Cómo ser independentista y no morir en el intento

Cómo ser independentista y no morir en el intento

En España, pedir un referéndum molesto equivale, de hecho, a quedarse seguramente con un buen palmo de narices, a no ser que sirva para consolidar el statu quo de la clase económica y política o se solicite solo para tierras tan lejanas como la República Árabe Saharaui Democrática o el Tíbet.

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Fuente: EFE

Ya habían intervenido en el debate sobre el estado de la nación el portavoz de ERC, Alfred Bosch, y Sabido Cuadra, diputado navarro de Amaiur. Ambos habían abogado por la independencia de sus respectivos países, e incluso Cuadra había criticado la "política de dispersión" de los presos de ETA. Estábamos viendo la tele en silencio en mi cuarto de estar (no recuerdo bien si se llama Jordi o Aitor), y dio un respingo cuando el presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, respondió que "nunca aceptaré que se ponga en tela de juicio la unidad de España y la igualdad de los españoles. Y tampoco permitiré que se viole nuestra Constitución. Todos estamos sometidos a la ley".

Aitor (o Jordi) ronda la cuarentena y se declara independentista. Tras apagar el televisor me contó durante la cena que hace unos años era partidario de la lucha armada para conseguir la independencia, pero después se dejó convencer de que se podía defender este objetivo por la vía democrática. Se hizo, pues, militante sucesivamente de Esquerra (o Bildu) y algún otro, pero no encontraba más que trabas e impedimentos para plantear siquiera la independencia. De hecho, vio con asombro que se le tachaba de "ilegal" por no haber condenado el terrorismo de ETA o por atentar contra el artículo 2 de la Constitución española y "la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles".

Todo, en fin, le pareció inútil, e incluso un congresista vasco conocido vino a decirle que cualquier exigencia de autodeterminación toparía siempre contra el muro de la unidad de España contemplada en la Constitución española. Jordi (o Aitor) comprobó que o admitía moverse siempre en este círculo vicioso o no tendría más remedio que volver a salirse del círculo. ¿Hacia dónde? ¿Estaba abocado Jordi (o Aitor) a volver a los orígenes? ¿En qué consiste realmente la vía democrática para reivindicar realmente la independencia del propio país?

Le habían dicho que debe rechazar la vía de la violencia y optar por vías democráticas, donde cabrían todos sus planteamientos y sus aspiraciones políticas. Había constatado el abandono definitivo de ETA de la lucha armada (aun sin entregar las armas y disolverse como organización a todos los efectos), que la izquierda abertzale gobierna en centenares de ayuntamientos e instituciones vascas, algunas de primer orden, donde la vida ciudadana transcurre por cauces normales y democráticos. Y ahora, Jordi (o Aitor) se encuentra con que puede ir olvidando su referéndum y sus reivindicaciones soberanistas. En cierto modo, se siente estafado, pues Jordi (o Aitor) insiste en que no quererse ni sentirse dentro del marco político denominado "España" no es ilegal, no querer el AVE en Euskadi es legítimo, rechazar los toros para Donosti no es ningún crimen, mantener lazos de convivencia y cooperación con la nación española desde una posición de pleno autogobierno no quita ni resta, sino suma y enriquece a cualquier ciudadano del mundo de buena voluntad.

A Jordi (o Aitor) le parece indignante constatar cómo la clase política sacraliza o adapta a su antojo la Constitución. Repitió mil veces que en agosto de 2011 los dos partidos mayoritarios, más UPN, cambiaron, sin referéndums ni leches, su artículo 135, haciendo uso de una mayoría superabsoluta en el Parlamento, a fin de embutir en su texto el dictado germano-europeo de estabilidad presupuestaria y prioridad absoluta del pago de la deuda y los intereses.

Aitor (o Jordi) no puede saber si su pueblo o qué parte de su pueblo desea la independencia, ya que el artículo 92 de la Constitución dice que en un referéndum ha de consultarse a "todos los españoles", amén de ser autorizado por el Congreso, propuesto por el presidente del Gobierno y convocado por el rey. Es decir, pedir un referéndum molesto equivale, de hecho, a quedarse seguramente con un buen palmo de narices, a no ser que sirva para consolidar el statu quo de la clase económica y política o se solicite solo para tierras tan lejanas como la República Árabe Saharaui Democrática o el Tíbet.

Dice Aitor (o Jordi) que hemos sido capaces de desterrar la violencia de nuestra convivencia, pero los gobiernos españoles han sido incapaces de permitir pulsar y escuchar la voluntad popular de algunos territorios hasta ahora administrativa, política y militarmente en dependencia del Reino de España (garante de la unidad de una nación no debe ser el ejército, sino la voluntad popular).

Si recordamos someramente qué es eso de empatía: ponerse en el pathos del otro, tener la voluntad de percibir las ideas y las emociones que otra persona puede pensar o sentir, quizá sea posible entender hoy a Aitor (o Jordi). Esto no equivale bajo ningún concepto a estar de acuerdo con los crímenes perpetrados por ETA o por cualquier otra organización terrorista, sino solo a intentar transcender las limitaciones de la perspectiva únicamente propia.

(El psicoanalista que llevo dentro me pregunta insistentemente por qué me meto sin necesidad en estos jardines).

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