La población mundial: ¿crecimiento apocalíptico o signos de esperanza?
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La población mundial: ¿crecimiento apocalíptico o signos de esperanza?

La población mundial no para de crecer y, desde mediados del siglo pasado, casi se ha triplicado. Está muy extendido el temor a una futura sobrepoblación insostenible de nuestro planeta. Pero las extrapolaciones simplistas son una causa frecuente de fallos de predicción. Estos mecanismos desmienten las visiones más catastrofistas.

La población mundial no para de crecer y, desde mediados del siglo pasado, casi se ha triplicado, tal como muestra el siguiente gráfico, basado en las estimaciones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

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Está muy extendido el temor a una futura sobrepoblación insostenible de nuestro planeta, que parece la conclusión obvia a la que se llega extrapolando la actual tendencia. Pero las extrapolaciones simplistas son una causa frecuente de fallos de predicción. En este artículo intentaremos aclarar los mecanismos demográficos subyacentes que desmienten las visiones más catastrofistas.

Empezando por lo más obvio, la variación de una población durante un determinado periodo se obtiene sumando los nacimientos y restando los fallecimientos a lo largo del periodo. Ambos se suelen expresar como tasas brutas en tanto por mil, con un año como periodo de referencia. La diferencia entre las tasas brutas de natalidad y de mortalidad nos da la tasa de crecimiento vegetativa o natural de la población.

Es positiva si la tasa bruta de natalidad supera la de mortalidad, que es lo que está sucediendo a nivel mundial, con unos 20 nacimientos y ocho defunciones anuales por cada 1.000 personas, según los datos de la ONU para el lustro del 2010 al 2015, lo que significa que cada año la población crece en unas 12 personas por cada 1.000, o lo que es lo mismo, una tasa de crecimiento vegetativo anual del 1,2%. Pero no es así en todos los países, ya que en la mayor parte del mundo industrializado se ha producido una drástica bajada de la natalidad, hasta situarla en muchas ocasiones por debajo de la mortalidad, lo que supone un crecimiento negativo, es decir, un decrecimiento vegetativo.

Con unos 20 nacimientos y ocho defunciones anuales por cada 1.000 personas para el lustro del 2010 al 2015, cada año la población crece en unas 12 personas por cada 1.000.

Hay que añadir que, cuando ya no hablamos de la población mundial sino de la de un país (o una región), para su evolución tenemos que tener en cuenta también el saldo migratorio, sumando las inmigraciones al país durante el periodo de referencia y restando las emigraciones del mismo. En los países más desarrollados, el saldo migratorio suele ser positivo (más inmigración que emigración), lo que compensa (al menos en parte) el decrecimiento vegetativo de estos países. Obviamente, a nivel mundial, los saldos migratorios se neutralizan, ya que cada inmigrante que se suma a la población de su país de acogida se resta como emigrante de la de su país de origen.

Por tanto, al menos mientras no colonicemos otros planetas, la evolución de la población mundial viene dada exclusivamente por el crecimiento vegetativo, es decir, la balanza entre las tasas brutas de natalidad y de mortalidad.

Pero, si bien estas tasas determinan la evolución de la población mundial en cada momento, poco nos dicen sobre su evolución a largo plazo, ya que ambas dependen mucho de cómo la población se distribuye sobre las diferentes franjas de edad, lo cual puede cambiar mucho al cabo de pocas décadas. Esta distribución se denomina estructura por edad de la población. El siguiente gráfico la muestra para España, según las cifras de población del 1 de enero del 2015. La analizaremos más adelante. Diferencia también por sexo, un aspecto en el que no vamos a entrar aquí.

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Dada su dependencia de la estructura por edades, es poco útil comparar las tasas brutas de natalidad y mortalidad de diferentes países. Empezando por la mortalidad, lo que realmente caracteriza una población es la mortalidad específica por edad, que para cada edad N nos indica qué proporción de los que han cumplido los N años fallece antes de cumplir los N+1 años. A partir de ella, se determina la esperanza de vida, tal como expliqué en mi anterior artículo.

Obviamente estas tasas tienden a crecer con la edad, generalmente más deprisa cuanto más baja es la esperanza de vida. España tiene una de las esperanzas de vida al nacer más elevadas de todo el mundo, y para cualquier edad, su tasa de mortalidad específica será más baja que, por ejemplo, la de Argelia, que, según los datos de la ONU, del 2010 al 2015 tenía una esperanza de vida al nacer inferior en unos 8 años a la española.

