Las claves para entender la ruptura del acuerdo nuclear entre EEUU y Rusia
El INF databa de 1987 y puso fin a la Guerra Fría, protegiendo a Europa durante más de 30 años de las cabezas atómicas de Moscú que apuntaban a sus capitales.
"Y el lunes, al café del desayuno, vuelve la guerra fría". Tal cual, así ha empezado la semana el planeta. Con los dos adversarios más fieros de la segunda mitad del pasado siglo enseñando los dientes, amenazando, rompiendo consensos que durante más de 30 años han servido para que el mundo fuera un poco más seguro.
El viernes, Estados Unidos anunciaba que abandonaba las obligaciones que le fijaba el Tratado de control de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF, por sus siglas en inglés) firmado con Rusia en 1987. Se abría así un proceso de desacople que culminará en seis meses. Dice que su contraparte, Moscú, lo ha violado y ya es papel mojado. Sólo detendrá el proceso de retirada si los rusos vuelven a cumplir con los términos del pacto.
Al día siguiente, sábado, Rusia replicó que nunca había traspasado las líneas rojas pero que, visto lo visto, también daba por muerto el compromiso. De momento, ya se pone manos a la obra con unos nuevos misiles.
Es una ruptura importante. El tratado INF (Intermediate-Range Nuclear Forces) selló el fin de la Guerra Fría, la original, fue el primer compromiso acordado entre Moscú y Washington. Fue firmado por el entonces presidente estadounidense Ronald Reagan y el líder soviético Mijail Gorbachov, y sirvió para prohibir el uso de misiles con un alcance de entre 500 y 5.500 kilómetros, poniendo fin al peligroso desarrollo de cabezas nucleares que impulsaban las dos macropotencias del momento. Impedía concretamente el desarrollo y uso de misiles tierra-tierra de alcance medio y también la capacidad de cargar cabezas nucleares. Para Europa, que estaba en medio de la pelea, fue especialmente tranquilizador, ya que resolvió la crisis de los misiles rusos que apuntaban contra las capitales europeas occidentales.
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EEUU sostiene que Rusia lleva violando este acuerdo de prevención común desde 2014. El actual presidente norteamericano, Donald Trump, ya anunció el pasado octubre que estaba dispuesto a romper la bajara, que su antecesor Barack Obama ya debió hacerlo. Luego, en diciembre, Mike Pompeo, el secretario de estado de Washington, dio 60 días al Gobierno de Vladimir Putin para que recondujera sus pasos, una tregua anunciada con la nariz tapada, por presiones de la Unión Europea (UE). Ahora dan a Moscú un semestre para que destruya todos los misiles y sistemas de lanzamiento de dichos misiles que no se correspondan con lo dicho en el tratado.
Lo que escama a EEUU es, básicamente, un nuevo tipo de misil ruso conocido como Novator 9M729, o SSC-8, en código de la OTAN. Tiene un alcance medio y, mientras la Casa Blanca dice que supera el rango vetado en el acuerdo, de entre 500 y 5.500 kilómetros de alcance, el Kremlin insiste en que se queda ligeramente por debajo, en 480 kilómetros.
Pompeo, al anunciar su retirada por estas supuestas violaciones, argumentó que "ponen en mayor riesgo a EEUU y a Europa". Sin embargo, Rusia volvió a pedirle "pruebas" de que estaban incumpliendo el acuerdo, porque públicamente sólo han trascendido los detalles publicados en noviembre pasado por Daniel Coats, el jefe de los servicios secretos de EEUU. Dijo que estos misiles tenían ya un "extenso programa de pruebas de vuelo" y además Rusia "habría ocultado las características de las pruebas y las posibilidades de los cohetes" de este tipo.
Moscú, ante la afrenta, dijo a través del ministro de Defensa Sergei Shoygu que va a desarrollar misiles terrestres de alcance intermedio en los próximos dos años, ya que no se siente vinculado con el tratado. En concreto, una versión terrestre del misil teledirigido Kalibr y un nuevo misil supersónico deberán estar construidos entre el 2019 y el 2020, informa AP. Shoygu dijo claramente que se ponen manos a la obra porque saben que EEUU va a hacer lo propio y que, de hecho, lleva dos años preparando nuevas armas. No van a quedarse quietos, avisa.
