Cuentos de Fukushima: la bruja blanca
Un buen día, todos los peces en el mar murieron y se comenzaron a pudrir los cultivos de arroz. La tierra se volvió infértil. La bruja verde volvió al reino, esta vez convertida en una gigante ola, que los habitantes del reino acordaron en llamar Tsunami, y se enfrentó con furia a la bruja blanca, arrasando sus dominios y destruyendo el poderoso castillo de DAI-ICHI.
Nueva Central nuclear de Tokamak (Japón), 2013. Architecture Global Aid.
Existen cuentos en el mundo que han servido para salvar la vida de muchos, véase sin ir más lejos, la historia de Las Mil y Una Noches, en la que la princesa consiguió salvar su propia vida gracias a los cuentos que le narraba cada noche al rey, o los cuentos de Las Ciudades Invisibles de Italo Calvino, que bien pudieran haberse encontrado en este territorio, hoy inhóspito, y salvar muchas vidas.
Esta historia es real. O mejor dicho, podría ser real. Al fin y al cabo, lo que sucedió en la prefectura de Fukushima hace tres años, tras la explosión del reactor III de la central nuclear de DAI-ICHI no lo sabe nadie, si no es por las historias y la mirada de los periodistas, del Gobierno japonés, de los voluntarios, o de los grupos de ayuda internacionales.
La mirada y la forma de contar las cosas es lo que aporta veracidad a la historia, muchas veces deformada por intereses de diversa índole que uno bien quisiera fueran más fáciles de entender que un hechizo.
La mirada que propone el cuento es una mirada hacia la naturaleza. Libre de nombres, de números y de futuros inmediatos. Es una mirada hacia la construcción de un mundo diferente, en el que la experiencia de tantas vidas humanas que hoy están en el fondo del mar, no caiga en el olvido.
En realidad, la historia, tal y como nos la han contado, no liga en ningún caso la muerte a raíz del tsunami con la energía nuclear. Eso es cosa del cuento. De mirar cómo la naturaleza se cobra lo que le han quitado.
De hecho, hay todavía quienes afirman que la energía de DAI-ICHI no se ha llevado la vida de nadie. O por lo menos, eso decían antes de que abriera el hospital oncológico infantil de Fukushima en febrero de 2014.
Por eso, por falta de datos, lo mejor es mirar con ojos de niño y hablar no de los habitantes del norte de Japón, sino de lo que les rodea. De su entorno. De la naturaleza y la energía. Es decir, intencionadamente: no contar.
Sería maravilloso narrarle esta historia, al oído, en susurros, a quienes dirigen un país. A los reyes cegados por la belleza de la economía y preocupados por encontrar la alegría en energías nocivas para la población. (Qué raro que ningún político se haya comprado una casa estos últimos años en Fukushima) y la mejor forma para ello ha sido contarlo en un relato, como quien cuenta una arquitectura, con una dimensión y una comprensión del ser humano, que, al fin y al cabo es lo que define la profesión del arquitecto. Entender a la gente y lo que busca. Lo que anhela.
Hoy en día, Fukushima, está libre de presiones inmobiliarias, especulación y desarrollo y se podría decir que la naturaleza ha vencido en este lugar, aunque a lo mejor por el camino haya perdido su valor como espacio habitable, debido a la alta radiación que se registra en casi toda su extensión.
Hoy, en el año 2014, este lugar es un vergel, un espacio abandonado en el que la vegetación supera un metro de altura, con caballos salvajes, gacelas, corzos, liebres y jabalíes corriendo a sus anchas por la provincia, sin sospechar -pobres- que nada es fruto de la casualidad.
Los únicos visitantes son los trabajadores de TEPCO (los mensajeros) que se asoman al borde para dejar bidones de gasolina y comida para los 49 voluntarios que aún intentan dominar lo que queda de una de las más poderosas fuerzas del reino del norte: la central de DAI-ICHI.
Nuestro grupo de ayuda, Architecture Global Aid (AGA) ha estado colaborando en esta zona de Japón durante los últimos tres años. Mediante voluntariado, artículos internacionales, entrevistas de radio, publicaciones en periódicos, conferencias, camisetas y vídeos, hemos querido contar las miles de historias vividas y hemos construido casas-refugio o lo que es lo mismo, arquitectura para vivir bajo el nombre de "Origami Houses".
No obstante, lo más importante y por lo que nos gustaría levantar alto la escuadra de arquitecto es por haber construido un andamiaje. Andamios para sostener las convicciones de miles de arquitectos y voluntarios que se han sumado a ayudar con su presencia y su trabajo en Onagawa, Kamaishi, Rikuzentakata o Minamisouma entre otras ciudades.
Tal vez, una estructura de apoyo para el futuro de la gente joven que quiera ayudar a construir ideas y que no le importe la edad, nacionalidad o el lugar con gente que quiera ayudar a edificar Mundos mejores, que son, en definitiva, Reinos mejores.