Comprar con cabeza
Si se considera de antemano lo que realmente se necesita, se puede reducir mucho el consumo de embalajes. Y no sólo en el supermercado: en mi oficina tengo una taza reutilizable, que simplemente tengo que recordar llevar conmigo a la máquina de café, en vez de usar y tirar una media de cuatro vasos de cartón al día.
Foto: ISTOCK
Seguro que también os ha pasado: vais a la compra, elegís los mejores productos y cuando empezáis emocionados a preparar todo para cocinar un plato estupendo, os golpea una enorme decepción: la mitad de lo que habéis comprado es plástico. Por si fuera poco, ese plástico no tiene ninguna utilidad en el ámbito doméstico más que envolver esas zanahorias. Lo peor de todo es que la mayoría de veces no hay alternativa (¿o sí?). Por ejemplo, los pañuelos desechables vienen en paquetitos de plástico de diez pañuelos cada uno, y sólo te venden diez paquetitos de plástico que vienen a su vez envueltos en un plástico para asegurar que compres los diez. Por lo menos, los pañuelos se acabarán usando, pero cuando se trata de comprar tres pimientos cuando sólo necesitabais uno, sentiréis que habéis tirado el dinero cuando los otros dos caduquen.
Desde luego que el embalaje tiene una utilidad higiénica y práctica, pero me da la impresión de que la industria del embalaje (plásticos, cajas, redecillas, etc.) se ha pasado promocionando las ventajas de empaquetarlo todo. Nótese que empaquetar las cosas no sólo beneficia a los productores de embalajes, sino también al resto de industrias que ganan a costa de que nos veamos obligados a comprar diez paquetes de pañuelos y tres pimientos que no necesitamos. Además de lo molesto de comprar cosas embaladas obligatoriamente, hay una dimensión aún más absurda y nociva: el consecuente sedentarismo. Ejemplos no faltan y a veces se vuelven virales en las redes; dos de mis favoritos son los dos medios aguacates empaquetados de Sobeys, y las naranjas peladas de WholeFoods.
Me puedo imaginar que estaréis pensando que los embalajes por lo general se reciclan, pero lo cierto es que cerca de 8 millones de toneladas de plástico se tiran a los océanos cada año, y la Fundación Ellen MacArthur estima que en 2050 habrá más plástico que peces en el mar. Este plástico no sólo degrada ecosistemas marinos, sino que acaba en la cadena alimenticia (los peces se lo comen, así que adivinad dónde acaba cuando coméis pescado). Además, no es sólo un problema de cuántos desechos generamos, sino también del coste de producirlos inicialmente. Para que os hagáis una idea, se estima que para producir una botella de plástico para agua embotellada, se utiliza unas seis o siete veces la cantidad de agua que finalmente se embotella en ella (y evidentemente se necesita más que agua para producirla; respecto al coste en agua, recomiendo la web de Water Footprint Network).
Pero si todo viene empaquetado, ¿qué se puede hacer para evitarlo? Como casi siempre, la solución tiene varios frentes. Desde el frente regulatorio, se puede limitar el uso de embalajes a (lo más cerca posible de) lo estrictamente necesario. Esto se puede hacer por la vía blanda, como por ejemplo se ha hecho al obligar a los supermercados a cobrar por las bolsas de plástico; o por la vía dura, directamente prohibiendo el embalaje redundante, mediante una clara definición de qué entra en la categoría de embalaje necesario y qué no. Además de esto, hay que tener en cuenta que muchas veces no es sólo qué o cuánto se embala, sino también cómo: es posible optimizar los envoltorios para utilizar lo mínimo necesario.
En este sentido, como consumidores, elegir productos que optimicen el embalaje es una solución obvia. Pero hay otras opciones que no son necesariamente la opción fácil, pero sí la más sana (evitamos la destrucción de nuestro propio entorno y escapamos al sedentarismo) y muchas veces la más económica (si se van a tirar dos de los tres pimientos del paquete de dos euros, ¿por qué no comprar uno suelto por stenta céntimos?). Empiezan a proliferar en Europa los supermercados a granel (añado a la lista Løs Market de Copenhague; y seguro que hay más), donde los clientes traen sus propios tuppers, botellas, cajas y bolsas. También grupos de consumo que adquieren productos agrícolas directamente de los productores (que normalmente vienen en una sola caja). Es una cuestión de planificación: si se considera de antemano lo que realmente se necesita, se puede reducir mucho el consumo de embalajes. Y no sólo en el supermercado: en mi oficina tengo una taza reutilizable, que simplemente tengo que recordar llevar conmigo a la máquina de café, en vez de usar y tirar una media de cuatro vasos de cartón al día.
Nos lo han dicho millones de veces: hay que comprar con cabeza. Y la cabeza, dicen, es redonda para que al pensamiento le sea fácil cambiar de dirección.