Una miseria muy profunda, un paraíso lejano y una incompetencia muy grande
Decía Javier Solana en diciembre de 1998 que "si los recursos no fluyen del norte al sur, las personas fluirán del sur al norte", y agregaba que no habría muro lo suficientemente alto como para frenarlas. Esa es la clave. Como igualmente la llave para entender la marea de refugiados procedentes de Irak y Siria es la intervención alocada y chapucera de las potencias, y en primer lugar, de los Estados Unidos de Norteamérica.
Un día, en el período en que Canarias sufrió una oleada extraordinaria de inmigrantes a bordo de pateras, salidas desde las vecinas costas del Sahara, y de cayucos, llegados algunos desde el golfo de Guinea, a miles de millas náuticas de distancia, tuve una preocupada y franca discusión con José Saramago. Él, muy humanista, muy comprometido con las causas nobles, era partidario de las puertas abiertas de par en par; yo, de la acogida humanitaria, pero sujetada a determinadas reglas. Aunque previamente a la acogida y a la concesión o no del estatuto de refugiado, estaba el salvamento en alta mar. Esto es fundamental: no se puede permanecer impasible ante la certeza de un naufragio.
Uno de los factores principales para determinar el proceso es la capacidad de acogida. Todas las organizaciones tienen una determinada posibilidad de absorción, a partir de la cual, como dicen los farmacéuticos, se satura la disolución. Me lo explicó muy gráficamente una boticaria: si le echas una cucharada de azúcar al café con leche, esta se disuelve; y si le echas dos, o tres, o cuatro, también. Pero si le echas veinte la disolución se satura. Se convierte en una pasta. Y aún si se disuelve, si todos los días le echas media docena de sobres, te sube la glucosa y puedes entrar en el portal de la diabetes.
En estos últimos años, el fanatismo religioso en una parte del mundo islámico, ha convertido a muchos países en gigantescos emisores de emigrantes. Media Nigeria persigue a la otra media que quiere huir. El Estado Islámico agravó la situación de Irak; la guerra civil siria, ha destruido ese país; Libia ya no existe como Estado, es solo un espacio geográfico en el que reinan señores de la guerra, traficantes de armas, drogas y personas, y grupos yihadistas, que a su vez tratan de conquistar el Sahel. Ahí se libra una guerra medio invisible: si no se frena la aparición de grupos armados yihadistas, quienes están en peligro son Argelia y Marruecos. A todo esto habrá que sumar los efectos del cambio climático.
La situación desborda la capacidad de los Estados por separado. Cualquier estrategia de asilo o salvamento marítimo organizado, eficiente y estable tiene que ser o internacional, bajo patrocinio de la ONU, o Europea, y formar parte de las prioridades políticas de la Unión; por ejemplo, un Servicio Europeo de Salvamento. No hay nación que pueda asumir por sí sola el desafío de atender a cientos de miles de personas que tratan de entrar desesperadamente en ella.
No todos los emigrantes quieren serlo. La mayor parte de los sirios y los iraquíes querrían permanecer en sus hogares. Pero no pueden. Por la guerra, el miedo, el hambre, el fundamentalismo.... La destrucción de Venezuela por el régimen chavista-madurista, ha provocado la huida de millones de personas, sobre todo a Colombia; los venezolanos, además, tratan de entrar en España por razones familiares: la emigración española ha sido muy intensa en el pasado; sobre todo la isleña. De ser receptora de inmigrantes, la patria de Bolívar se está convirtiendo en un desierto humano. También los cubanos, ante la perpetuación del castrismo, ya sin los Castro al frente, depositan su esperanza en salir de la 'perla del Caribe', rumbo a Miami o a Madrid.
¿Cuál es el punto de saturación en una organización? Hay organizaciones que han crecido más de la cuenta, y que al no tener medios para seguir el ritmo, mantener la calidad y dar salida al producto, entran en crisis. Lo mismo pasa con las sociedades, poco a poco. En la UE la saturación va por zonas: al no haber suficientes puestos de trabajo, al resentirse los presupuestos de políticas sociales por la crisis, al no contar con una adecuada estrategia de integración en la sociedad de acogida, surgen los guetos y la inadaptación.
