Los que apoyan el 'sí' tienen la visión de un futuro mejor para el pueblo de Escocia
Nos irá mejor si las decisiones sobre Escocia las toma la gente que más se preocupa por Escocia, es decir, los que viven y trabajan aquí, y no los políticos de Westminster. Dentro de menos de cuatro meses, todos los que tengamos la fortuna de vivir en este país podemos empezar a construir un país mejor, más justo y más próspero poniendo el futuro de Escocia en manos de Escocia.
Escocia es uno de los países más ricos del mundo desarrollado, que cuenta con extraordinarios recursos naturales y grandes ventajas que ya querrían tener otros países.
Tenemos, en proporción, más universidades de alto nivel que cualquier otra nación del planeta, somos un hervidero para las ciencias de la vida, tenemos una industria alimentaria y de bebidas de calidad y somos fuertes en sectores claves de crecimiento como las industrias creativas, las energías renovables y el turismo.
La mayor fuente de nuestra riqueza es, sin embargo, nuestra gente.
De hecho, es la gente de este país la que impulsa la independencia. Nos irá mejor si las decisiones sobre Escocia las toma la gente que más se preocupa por Escocia, es decir, los que viven y trabajan aquí, y no los políticos de Westminster que, inevitablemente, focalizan su atención fuera de Escocia.
En los últimos años, hemos visto cómo la población de Escocia ha pasado del estancamiento al crecimiento con la llegada de europeos (sobre todo de británicos), aumentando la riqueza económica y la energía social de nuestro país. Esto supone un giro de las tradicionales críticas del fracaso de la gobernanza económica de Westminster en Escocia: el relativo descenso histórico de nuestra población.
Entre los años 1901 y 2001, la cifra de población en Escocia solo aumentó en un 10%, mientras que en Inglaterra, en el mismo período, la población creció en un 60%.
Lo cierto es que entre 1971 y 2001 la población escocesa disminuyó en 171.000 personas, de modo que, incluso con el crecimiento renovado de los últimos años, nuestra porción en el total de la población británica es mucho menor de lo que lo era hace cuarenta años.
Desde la constitución del Parlamento Escocés, la situación ha cambiado para mejor. De hecho, se ha transformado. Sin embargo, no se puede garantizar que el progreso se mantenga.
De hecho, los que hacen campaña contra la independencia se apoyan en sondeos que predicen que, si nos quedamos dentro del sistema de Westminster, en Escocia va a volver a disminuir la población activa. Por increíble que parezca, esto se presenta como un argumento contra la independencia en lugar de como un argumento para el cambio.
La campaña del no quiere que nuestro futuro se quede en manos del sistema de Westminster que augura un mayor número de empleos y oportunidades acumuladas en una esquina de estas islas. Se han embarcado en un proceso de privatización de los servicios públicos y de desmantelamiento del Estado de bienestar conseguido en la posguerra.
Los que defienden el sí en este debate tienen la visión de un futuro mejor para la gente de Escocia.
Nuestra visión es la de una Escocia en la que utilizamos la vasta riqueza de nuestro país y hacemos que funcione mejor para las personas que viven aquí.
Al transferir el poder político de Westminster a Escocia, podemos modelar las políticas económicas para que se centren al 100 % en crear empleo en Escocia.
Cada año abandonan Escocia unas 70.000 personas, entre las que se incluyen 30.000 jóvenes. Por supuesto, siempre habrá gente que quiera viajar, y en el siglo XXI es inevitable que las personas se muevan de un país a otro para trabajar y para vivir. Esto es genial, pero nadie tendría por qué verse obligado a dejar su país por carecer de oportunidades económicas.
Con los poderes de la independencia, podemos hacer mucho más por ayudar a la gente a encontrar trabajo en Escocia y alcanzar el máximo de su carrera en su propio país.
Podemos hacerlo diseñando una política económica y de impuestos para atraer y mantener las funciones centrales en Escocia, implementando una estrategia industrial para una Escocia moderna, trabajando juntos en colaboración social para mejorar los salarios, y creando una política que aproveche al máximo las ventajas que tenemos en las industrias y los servicios clave en crecimiento.
En contraposición, los principales partidos de Westminster han decidido emplear la inmigración como arma en su cada vez más despreciable autoestilo de la campaña del miedo (o Project Fear).
Según las estimaciones del Gobierno británico y, precisamente, del Partido Laborista, la migración anual neta en Escocia tiene que aumentar hasta 24.000 para ajustarse o superar el ratio de población activa con respecto a los pensionistas del Reino Unido, como si fuera algo que debiéramos temer; un motivo para votar no.
No obstante, entre 2001 y 2011/12, la migración neta en Escocia rondaba las 22.000 personas al año.
Esto supone que no se alcanza la cifra meta; solo necesitamos que 2.000 personas más se queden en Escocia, que 2.000 personas vengan para quedarse, o que una cifra similar de expatriados vuelva a casa.
Para muchos escoceses que se han ido al extranjero, la independencia les ofrecería la oportunidad de su vida: la oportunidad de volver para implicarse de forma directa en la construcción de un país mejor.
Podemos implementar políticas prácticas como el restablecimiento del visado de trabajo postestudios (abolido por Westminster) para retener a las personas con talento que quieran quedarse en Escocia para trabajar aquí y contribuir con su país.
Dentro de la zona de circulación común de las Islas Británicas, también podemos introducir un sistema de inmigración con diferentes puntos que se ajuste a nuestras necesidades.
Además de llevar a cabo políticas prácticas, también podemos deshacernos del discurso agresivo de los principales partidos de Westminster, que en vez de oponerse a los gustos de UKIP han decidido complacerlos, y copiar sus tácticas para promover el miedo a la inmigración en este referéndum de la independencia.
El historiador Tom Devine nos recuerda que en la época medieval, "la nación que se convirtió en Escocia" evolucionó de una mezcla de grupos étnicos. Los mayores héroes escoceses, Robert de Brus y Willian Wallace (el Galés), precisamente procedían de familias inmigrantes.
En la Escocia moderna, deberíamos aspirar a ser modelo de esperanza, diversidad y humanidad. Dentro de menos de cuatro meses, todos los que tengamos la fortuna de vivir en este país, vengamos de donde vengamos, podemos empezar a construir un país mejor, más justo y más próspero poniendo el futuro de Escocia en manos de Escocia.
Traducción de Marina Velasco Serrano