Sin embargo, la tasa bruta de mortalidad para el total de la población argelina estimada para este periodo era mucho menor que la española, con 5,1 defunciones por cada 1.000 habitantes al año frente a los 8,8 de España, debido a la diferencia en las estructuras de edad. Según los datos de la ONU para 2015, la mitad de los argelinos tiene menos de 28 años, y menos del 6%, más de 65 años, cuando en España, esta última proporción asciende a más del triple, y son minoría los que tienen menos de 40 años.

Lo que realmente caracteriza una población es la mortalidad específica por edad, que para cada edad N nos indica qué proporción de los que han cumplido los N años fallece antes de cumplir los N+1 años.

Con la tasa bruta de natalidad sucede algo parecido. El indicador subyacente que determina el porvenir a largo plazo de una población es la tasa de fertilidad (o tasa global de fecundidad) que, dicho de manera simplificada, indica el número medio de hijos que una mujer tiene a lo largo de su vida. Para simplificar más aún, vamos a suponer por ahora que exactamente la mitad de los nacimientos corresponde a niñas, y que todas ellas lleguen a la edad fértil. De esta forma, una tasa de fertilidad de dos hijos por mujer se corresponde con la tasa de reemplazo generacional, ya que, entonces, cada mujer deja de media una descendiente femenina susceptible a su vez de tener hijos, con lo que la población se acaba estabilizando, sin tendencia ni al alza ni a la baja. En cambio, tasas de fertilidad prolongadamente por encima o por debajo de este valor de dos hijos llevan, respectivamente, a un crecimiento o decrecimiento vegetativo.

Revisemos ahora más detenidamente la estructura por edad española representada en el segundo gráfico, para ver cómo la fertilidad y la mortalidad a cada edad determinan su forma. La parte superior, para edades a partir de los 38 años, muestra la clásica forma de pirámide que hace unas décadas aparecía en todas las franjas de edad, extendiéndose hasta abajo del todo; una forma que se sigue dando en los países menos desarrollados. Cada generación es mayor que la anterior, consecuencia de unas tasas de fertilidad claramente superiores a los dos hijos por mujer.

La parte inferior de la estructura en el gráfico, para edades hasta los 38 años, refleja la drástica bajada de la tasa de fertilidad en las últimas décadas a valores muy por debajo de los dos hijos por mujer, característica de los países más desarrollados, suavizada por el efecto de la inmigración. Cada generación suele ser menor que la anterior, lo que lleva a un progresivo envejecimiento de la población, una tendencia que se acentúa más aún por el incremento de la esperanza de vida, fruto de las bajadas de las tasas de mortalidad específicas por edad, que marcan el estrechamiento de la estructura hacia la cima.

La estructura por edad española, a partir de los 38 años, muestra la clásica forma de pirámide. Por debajo de esa edad, refleja la drástica bajada de la tasa de fertilidad a valores muy por debajo de los dos hijos por mujer.

Las tasas de fertilidad y de mortalidad a cada edad definen una estructura de equilibrio. Se corresponde con la distribución sobre las franjas de edad que, independientemente de la estructura por edad previa, acaba adoptando la población si dichas tasas se mantienen constantes durante varias generaciones. Una vez alcanzado este equilibrio, la estructura se quedará estática. Eso significa que se mantendrán constantes las proporciones de cada franja de edad sobre el total de la población pero, salvo que haya una tasa de fertilidad de justo dos hijos por mujer, no los números absolutos de personas en cada franja de edad, que variarán todos con una misma tasa de crecimiento, que será negativa para menos de dos hijos por mujer y positiva para más de dos hijos por mujer.

Téngase en cuenta que, para que exista una tasa de crecimiento positiva constante, por ejemplo del 1%, conforme crece la población, también este 1% que se suma cada año se corresponde con un número cada vez mayor. Es decir, la población no sólo crece, sino que crece cada vez más deprisa, que es lo que sucedía a nivel mundial hasta los años 70 del siglo pasado, como muestra la curva azul continua del siguiente gráfico que nos muestra el crecimiento anual de la población mundial. A la curva roja discontinua nos referiremos más adelante.