Y a partir de ahí, ahí con preocupante frecuencia en la actualidad, la intolerancia y el racismo, acrecentada por la cofradía de los bulos que es la tuitería. El caso italiano no puede quedarse en la superficie de unos dirigentes neofascistas y xenófobos, en la raya de la idiotez: están donde están, porque fueron votados por los italianos. Lo mismo que el éxito del partido de Marine Le Pen en la primera vuelta de las presidenciales francesas y de las legislativas no está respaldado solamente por la ultraderecha: cientos de miles de franceses han tratado de combatir sus miedos apoyando al Frente Nacional.
De tal forma, que los viejos fantasmas del populismo, el fascismo, el racismo, vuelven a recorrer Europa; y el huevo de la serpiente ha anidado ya en numerosas sociedades. La Unión Europea no debe desconocer la realidad y el origen de este problema. La actividad de las embarcaciones de las ONG, el rescate de los náufragos, los centros de retención... son parches que si no se complementan con otras medidas de fondo demoran irresponsablemente la solución. Una solución que está en conseguir que los países emisores, o su entorno, tengan condiciones de vida suficientes para que escapar ya no sea la única alternativa para su gente.
Eso no solamente requiere dinero; necesita de una planificación integral que aparte de los recursos implique un aumento de la estabilidad política y estructuras capaces de generar un desarrollo mínimo. Por supuesto, neutralizar la corrupción institucional. Esto ya se ha ensayado por Bruselas y por muchos países: llevar a cabo los proyectos directamente sin el monopolio de los gobiernos locales en la gestión de los recursos.
Lo cierto es que Europa siempre ha ido a remolque, lo cual constituye un gran contrasentido: la Europa de la solidaridad entre su Norte y su Sur, eran tiempos..., claro, mostró su cara más despreocupada cuando España, en especial Andalucía y Canarias, sufrieron las avalanchas de pateras, y en el Archipiélago, también de los cayucos venidos, desde Senegal hasta el Golfo de Guinea. En los momentos más críticos, principios de los 2000, España tuvo que apechugar en solitario con una crisis para la que no estaba preparada, y de la que no había precedentes hasta ese momento, al menos de la misma magnitud.
En esas circunstancias el gobierno de Zapatero arbitró un conjunto de medidas coordinadas: organización de la acogida en tierra primero con 'campamentos' improvisados y cuarteles abandonados y luego con los CIES, ayuda de la Cruz Roja y otras ONG; un operativo aéreo, a cargo del SAR, para la detección de embarcaciones; aumento de la ayuda al desarrollo en las zonas emisoras, preparación de las fuerzas militares locales para esta función, a las que apoyaban efectivos de la guardia civil y CNI; puesta en marcha de la 'operación Noble Centinela', que contribuyó a salvar miles de vidas humanas prácticamente en los puntos de salida. FRONTEX se gestó por impulso español en aquellos días: su primer director fue un inspector jefe del Cuerpo Nacional de Policía.
El fin de la I Guerra Mundial engendró el inicio de la II. La penalización a que fue sometida por los vencedores de la contienda la perdedora, Alemania, imposible de pagar, fue el caldo de cultivo para el nazismo, mediante la dialéctica inflamada de Adolf Hitler. Otra vez vencida Alemania, los ganadores de la guerra tomaron buena nota de la experiencia, y lejos de volver a imponer sanciones inasumibles, hicieron lo contrario. El ideólogo fue el secretario de Estado de Harry S. Truman, George Marshall, que con su plan inyectó los miles de millones de dólares necesarios para reconstruir la Europa occidental, 'milagro alemán' incluido.
En Irak, bajo la dirección de George W. Bush, se llevó a cabo una invasión, que si bien fue un éxito militar (ilegal), con un relativo bajo coste en víctimas, fue un auténtico desastre posterior. Ya se sabe: Lo que mal empieza, mal acaba. La destrucción total de la administración, la policía y el ejército, produjo un vacío que fue ocupado por fanáticos y bandoleros. Vino el caos, la guerra civil, el terrorismo yihadista, la aparición posterior de Estado Islámico, y la contaminación de la vecina Siria, donde el apoyo a la insurgencia contra El Asad destapó la caja de los horrores; lo mismo que la 'primavera árabe' en Libia, que ha convertido en zona de máximo riesgo a todo el Sahel.
Lo que está ocurriendo no es sino un cóctel con ingredientes explosivos: una miseria muy profunda, una Europa rica, pero casi rota y ensimismada, una incompetencia contagiosa y una ciega falta de realismo y perspectiva histórica. Y demasiados payasos bajo la carpa.