Los abrazafarolas
Que se quede todo como está, que no cambie nada. Lo siento, pero nada permanece. El fenómeno de la disrupción sigue avanzando y aunque no queramos verlo, ha llegado para transformar y llevarse por delante los modelos de negocio tradicionales. El último shock ha sido para los taxistas.
Julio Camba, articulista del que Ortega y Gasset decía que era la más pura y elegante inteligencia de España, recogió en sus crónicas su periplo por el extranjero. Cuenta que tenía una colección de postales del mundo y un día se la enseñó a una señorita alemana.
- A ver si adivina usted, señorita, de dónde es esta postal.
Y la señorita casi nunca reconocía el perfil de ninguna ciudad, se equivocaba siempre. Pero cuando se trataba de una ciudad española, no fallaba ni una. Camba le preguntó que cómo podía ser que reconociese esas ciudades sin haber estado en España.
- Yo no reconozco las ciudades españolas -le dijo. Reconozco los tipos. En todas las vistas fotográficas de las ciudades de España hay siempre un hombre arrimado a un farol. Mire usted esta postal. Aquí no hay nada más que un hombre. Pues este único hombre está recostado en un farol. En cambio, mire usted todas las otras postales que tiene: las de París, las de Londres, las de Viena... Ni un solo hombre arrimado a un farol.
Si en los años cincuenta España estaba arrimada a un farol, ahora España está abrazada al farol. Cuando todo a nuestro alrededor es incertidumbre, lejos de utilizar la luz para adentrarnos en la oscuridad e intentar buscar una salida, nos aferramos al puntito luminoso e imploramos protección. Si de pequeños rezábamos el "Cuatro esquinitas tiene mi cama", ahora de adultos repetimos con voz trémula "Virgencita, que me quede como estoy". Bien abrazaditos a nuestro farol.
Que se quede todo como está, que no cambie nada. Lo siento, pero nada permanece. El fenómeno de la disrupción sigue avanzando y aunque no queramos verlo, ha llegado para transformar y llevarse por delante los modelos de negocio tradicionales. El último shock ha sido para los taxistas. Con Uber, conductores no profesionales encuentran una nueva forma de sacarle partido a sus coches. Así que los taxistas profesionales con una mano se agarran a su farolillo verde y con la otra blanden sus licencias. Lo mismo sucede entre los hoteles y Airbnb, y sucederá con todo aquello que pueda ser susceptible de ser compartido o digitalizado. Afectados y usuarios del nuevo servicio, cada cual se agarrará a su farol, unos exigiendo que se mantengan sus privilegios y otros exigiendo que se respeten sus derechos.
Músicos, cineastas, libreros, taxistas, hoteleros... ¿Y los políticos? ¿A los políticos no les llega su San Martín? Los políticos se sienten seguros, creen que su farola es tan sólida como la Torre de Hércules y que esto de la disrupción no va con ellos. Pero, ¡ay, amigos! Que ya hay herramientas de inteligencia artificial tomando decisiones en los consejos de administración de algunas compañías. Si Google ya está probando coches que conducen solos, ¿por qué no va a poder diseñar un software con la capacidad de analizar las tendencias mundiales y dotarlo de un modelo de toma de decisiones sociales y económicas que aprenda y se retroalimente continuamente? Si Facebook, Amazon o Apple, empresas cuya principal ventaja competitiva reside en la gestión eficiente de la información de sus clientes, ya se atreven a mojarle la oreja nada menos que a la industria financiera, ¿por qué no van a poder desarrollar una lógica de toma de decisión que haga que la figura del político sea, simplemente, prescindible?
¡Qué inmensa ironía sería ver a los políticos ir a la huelga! ¿Se imaginan? Todos unidos -para esto sí se pondrían de acuerdo- para reivindicar la necesidad de que sus puestos de trabajo no sean sustituidos por un ordenador. Viéndoles, quizá alguien con cierta sorna les aconsejaría que se entrampen hasta las pestañas para comprar una licencia de taxi con la que ganarse la vida a partir de ahora, tal y como han hecho tantos afectados por EREs en toda España.
Eso sería disrupción. Pero nuestra realidad es otra. Aquí seguimos a lo nuestro, aferrados a nuestros faroles de forja. Por ejemplo, el socialismo patrio, que está buscado su nuevo farol. Como Susana Díaz ha entonado el "no soy esa", sus bases tendrán que escoger a qué farol rutilante se quieren abrazar, si al de Eduardo Madina o al de Pedro Sánchez. En las filas del PP, la cosa no está mucho mejor. Si se supone que son centro derecha liberal, su militancia no debe estar muy contenta con esta deriva conservadora inmovilista. Pero están gobernando, así que prietas las filas, aquí no pasa nada. Si en el horizonte por un momento aparece un ramalazo de amenaza del statu quo del bipartidismo en la figura de Podemos, con un movimiento felino PP y PSOE se sueltan de una mano, le hacen una higa y se vuelven a enganchar al poste para no caerse.
Y cuando nadie lo esperaba, emerge una nueva figura que sobresale por encima del resto y que viene a sustituir a otro faro apagado. Es Felipe VI. Si hay alguien que tendría que alzarse por encima de tanta mediocridad rampante, ese tendría que ser el nuevo rey. Si hay alguien que tendría que ser faro y guía de regeneración democrática e institucional, ese debería ser Felipe VI. Alguien, que por una vez en tantísimo tiempo, cumpla con la palabra comprometida con los españoles. No sé si es mucho pedir.
Coincido en el diagnóstico de Camba. Los españoles no nos incorporaremos por completo a Europa mientras no nos desarrimemos de los faroles y echemos a andar. ¿Es mucho pedir?