Téngase en cuenta que, en este gráfico, las caídas de la curva no indican decrecimiento sino una ralentización del crecimiento. El decrecimiento se corresponde con valores negativos en el eje vertical, que no se han contemplado en este gráfico, ya que no se ha dado el caso de un decrecimiento poblacional a nivel mundial. (Los más afines a las matemáticas ya habrán detectado que la curva azul no es otra cosa que la derivada de la curva del primer gráfico con respecto al tiempo.)

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La buena noticia es que en las últimas décadas, si bien la población sigue creciendo, ya no lo hace cada vez más rápido. Eso, por sí solo, aún no es muy tranquilizador, teniendo en cuenta que, cada año, a la población mundial se suman más de 80 millones, lo equivalente a toda la población de Alemania. Y tampoco hay una clara tendencia de ralentización del crecimiento: la curva azul está oscilando pero no llega a desplomarse. Pero lo que sí invita al optimismo es la causa de este cambio de patrón, que no es otra cosa que una caída drástica de las tasas de fertilidad en la mayor parte del mundo, según las estimaciones de la ONU.

Ya hemos comentado que en la mayor parte del mundo desarrollado está por debajo de los dos hijos por mujer. Lo mismo se aplica para el gigante poblacional, China, debido a un severo control gubernamental de natalidad que se acaba de relajar. En América Latina y el Caribe, ya está en unos 2,15 hijos por mujer. En India, el otro gigante que, junto con China, supone más de la tercera parte de la población mundial, ha bajado ya a unos 2,5 hijos por mujer.

En 2,5 hijos por mujer se sitúa también la tasa mundial de fertilidad, que se ha reducido a la mitad en los últimos 50 años. Hoy por hoy, los problemas se centran en África, sobre todo en su franja central, (quitando el extremo sur y el extremo norte), con unos 5 hijos por mujer, y algunos países pobres de Asia; pero también en estas regiones se están consiguiendo avances.

La buena noticia es que en las últimas décadas, si bien la población sigue creciendo, ya no lo hace cada vez más rápido.

Además, hay que tener en cuenta que la tasa de reemplazo generacional se sitúa en realidad por encima de los dos hijos por mujer que habíamos asumido hasta ahora, ya que nacen ligeramente menos niñas que niños, y algunas mueren antes de llegar a la edad fértil. En los países más ricos, la tasa de reemplazo no llega a 2,1, pero en zonas con una alta mortalidad infantil y de jóvenes pueden ser necesarios más de 3 hijos por mujer para que la población se mantenga estable. A nivel mundial, se maneja una tasa de reemplazo generacional de 2,33 hijos por mujer, por lo que ya no estamos muy lejos de ella.

Estamos, por tanto, ante unos cambios demográficos de enorme trascendencia que, sin embargo, reciben poca atención mediática, ya que aún no se han traducido en una destacable ralentización del crecimiento poblacional. ¿A qué se debe? Pues, si bien la tasa de fertilidad es la clave para la evolución de una población, sus efectos no son inmediatos. Tras generaciones con tasas de fertilidad muy superiores a los dos hijos por mujer en los países en vías de desarrollo, tal como explicamos, su población tiene una estructura por edad en forma de pirámide, con muchos jóvenes y pocos mayores, de modo que, aunque ahora cada mujer tenga menos de dos hijos de media, hay tantas mujeres en edad fértil que la natalidad sigue superando a la mortalidad, dada la baja proporción de mayores que, además, viven cada vez más tiempo.

En consecuencia, la población seguirá creciendo inicialmente, fruto de las elevadas tasas de fertilidad del pasado. Ya con el tiempo, de mantenerse la tasa de fertilidad por debajo de los dos hijos por mujer, la población se redistribuirá sobre las franjas de edad, acercándose a la estructura de equilibrio correspondiente a la nueva tasa de fertilidad; es decir, que envejecerá, como ya pasó en los países desarrollados.

En los países más ricos, la tasa de reemplazo no llega a 2,1, pero en zonas con una alta mortalidad infantil y de jóvenes pueden ser necesarios más de 3 hijos por mujer para que la población se mantenga estable.

Por tanto, aumentará la tasa bruta de mortalidad y bajará la proporción de mujeres fértiles y, con ello, la tasa bruta de natalidad, y habrá decrecimiento vegetativo. (De la misma forma, si en una envejecida población de un país industrializado la tasa de fertilidad repuntara, para situarse por encima de los dos hijos por mujer, dado el reducido número de mujeres en edad fértil y la gran proporción de mayores, inicialmente pasaría tiempo hasta que se volviera a producir un crecimiento vegetativo.)

