nuestro país, tanto si se mantienen las actuales circunstancias como si empeoran. El problema no está en cómo de desiguales somos, sino más bien en cuáles son las consecuencias de dicha desigualdad en términos de las posibilidades de explotación de unos por otros que la misma ofrece. Esta es la clave del asunto, y en ello se debería centrar la agenda política de la izquierda española y global.