Y Aznar, haciéndose el longui
José María Aznar llegó a La Moncloa mediante un truco que ahora empieza a cobrar cierto sentido contextual: exigió la inmediata dimisión en 1986 al entonces presidente de Castilla León, Demetrio Madrid, al ser procesado por un caso de justicia laboral en una empresa de su propiedad. El líder socialista castellano leonés dimitió sentando un precedente ético impecable. Luego, fue absuelto en 1989. Su feroz inquisidor ocupó el cargo en la Junta y empezó una meteórica carrera.
Cooptado por Manuel Fraga para sucederle, con el nada democrático procedimiento del dedazo, repitió la fórmula. Hizo bandera de la lucha contra la corrupción, real o imaginaria. Pero con grandes muestras de incoherencia que difícilmente se pueden achacar a una mera y simplona ingenuidad. Este hombre, que en ocasiones parece un tontaina, no lo es en absoluto. Es vanidoso, engreído, soberbio, y de una estudiada seriedad, que de tan seria es pintoresca. Cuando Canal Plus tenía guiñoles, era difícil adivinar cuál era el Aznar de carne y hueso, y cuál su muñeco. Eran como Pili y Mili.
Así que dio forma, experiencia tenía en historias de hadas, o de brujas, en escribir un relato; lo que antes se llamaba un cuento. Frente a los escándalos que acusaban al PSOE en la última legislatura de Felipe González – que así y todo perdió por un escaso margen; "le faltaron dos debates para ganar"- proclamó la tolerancia cero patatero. Pero, a la vez, en cuanto ganó, se dedicó a despotricar contra la Fiscalía Anticorrupción. No la consideraba necesaria porque el PP era un partido honrado incompatible con las corruptelas.
La Fiscalía Especial contra la Corrupción y la Criminalidad Organizada había sido creada por Felipe González en abril de 1995, precisamente como una respuesta proporcionada al problema que, de agravarse, podría minar la democracia y hacer que la gente perdiera confianza en el sistema. Y puso a su frente a un fiscal nada amigo de las componendas, Carlos Jiménez Villarejo. Tampoco hay que olvidar que fue el secretario general del PSOE quien, desde su condición de jefe del Gobierno, creó la Agencia Tributaria en 1990: dos organismos clave en la lucha contra la corrupción. Unas iniciativas concretas y operativas en la dirección correcta; una respuesta adecuada a la gravedad de la situación.
El pre-trumpismo aznarista pudo ser 'la causa de la causa del mal causado', como dice el enrevesado aforismo jurídico. Todo lo que hizo Felipe González tenía que ser borrado. Él, Aznar, era el Adán de una nueva era. En parte lo fue: fue el primer jefe de Gobierno que casó a una hija en El Escorial, palacio real, monasterio y panteón de reyes. Y sí, como repiten las redes sociales, de aquel bodorrio solo los camareros y cocineros se han librado de la imputación por golfos o asimilados. Con las excepciones de rigor. Al despreciar la Fiscalía especializada en la lucha contra la corrupción y el blanqueo de capitales, debilitó su imagen, haciendo que se le perdiera el 'respeto debido' y perdió impulso la investigación. El Fiscal General Jesús Cardenal, llegó a plantear su disolución en 2003. Esta no se produjo, pero sí su debilitamiento político y presupuestario.
Mientras tanto, el discurso era, y siguió siendo en todo el aznarato, y en la marianidad que sustituyó al interregno de Zapatero, una media verdad que, como pocas veces, constituyó una mentira y una cortina de humo; además de un señuelo contramedidas para desviar la atención. "Aquí el único partido condenado por corrupción es el PSOE por el caso Filesa". Esto se hizo dogma de fe y lugar común en los argumentarios, repetidos a coro por unos bien instruidos políticos que lo cantaban a coro. Pero Dios no escucha las majaderías ni dichas en latín y gregoriano. Era cierto que el PSOE había sido condenado por el caso Filesa, el cobro de comisiones nacido, al parecer, para hacer frente a los cuantiosos gastos de llevar en solitario el referéndum para la entrada de España en la OTAN. Pero la intención era lo de menos: como dice el proverbio cristiano, "el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones".
Pero este argumento era tramposo. El PP borraba otra realidad: el paralelo caso Naseiro, que era la punta del iceberg que al cabo de los años hundió al Titanic Popular, existió; pero exquisiteces jurídicas anularon las pruebas, unas escuchas en las que, mientras buscaban pistas sobre narcotráfico, los investigadores se encontraron con unos aprovechados que tramaban un cobro ilegal de comisiones. Aunque el tribunal ordenó destruir las cintas, en internet nada desaparece para siempre. Una copia subida a la nube goza de eternidad.
