Le Pen, en sucio

Le Pen, en sucio

Los males venideros llegarán como están llegando, bajo disfraces de una mayor seguridad y proteccionismo. Francia puede convertirse en unos meses en un foco de cierta esperanza para Europa o, por el contrario, en el descarnado solar en el que la ultraderecha empiece a jugar, suciamente, ante nosotros.

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Foto: EFE

Hablar de Le Pen en sucio no es otra cosa que tratar a Le Pen en claro. Hija de su padre, modélica heredera de sus prejuicios más enfangados, se esfuerza en que Europa se desmembre para que la intolerancia pueda respirar aún más, mucho más aún, a pleno pulmón en el así llamado Viejo Continente: quizá sea por esta vejez, por esta senectud de nuevo mal llevada, que le estén surgiendo achaques cada vez más preocupantes. La delicada tesitura del momento occidental, una delicadeza absolutamente quebradiza, se agita en Francia, desde este mismo momento hasta las elecciones de abril, bajo la impostura del Frente Nacional.

Fue en Lyon donde Marine Le Pen, queriéndose entusiastamente a sí misma como candidata del pueblo, expresó sus 144 promesas electorales bajo palabras tan complejas y peligrosas -siempre en manos de quienes no las saben usar- como patria, patriotismo, pueblo extranjero, soberanía, seguridad o libertad. Así, entre sus más destacadas aspiraciones, están la determinación de expulsar a los inmigrantes sin papeles en regla, el fin del ius soli o derecho de suelo (negar la nacionalidad a los hijos de inmigrantes nacidos en suelo francés) y el de reagrupación familiar. Pero hay otros pilares igual de gruesos, densos como los muros que el atrabiliario Trump se imagina en su fogosa cabeza: el Frexit o la salida del espacio Schengen (lo que implicaría la reactivación de controles fronterizos en el limes francés) son otras de las propuestas de la ultraderecha francesa, orientadas y exigidas siempre bajo la premisa de un enemigo común.

El enemigo esencial para Le Pen, del Frente Nacional y de sus votantes, no es otro que el enemigo musulmán. Esta socorrida coartada para los procesos de xenofobia e islamofobia, es probablemente la baza más importante del discurso lepenista, un discurso que, como decía recientemente en otro artículo, es un discurso de fraseología miserable. Con la idea de exaltar el sentimiento nacional, tal y como ocurre en otros países occidentales, la candidata francesa, salpicada por preocupantes asuntos de ocultamiento de patrimonio y financiación ilegal de campañas, entre otros más, se afana en señalar a los extranjeros (especialmente a los provenientes de oriente próximo y practicantes del Islam) con su blanco dedo índice, para hacer ostensible la diferencia, para presentarla y representarla como una realidad siempre negativa, como un conflicto insalvable, con la única y baja intención de difundir el miedo entre los ciudadanos de su país; todos sabemos que el miedo es el gran aliado de los represores que utilizan la política para hacer la vida más fácil a unos pocos y complicarla a unos muchos.

Para fomentar un mayor estado de desasosiego en su país y en Europa, en el mundo al fin y al cabo, la líder del Frente Nacional se ha visto beneficiada (aunque aún está por ver si la incidencia es sustancial) por la torpeza, o por ser casi más certeros en la definición, estupidez, de François Fillon, inmerso en un escándalo, el llamado escándalo Penelope, por haber dado un empleo de forma irregular a su mujer, lo que puede permitir que Le Pen se termine beneficiando y engrosando su soberbia al atraer un alto número de votantes de la derecha, los que se puedan sentir más desorientados.

Durante buena parte del siglo XX, tanto Europa como el resto del mundo considerado civilizado, considerado desvergonzada y soberbiamente por sí mismo como civilizado, se asistió al despliegue de ideas acotadas en términos fascistas-comunistas que llenaron la tierra de cadáveres mal enterrados y de otros tantos mutilados físicos y psíquicos, muertos en vida que aún proyectan sombras, cada vez menos atendidas y cuidadas, sobre nosotros.

En todo caso es inútil, e innecesario, comparar a los nuevos líderes de estos movimientos (Trump, Le Pen, Wilders, Petry, etc.) con los viejos líderes de aquel tiempo de campos de concentración y violencias institucionalizadas, porque siempre saldremos perdiendo. Confiar en que las vertientes totalitarias (sus propuestas) se mostrarán bajo las mismas apariencias en las que lo hicieron en su día es de no entender nada: que Marine Le Pen no tenga el bigote de Pétain o Trump el de Hitler no les resta brutalidad a sus posiciones.

Los males venideros llegarán como están llegando, bajo disfraces de una mayor seguridad y proteccionismo, ensuciando la diversidad, el contacto fraternal entre hombres y mujeres que habrían de saberse distintos pero iguales. Francia puede convertirse en unos meses en un foco de cierta esperanza para Europa o, por el contrario, en el descarnado solar en el que la ultraderecha empiece a jugar, suciamente, ante nosotros.