Por tanto, cabe esperar una pronta ralentización progresiva del crecimiento poblacional que, de hecho, fuera de África, ya se está dando desde hace casi tres décadas, como muestra la curva roja discontinua del último gráfico. Y, dependiendo de cómo sigan evolucionando las tasas de fertilidad, es muy posible que la población mundial toque techo ya en este siglo, para dar paso a un decrecimiento. Puede que, dentro de unas pocas generaciones, la preocupación ya no sea la sobrepoblación del mundo, sino un envejecimiento cada vez más extendido, como ya conocemos en los países industrializados, pero siendo cada vez más difícil compensarlo a través de la inmigración, al haber cada vez más países que necesitan de ella, y cada vez menos países con un exceso de jóvenes.

En todo caso, otro aspecto a tener en cuenta es que, en realidad, el número medio de hijos por mujer podría no estar cayendo tan deprisa como indica la reducción de la tasa de fertilidad. Es cierto que la tasa de fertilidad pretende precisamente medirlo pero, para conocerlo en una determinada quinta de mujeres, habría que esperar hasta que tengan una edad a la que se pueda dar por finalizado su ciclo reproductivo, que se suele fijar en 50 años. Y para poder llevar a cabo pronósticos demográficos, es de poca utilidad conocer la tasa de fertilidad retroactivamente, interesa medir la de las mujeres que actualmente están en edad fértil, y que puede ser muy diferente a la de las mujeres que ahora tienen 50 años.

Es muy posible que la población mundial toque techo ya en este siglo, para dar paso a un decrecimiento.

Para ello, se desglosan los nacimientos a lo largo de un año según la edad de la madre, para poner el número de nacimientos a cada edad en relación con el número total de mujeres de esta edad, y obtener así una tasa de fertilidad específica para cada edad. La suma de todas ellas sobre todas las edades nos da la tasa global de fertilidad. Se corresponde con el número medio de hijos por mujer de una cohorte ficticia de mujeres que, a lo largo de su ciclo reproductivo, mantiene la fertilidad específica por edad observada en este mismo año para el conjunto de todas las mujeres.

Lo que sucede es que esta medida se ve distorsionada por un efecto estadístico denominado efecto tempo, según el cual varía la edad a la que las mujeres suelen tener hijos, que es algo que está ocurriendo en muchos países, donde no sólo baja el número de hijos por mujer, sino que sube también la edad a la que los suelen tener.

Para entender el efecto, supongamos una población en la que todas las mujeres tienen un hijo y todas lo tienen a los 25 años; hasta que, de repente, todas las que aún no han cumplido los 25 años deciden posponer la tenencia de su hijo hasta los 30. Hasta cinco años después, cuando las primeras de ellas cumplan esa edad, no nacerán niños, por lo que, mientras tanto, la tasa de fertilidad cae a 0, antes de volver a su valor previo de un hijo por mujer. Se trata de una bajada temporal, producida sólo por el retraso de la maternidad, que no se corresponde con ninguna bajada real del número de hijos que cada mujer tiene a lo largo de su vida, que sigue siendo de uno para todas ellas.

La tasa global de fertilidad se ve distorsionada por un efecto estadístico denominado efecto tempo, según el cual aumenta la edad a la que las mujeres suelen tener hijos.

Un ejemplo real nos lo proporciona España, que vivió una bajada dramática de su tasa de fertilidad de 2,80 hijos por mujer en 1976 a 1,15 en 1998, un valor extremadamente bajo que, en parte, se explica por el efecto tempo, ya que durante el mismo periodo, la edad media de la madre al tener su primer hijo subió desde los 24,9 hasta los 28,9 años; es decir, en menos de una generación, la maternidad se retrasó cuatro años.

Desde entonces, esta edad ha seguido subiendo hasta los 30,6 años en 2014, convirtiendo a España en uno de los países de maternidad más tardía de la UE, mientras la tasa de fertilidad se ha recuperado hasta los 1,32 hijos por mujer, que sigue siendo una de las más bajas del mundo. Sin embargo, estas tasas subestiman el número medio de hijos de las españolas, mientras continúe la paulatina subida de la edad media para tener hijos.