Boquete: la primavera eterna
Despacio, Panamá se apodera de mí, me acoge y me arrulla, me recuerda que la vida es de quien la vive, me ofrece su savia y a sus gentes, me quiere y me adorna, me regala sonrisas con olor a café recién molido y me arma de risa e ilusión. Hace casi un año que llegué y creo que no me quiero ir.
Canción recomendada: Aguas Abril, Luis Pastor y Bebe.
Amanecer entre flores de decenas de colores, cantos de pájaros diversos; perfume de pan recién horneado listo para untarlo con mantequilla casera; mermelada de papaya verde, naranjas amargas y miel de café... "Caminante no hay camino, se hace camino al andar". Pareciera que en vez de ser yo quien estuviera paseando por Panamá fuera Don Antonio Machado en Tierras de Alvergonzález en busca de su tesoro más preciado: La Tierra.
Mis días en Panamá Ciudad avanzan como sus calles, carreteras, edificios, y migrantes de todo el planeta. Y siento que en verdad Panamá se apodera de quienes intentamos compartir ideas; crecer fuera del caos del Sur de Europa, más allá de recuerdos y nostalgias, quedando lo esencial de las personas, que no es otra cosa que aprender sin miedo a fracasar.
Hará unos días que visité Boquete con un grupo de buenos amigos que hicieron del viaje una experiencia inolvidable. Nuestros guías no podrían ser nada más que panameñ@s que han recorrido el mundo; cada rincón, cada mar, cada restaurante y cada tienda de valores culturales: Manuel Hernández y dos de los mejores embajadores de Boquete, ni más ni menos que Charlie Collins y su madre Inga Collins del increíble Hotel Panamonte.
El hotel es un encuentro entre la naturaleza y la poesía. Un lugar donde grandes y pequeños de cualquier procedencia del mundo no pasan desapercibidos ni olvidados; sus desayunos, la chimenea, los cócteles... la auténtica atención por devoción y profesionalidad, hacen que este oasis de descanso cumpla ¡¡100 años!! Guao.
Charlie Collins es el chef propietario de uno de los mejores restaurantes de Panamá, el Panamonte Inn & Spa. Su maestría en el arte de la cocina le ha valido varios reconocimientos importantes, pero su verdadera grandeza no radica en esto sino en su humanidad, su sencillez y el abrazo que da al viajero, al amig@ que, sin conocerle, ya nunca le podrá olvidar después de haberlo hecho.
Con él recorrimos las tierras altas de la provincia de Chiriquí. Su magnífico valle, las laderas de sus montañas cubiertas de plantaciones de café y de flores, dos de los productos más importantes de la región. Cruzamos ríos con aguas cristalinas y cocinamos truchas salvajes, que hacen del gourmet una visita obligada al Parque Nacional Volcán Barú (3,475 metros, punto más alto del país), donde el trotamundos puede ver (con buen tiempo) los océanos Atlántico y Pacífico y tener la oportunidad de observar especies de aves únicas en este lugar.
Y Dioselina, cómo olvidarme. Esa dama que hace de la alta gastronomía panameña un jardín de flores y hierbas aromáticas con sus microhierbas hidropónicas cultivadas por ella misma y su marido Guillermo Bell, que dan frescura, color y vida a las recetas de los cociner@s más innovadores de Panamá.
Y así, despacio, Panamá se apodera de mí, me acoge y me arrulla, me recuerda que la vida es de quien la vive, me ofrece su savia y a sus gentes, me quiere y me adorna, me regala sonrisas con olor a café recién molido y me arma de risa e ilusión. Hace casi un año que llegué y creo que no me quiero ir.
#sedcuriosos
Andrés Madrigal.
Cocinero.