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Y es que esa es una de las claves de este divorcio: que más allá de que haya violaciones o no por parte Rusia, no se oculta el empeño de EEUU de modernizar su arsenal nuclear, un objetivo que Trump declaró abiertamente hace un año y que estaba constreñido por el pacto de hace 32 años. Quiere modernizar sus reservas y ampliarlas, si es posible.
El dato exacto de esas reservas atómicas es un secreto que las naciones guardan bien, pero se calcula que tanto EEUU como Rusia tienen unas 7.000 cabezas cada una. Según indica el coronel español Pedro Baños en su libro El dominio mundial (Ariel), las armas estimadas de los estadounidenses serían unas 6.450 y las de los rusos, unas 6.850. Entre las dos potencias concentran el 92% de las armas nucleares del mundo. De ahí que romper un acuerdo que les pone brida sea tan inquietante.
La Union of Concerned Scientist precisa que EEUU tiene desplegadas al menos 1.740 de esas armas, listas para usar, parte de ellas en la decena de submarinos que surcan los mares sin descanso, esperando el momento. Los submarinos de Rusia, por contra, están en mal estado y eso les hace perder capacidad de amenaza.
Para Michael Krepon, analista del Stimson Center, "nos dirigimos a una nueva carrera armamentista nuclear". "Cuando se tiene un presupuesto en Defensa que es diez veces el de Rusia y cinco veces el de China, (Estados Unidos) se puede permitir una carrera armamentista", indicó en una columna en la revista Forbes. "Pero las carreras armamentistas terminan mal: incluso cuando se gana, vemos cómo se debilita la seguridad", avisa.
Rusia ya había exhibido sus dudas sobre seguir o no en el acuerdo, dada la proximidad de la defensa de la OTAN a sus fronteras, que interpreta como una amenaza. La retirada marca una brusca ruptura en la política de control armamentístico de Estados Unidos y se enfrenta a la oposición de sectores moderados dentro del Departamento de Estado y del Pentágono. Los más radicales ya se plantean movilizar un sistema de misiles en Europa, para supuestamente defenderse de Rusia, un paso que, seguro, no quedaría sin respuesta.
La UE asiste preocupada a estos acontecimientos. Desde las primeras críticas, la Comisión Europea apostó por "preservar" el INF, La jefa de la diplomacia comunitaria, Federica Mogherini, ha confesado abiertamente que el viejo continente ha sido el que mejor parado ha salido por este acuerdo, que creó una burbuja de protección de oriente a occidente. "No queremos que nuestro continente vuelva a ser un campo de batalla o un lugar en el que otros superpoderes se enfrenten", ha dicho.
Un temor expresado de igual manera por el Gobierno de Bélgica, pero que no puede evitar que se dé la razón a EEUU, a ojos del gigante Alemania, que se ha posicionado a favor de Trump. No es el único, ya que la Organización del Atlántico Norte ha apoyado desde el minuto uno a Washington. Su secretario general, Jens Stoltenberg, escribió en Twitter que Moscú ha violado el acuerdo y tiene ahora por delante seis meses para cumplirlo por completo o asumir la responsabilidad de su fin. El mismo ultimátum de la Casa Blanca, a quien da su "apoyo pleno".
Trump, con todo, ha dicho públicamente que mantiene una mano tendida al Kremlin para dar marcha atrás en esta decisión sobre el acuerdo. "Seguimos dispuestos a hablar con Rusia a través de negociaciones sobre un control de armamento verificable, garantizado. Y, una vez que terminemos, desarrollar, quizás por vez primera, una relación extraordinaria a nivel económico, comercial, político y militar", señaló días atrás. Putin se queja de que no ha habido margen para negociaciones antes de que lleguen los hechos consumados. Poco que hablar.
Si nadie cede, en seis meses, el acuerdo estará muerto.