El ninguneo de este precedente se interiorizó de tal forma que no se tuvo en cuenta ni siquiera para evitar su repetición. El nombre de Naseiro apareció por primera vez, así como el de un joven Zaplana. La utilización de Filesa como ventilador hizo descuidar las precauciones. A su vez, el arropamiento a los corruptos, por aplicación de aquel principio de EE UU de que "Batista es un hijo de puta, pero es nuestro hizo de puta", que servía para el cubano pero también para el nicaragüense Somoza, o para cualquier tirano banderas bananero, se aplicó indiscriminadamente.
Todo ello degeneró en la práctica en una omertá. El cáncer, a falta de quimio o cirugía, o prevención protocolizada para detectar estos tumores, fue extendiéndose. Y en todos los casos se minusvaloró el proceso. "Son casos aislados", "no es una trama del PP, es una trama contra el PP", y zarandajas exculpatorias parecidas. En 2014, a la vuelta de la esquina mirando hacia atrás, Aznar sostenía en el Foro del Grupo de Líderes Empresariales (LIDE) de Brasil, que el exceso de normas anticorrupción dificultaba la política mientras, paradójicamente, defendía la lucha contra la corrupción. No hay duda sobre la habilidad de este hombre en decir una cosa y su contraria separadas sólo por una coma.
Cuando Mariano Rajoy sucedió a José María Aznar al frete del PP, ya tenía suficiente experiencia en el asunto. Había lidiado con la corrupción ya durante su entrenamiento político en Galicia, cuando los escándalos zarandeaban a la Xunta de Fernández Albor. El vicepresidente Rajoy, quitaba importancia al problema. En una entrevista que le hice en el acogedor salón del Parador Nacional de Pontevedra– yo era en esa época subdirector de Faro de Vigo- publicada el 22 de marzo de 1987, él tenía 32 años, le planteé que él había prometido "inicialmente, averiguar lo de la corrupción y que después se rajó (sic) y que en el fondo de lo que se trata es de cambiar un cacique por otro".
Él respondió tajante: "Ese tipo de versión no la admito. (...) Lo que sí tengo claro es que la gestión de la Administración tiene que ser transparente y eficaz: concursos públicos, igualdad de oportunidades etcétera (...) Como presidente de la Diputación (de Pontevedra) siempre lo hice, y en la Xunta ya se está haciendo".
Eso decía. Y ha sido muy coherente: lo ha seguido diciendo hasta casi ayer. Transparencia y transparencia. Como decía madame Roland, señalada partidaria de la Revolución francesa, al pie de la guillotina durante el Terror, "libertad, libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre".
Los escándalos que ahora atormentan al gran partido de la derecha, a punto de ser engullido por Ciudadanos, han sido incubados desde lejanos tiempos políticos, bajo el 'régimen' de Aznar, convertido ahora en un resentido oráculo de la perfección que nunca tuvo. En este asunto, mucho pico pero poca pala.
Pero la semilla no hubiera florecido si durante el marianismo se hubiera actuado con decisión, pero se prefirió tratar la necrosia como un eczema de primavera. Los intentos de neutralizar el avance de los procesos con chorros de tinta de calamar gigante, no hicieron efecto. 'Gürtel' no se acabó con la represalia contra el juez Baltasar Garzón ni con los manejos muy 'trillanos' para dificultar la investigación.
Con lenguaje soez de puro cabreado, un ex militante popular, asqueado de tanta "mierda" y de tanto empeño en diluir la responsabilidad y de tanto "y ustedes más", comentaba al conocer la condena ejemplar de la Audiencia Nacional. "Es que, ¿sabes?, el disimulo te manda a tomar por culo". Lo sé, lo sé, este es un lenguaje propio de Pablo Iglesias bis, pero así fue el exabrupto. Que no será muy educado, pero peor es contemplar la corrupción como quien contempla las amapolas en un prado.
Tanta irresponsabilidad ha habido, tanta la vanidad por las plazas de toros llenas, los estadios a rebosar, los mítines a la americana, la vida es sueño, que se tapaba el mal olor con botellitas de ambientador.
Durante décadas la sociedad fue complaciente; veía los casos de corrupción con espíritu corporativo. Ellos y nosotros. Pero poco a poco, y con la aparición de movimientos alternativos con capacidad de recambio, las circunstancias han cambiado.
Y no será porque no se le ha advertido al PP y a Rajoy de que el barco iba proa al arrecife.