El sastre de Panamá hace trajes con papeles
Al infierno (fiscal) y a la nada (financiera) están condenados los pobres paganos, los que con su nómina y su salario (a veces también con su conciencia recta y justa) pagan los impuestos debidos y contribuyen al mantenimiento de los servicios sociales y comunitarios básicos. Pero luego están los amparados bajo el amoroso manto de santa Thatcher y san Reagan, los buenos, los llamados a morar en el paraíso (fiscal).
Foto: ISTOCK
Desde la aparición de los Papeles de Panamá (más de once millones y medio de documentos, registros, contratos, memorandos, correos electrónicos, que cubren 40 años de intensa actividad offshore), no se habla de otra cosa que no sea los paraísos fiscales y sus habitantes virtuales, por lo que fácil es llegar a la conclusión de que, al parecer, solo son merecedores del paraíso (fiscal y financiero) las personas adineradas y listas y las empresas ricas y listas que pueden abrir e ir inflando cuentas offshore con el objetivo de librarse del infierno (fiscal) y poder hacer negocios (financieros) sin otra regulación que su propia voluntad.
Nadie quiere ir al infierno si encuentra alguna suerte de salvación. De ahí que las personas y las empresas y entidades acaudaladas hayan confeccionado decenas y centenares de agujeros fiscales y financieros para poder escapar con su pasta gansa de los impuestos del infierno fiscal: unos Estados que democráticamente han establecido un sistema tributario progresivo para poder ofrecer a la ciudadanía la realización efectiva de sus derechos fundamentales (hospitales, colegios, universidades, carreteras, transporte, pensiones, atención a la diversidad...). A los habitantes virtuales de los paraísos fiscales, sin embargo, eso les tiene sin cuidado, pues tienen más que asegurado el disfrute de todo ello en sus clínicas privadas, sus colegios y universidades privadas, su seguro de confort privado.
Al infierno (fiscal) y a la nada (financiera) están condenados los pobres paganos, los que con su nómina y su salario (a veces también con su conciencia recta y justa) pagan los impuestos debidos y contribuyen al mantenimiento de los servicios sociales y comunitarios básicos. A la derecha (lo dice profusamente la literatura bíblica), amparados bajo el amoroso manto de santa Thatcher y san Reagan, los buenos, los llamados a morar en el paraíso (fiscal). A la izquierda, los malos, los condenados al infierno eterno, a las tinieblas, donde reina el llanto y el crujir de dientes. Frente al infernal Estado, atracador de las fortunas de los habitantes del paraíso (fiscal), el sacratísimo dogma del derecho universal e inalienable de la propiedad privada y del secreto bancario y de las cuentas anónimas, encriptadas o numeradas.
A los condenados al Infierno (fiscal), envidiosos y malhumorados, les cuesta seguir pagando impuestos según marca la ley, cuando oyen hablar de amnistías fiscales, de gente importante que ha esquilmado durante décadas el conocimiento de sus cuentas paradisíacas y la declaración y el pago impositivo correspondientes; cuando todo el infierno apesta a chorizo, a corrupción, a nueva gente ilegalmente adinerada que asombrosamente se tiene por lista y que se va de rositas sin pagar un duro y sin pagar por sus delitos; cuando el dinero de los contribuyentes condenados al infierno ha servido para las ayudas públicas recibidas por las entidades financieras en España en el periodo 2008-2014 (1.427.355 millones de euros -1,4 billones-; 219.397 millones de euros, como rescate bancario directo). Por ello los condenados al infierno (fiscal) se cabrean y se indignan; cuando los pagos en dinero negro se efectúan por Partidos políticos de postín, sin que nada, absolutamente pase.
Paraíso fiscal es conocido ahora como centros financieros extraterritoriales u offshore (literalmente, "más allá de la costa": los llamados al paraíso son unos maestros en eufemismos). En realidad, mayoritariamente centros de fraude y evasión fiscal, de especulación financiera incondicionada e ilimitada, de blanqueo de capitales y del dinero negro provenientes de actividades altamente delictivas. Esquilmados los moradores del infierno (fiscal) de una parte considerable del dinero de todos, timados, impotentes, engañados, Elio Petri hizo una impresionante descripción de los habitantes del Infierno en su Trilogía del Poder (conocida también como Trilogía de las neurosis), cuya segunda entrega tiene por título La clase obrera va al Paraíso. Hegel hace así su aparición dialéctica en toda su ironía: la afirmación y su negación, desaparecen y emergen a la vez en una síntesis superadora. Es la dialéctica del amo y del esclavo, del paraíso y del infierno.
Volvamos al principio, a los famosos Papeles de Panamá. Se habla de filtración, pero queda por conocer quién filtra, por qué y con qué objetivos. Atisbo puñaladas por la espalda, más que revelaciones en pro de la verdad. La verdad actual es manipulación. La manipulación es lo que nos echan de comer y de beber diariamente en los medios: creemos que el mensaje es el directo, pero el mensaje oculta la realidad que no conviene mostrar.
Paraísos fiscales hay a cientos, a miles, también y sobre todo en los territorios de los países demócratas occidentales, pero el poder (el verdadero y real poder) no tiene la menor intención de inspeccionarlos o eliminarlos. Es su negocio, su gran negocio, amparado desde la inmensa trampa del sacratísimo derecho a la propiedad privada y al secreto de las economías individuales y asociadas. Falciani es un delincuente, según ellos. Snowden es un traidor a la patria, según ellos. Manning es un renegado. Los delincuentes castigan a los que revelan unas micras de su enorme podredumbre.
¿Revelación? ¿Filtración? La tristeza y la indignación me inyectan aún más escepticismo (nos toman el pelo, nos toman el pelo...).