Por qué viajo sola si estoy casada
"¿Y te deja viajar sola tanto tiempo?", me preguntaban, insinuando que mi marido es, de algún modo, responsable de mis acciones. "¿No crees que te va a dejar mientras tú estás fuera?", me advertían. Mirad, si quisiera abandonar el barco sólo porque yo me fuera de viaje unas semanas, no sería la persona con la que quiero envejecer.
Mi marido y yo llevábamos saliendo 11 años antes de casarnos, pero la gente empezó a mostrar su disconformidad con mis viajes en solitario después de la boda.
Para una pareja que se conoció en el instituto, 11 años no es un noviazgo exagerado, pero sí el tiempo suficiente para poder conocerse a fondo. Empezamos a salir el 1 de abril de 2005 y en julio de ese mismo año me fugué a Villa del Totoral, un pequeño pueblo de Argentina donde mi tío vivía en esa época.
Fue durante esta aventura cuando me di cuenta de mi dependencia de los demás para que me entretuvieran, me estructuraran e incluso me alimentaran. Tenía 15 años, pero sabía que la realidad sería la que yo me labrara. Esa epifanía es muy común entre los viajeros que pasan mucho tiempo en soledad. Me resultó obvio cómo los viajes y las dificultades que estos presentan podían influir positivamente en la concepción que tenía de mí misma. Nunca hubo ninguna duda sobre si daría prioridad a la relación que tenía con mi novio o al viaje.
Sí, éramos unos adolescentes -y con esa edad no es nada raro que los amigos o las parejas desaparezcan unas cuantas semanas para irse de vacaciones con sus familias o a un campamento-, pero ese viaje dejó claro que viajar siempre sería una parte muy importante de mi vida. Se confirmó durante el verano siguiente cuando me fui de viaje a Ecuador y a las Galápagos.
Mi deseo de explorar el mundo sola siguió su curso, siempre con el apoyo de mi pareja, mis amigos y mi familia.
Pero esta actitud cambió radicalmente en cuanto nos pusimos los anillos y firmamos los papeles.
No lo digo por mi pareja, que siguió animándome a viajar sola, un hábito que había abandonado en los últimos años. Lo digo por mis amigos y por el resto del mundo.
Justo después de nuestra boda, empecé a planificar un viaje de dos meses a Centroamérica para recopilar fotos e historias para mi revista The Naturalist. Estaba muy emocionada por volver a viajar, por poner a prueba mi valía y por reconstruir mi capacidad de adaptación al mismo tiempo que perseguía el sueño de toda mi vida: el tipo de crecimiento personal que trae consigo viajar. Nunca lo consideré como un insulto al compromiso que mis amigos acababan de presenciar, un compromiso que ya existía mucho antes de que el gobierno lo reconociera oficialmente.
Otras personas no estaban tan convencidas:
"¿Y te deja viajar sola tanto tiempo?", me preguntaban, insinuando que mi marido es, de algún modo, responsable de mis acciones. "¿No crees que te va a dejar mientras tú estás fuera?", me advertían. Mirad, si quisiera abandonar el barco sólo porque yo me fuera de viaje unas semanas, no sería la persona con la que quiero envejecer. "¿Pero no te acabas de casar?", me preguntaban muchos, dando a entender que ser la mujer de alguien significa que hay que estar pegado a tu marido todo el día.
Me pregunto si mi marido sería el blanco de estos interrogatorios en caso de que los papeles estuvieran intercambiados. Supongo que no. Se espera que los hombres se vayan de viajes de negocios, ya sean marineros vikingos o empresarios modernos. La sociedad todavía no se ha acostumbrado a que las mujeres hagan lo mismo y supongo que el hecho de que alguien lo haga resulta desconcertante porque va en contra de cómo esperan que se comporte una mujer.
Mentiría si no admitiera que esos comentarios me desanimaron. Incluso llegué a cuestionar la validez del viaje y mis prioridades cuando algunas personas a las que respetaba de verdad me contestaban así. Estaba casada, entonces, a lo mejor era realmente importante que me quedara en casa... ¿pero haciendo qué? Soy periodista freelance, estoy intentando empezar un negocio y, además, quiero viajar sola. ¿De verdad nuestra relación se fortalecería si estuviera atada a casa?
Por supuesto, la respuesta es un rotundo "no".
Estoy escribiendo esto desde una pequeña cafetería de San Ignacio (Belice). No porque haya abandonado a mi marido, sino porque, al hacer las actividades que me llaman, seré una versión mejorada de mí misma que hará que sea mejor como persona y como pareja.
Y porque me gusta viajar sola. Me gusta cómo me obliga a depender de mí misma, a resolver problemas inesperados de manera creativa. Me gusta porque acabo haciendo amigos para evitar la soledad que todo el que viaja en solitario sufre en algún punto de su aventura. Yo no soy una ama de casa de los cincuenta, y me niego a tolerar ese estereotipo.
Además, estar soltera, casada o con pareja no tiene que importar a la hora de hacer las cosas que nos hacen felices. Así que seguiré viajando sola, llamando a casa cuando pueda y sintiéndome segura sabiendo que mi relación y mis decisiones son asunto mío y que nadie ni nada me las puede arrebatar.
Este post se publicó originalmente en Misadventures, una revista de aventuras para mujeres.
El artículo fue publicado con anterioridad en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Irene de Andrés Armenteros.