Tenía quince años...
¿Qué habría pasado si Ulet hubiera muerto en Libia? Nadie se habría enterado. Pero falleció en el cruce entre África y Europa, ya rescatado, cuando cada vida empieza a contar, cuando la tragedia se explica y difunde: su caso llegó a los telediarios y a las portadas de los diarios italianos.
Quería ver el mar. Le pidió a la enfermera salir a cubierta. Observó desde el barco de rescate el movimiento acompasado de las olas, sintió en la cara la brisa del Mediterráneo. Perdió el conocimiento. El equipo médico intentó reanimarlo durante media hora, pero falleció.
Fue su último acto de libertad. Ulet Mohamed, de 15 años, era un somalí rescatado en las aguas del Mediterráneo, que este año se han tragado casi 2.600 vidas. Llegó al Dignity I de Médicos Sin Fronteras junto a 302 personas que fueron rescatadas por buques italianos. El Dignity I los llevó a puerto, pero Ulet nunca vio Sicilia.
"Mamá". "Coca-Cola". Son las dos palabras que repetía. Estaba solo, pero los somalíes que viajaban con él nos dijeron que había sido torturado en un centro de detención, que allí lo tenían esclavizado, que no le daban ni agua ni comida. En algún momento perdió la noción de la realidad y cuando llegó a nuestro barco solo balbuceaba, deliraba, murmuraba deseos. Tenía la violencia marcada en el cuerpo y su estado de salud era deplorable.
Al principio respondió al tratamiento y mejoró. Todo el sufrimiento había quedado atrás -los golpes, el mar, el rescate- pero murió cuando estaba a las puertas de Europa a causa de un edema pulmonar, según el parte médico.
¿Qué habría pasado si Ulet hubiera muerto en Libia? Nadie se habría enterado. Pero falleció en el cruce entre África y Europa, ya rescatado, cuando cada vida empieza a contar, cuando la tragedia se explica y difunde: su caso llegó a los telediarios y a las portadas de los diarios italianos.
El desequilibrio del mundo encuentra su metáfora perfecta en la zona de rescate. Allí, a decenas de millas náuticas de Libia, en un limbo de plataformas de gas, fragatas y cargueros de armas, asoman botes inflables y pesqueros de madera a la deriva, atestados de somalíes, sirios, etíopes, eritreos, bangladeshíes, nigerianos, malienses. Asusta su fragilidad: en cualquier momento todo puede romperse. Cuando el Dignity I los avista, los gestos del equipo de rescate basculan entre la impresión y la gravedad. Un movimiento en falso puede significar un naufragio, pero hay que actuar con decisión.
Los equipos de MSF han rescatado a más de 14.000 personas este año en el Mediterráneo, pero no paran de colarse vidas entre sus manos. Las operaciones de rescate son solo un parche: un intento quijotesco de calmar una tragedia provocada por la xenofobia de Europa y la guerra y la miseria en África y Oriente Medio.
Tengo grabada en la mente la imagen de Ulet al subir al Dignity I, con una camiseta amarilla de tirantes y señales negras en la rabadilla. Apenas podía caminar. Era un ave espigada con las alas heridas: su vuelo se apagó fuera de África. Cuando el Dignity I atracó en Augusta, las autoridades italianas empezaron a buscar un cementerio para enterrarlo, porque en aquel pueblo siciliano no había sitio para él.