Soy cubanoestadounidense y, pese a lo que crea la gente, apoyo la visita de Obama
Aparentemente, soy de una especie rara de cuabanoestadounidenses, en el sentido de que soy progresista en política y de que fui criada por un padre cubano en el exilio que pasó de la extrema derecha política a la extrema izquierda al visitar su patria con 35 años y ver cuánto había ayudado la Revolución a su familia.
Me hace gracia. A veces -vale, en realidad, muchas veces-, cuando estoy de gira con mi libro, o dando una charla en una universidad, o en una entrevista, la gente da por hecho cosas sobre mí, sólo porque soy cubanoestadounidense. Concretamente, son cinco las presuposiciones. Y todas dan asco. Estas son:
- Que nací en Miami. (No, en Alburquerque)
- Que vengo de una familia de dinero. (Ojalá)
- Que mi padre cubano y su familia debían ser ricos antes de la Revolución. (Uhm... No)
- Que odio la Revolución cubana. (Lo único que ODIO es el regaliz negro. ¡Aghh!)
- Que destituir a los Castro es mi objetivo principal las 24 horas del día los siete días de la semana y que, como escritora cubanoestadounidense conocida, mi obligación es denunciar el régimen constantemente, sobre todo si estoy en Miami. (La verdad es que no está entre mis pensamientos; sólo hablo por mí, y a veces ni siquiera lo hago bien; Miami me asusta un poco, y más desde que unos cubanos exiliados se presentaron con armas en un un acto de lectura en Coral Gables, Florida, fingiendo ser fans de la novela romántica chick-lit).
Aparentemente, soy de una especie rara de cuabanoestadounidenses, en el sentido de que soy progresista en política y de que fui criada por un padre cubano en el exilio que pasó de la extrema derecha política a la extrema izquierda al visitar su patria con 35 años (20 años después de llegar a Estados Unidos siendo un adolescente aventurero) y ver cuánto había ayudado la Revolución a su familia, que anteriormente fue pobre e inculta y que vive en el campo, cerca de Santa Clara. Nuestra familia -campesinos hambrientos que se quedaron en Cuba- ahora estaba formada por médicos, ingenieros y emprendedores.
Mi padre me enseñó, como se enseña a los cubanos en Cuba, a respetar la Revolución. Mi padre es cubanólogo; dedicó su carrera de profesor de sociología a estudiar la Revolución. Teníamos una foto enmarcada de Fidel Castro sobre el piano en casa, en la que está estrechando la mano a mi padre.
También fui criada, como estadounidense en Estados Unidos, para ser crítica con los errores de la Revolución, y son muchos, porque en nuestra casa se valoraba el pensamiento crítico y los juicios honestos. He estado en Cuba varias veces y, aunque admiro de ella muchas cosas, también he encontrado muchos aspectos detestables. Un poco como con Nueva Jersey. O con Kanye West.
Cuando hace siete años me puse muy enferma por problemas de autoinmunidad y no tenía seguridad social, el Gobierno cubano me acogió y me trató gratis, considerándome con orgullo una de los suyos, aunque en Cuba nadie pudiera entender cómo, con mi español de mierda y mi amor por el café flojito, era considerada una autora latina, cuando ellos me veían tan estadounidense como el que más. Los médicos fueron increíbles. La gente con la que compartí habitación en el hospital fue amable y cercana. Estaba impresionada por la buena salud y el nivel de educación de los ciudadanos medios de la Habana. Me di cuenta, tras pasar 10 días en un excelente (pero destartalado) hospital cubano junto al mar, de que Estados Unidos y Cuba eran como los negativos de una foto, uno frente al otro. En Cuba, los edificios eran decadentes y la gente estaba en plena forma, de mente, cuerpo y alma. En Estados Unidos se cumplía justo lo contrario: tenemos bellos edificios, pero gente enferma, colegios nuevos, pero niños con una educación muy pobre, y coches preciosos, aunque el 80% de la gente lleva un año sin leerse un libro.
"¡Pero los cubanos no son libres!" es la frase que les encanta recordarme a los exiliados de derechas de Miami. A mí y a Janet Reno [la Fiscal Nacional de Estados Unidos que llevó el polémico caso de Elián González y devolvió la custodia del niño a su padre en Cuba]. En realidad, a mí, a Janet Reno y a cualquiera que escuche sus furiosos gritos.
Pero, ¿acaso es esto cierto? Y además, ¿somos los estadounidenses tan libres como creemos que somos?
Mi padre me enseñó hace mucho tiempo que había más de un tipo de libertad en el mundo. Se puede ser libre para y luego se puede estar libre de. En Estados Unidos, somos libres PARA: elegir nuestras propias carreras, viajar a donde queramos (si podemos permitírnoslo), criticar a nuestro Gobierno (aunque no sirva de nada); mientras que los cubanos... bueno, básicamente, no pueden, no tienen esas libertades. En cambio, en Cuba, están libres DE: hambre, analfabetismo, quedarse sin hogar, quedarse sin servicios médicos, una educación cara; mientras que los estadounidenses no pueden librarse de nada de esto. Para que una sociedad sea justa y buena, creo que debe ofrecer ambas libertades a su pueblo, como ocurre en Canadá.
Así que no, no me sienta mal que el presidente Obama haya ido a Cuba, convirtiéndose en el primer presidente de Estados Unidos que visita la isla desde que lo hiciera Calvin Coolidge en 1928. Soy cubanoestadounidense y me alegro. Creo que nuestros dos países podrían aprender uno del otro, si los dos quisieran acabar con su arrogancia e ignorancia torpe y admitieran los puntos fuertes del otro. Más o menos, como hace la gente cuando trata de llevar relaciones sanas y en armonía.
Espero que ese sea el camino al que se dirigen mis dos bonitos países, hacia una relación sana y armoniosa. Es hora de que ambas partes crezcan y maduren, y sustituyan la retórica de la guerra fría por un realismo solidario.
Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano