Los nacionalistas lo tenían claro. En el 2012, con la crisis en pleno auge, y tras un intento de reforma del Estatut que sería declarada inconstitucional, movilizaron a sus partidarios e iniciaron un proceso unilateral de ruptura. La democracia española se encontró así de repente frente al mayor reto que se le había presentado desde el golpe de estado de Tejero. Con el peligro añadido de que ahora se hacía en nombre de los mismos principios en que se sustenta el sistema.