Las mujeres pagarán el precio real de nuestras ansias por la ropa barata
"Querían que nos convirtiéramos en máquinas".
YAKARTA, Indonesia.― Suena la sirena en una fábrica textil a las afueras de esta ciudad en expansión y su sonido marca el final de un turno de nueve horas. "Hoy no hago horas extra", dice Istiyaroh, mientras se apresura para recoger sus pertenencias de la taquilla.
Poco a poco los trabajadores van saliendo hacia el calor de una tarde húmeda. A medida que la multitud, compuesta principalmente por mujeres, crece en tamaño y en ruido, Istiyaroh (que abreviado es Istiy) salta a una de las furgonetas que lleva a los empleados hacia la salida, que está lejos.
Apretujada entre una docena de personas que esconde sus risas entre sus pañuelos de colores, la mujer resume su día. "He cosido a doble punto los hombros de 80 camisas por hora", cuenta, aliviada pero cansada. "Pero a veces es difícil cumplir el objetivo".
Istiy, de 35 años, es una de los más de 2 millones de trabajadores de la industria textil en Indonesia, el cuarto país más poblado del mundo y uno de los 10 mayores exportadores de ropa. Indonesia depende menos de esta industria que otros países en desarrollo del Sudeste Asiático, como Camboya y Bangladés. En cualquier caso, un 60% de los trabajadores textiles de Indonesia son mujeres.
Y son las mujeres quienes se verán más afectadas por lo que la Organización Internacional del Trabajo (OIT) identifica como un peligro inminente para millones de trabajadores en Asia: automatización, robots e inteligencia artificial.
Las trabajadoras de Indonesia representan uno de los eslabones más vulnerables dentro de una cadena de distribución global que suministra ropa barata y de rápida producción a marcas como H&M, Zara, Adidas y Nike. Lo irónico es que el hambre del mundo por la moda rápida algún día puede dejar a mujeres como Istiy sin trabajo. A medida que aumenta la demanda —se espera que la industria global de la moda alcance ventas de 1,65 billones de dólares (1,4 billones de euros) para 2020, lo que supone un aumento del 60% desde 2011—, la industria se dirige a toda máquina hacia la automatización para acelerar y optimizar la producción.
"Durante los años 90 y 2000, el coste de la mano de obra era tan barato que obstaculizaba la innovación en el sector en general", explica Gary Rynhart, de la OIT. Pero las condiciones laborales y los salarios han mejorado lentamente en los últimos años. Y ahora la industria se acerca a un cruce de caminos, en el que la automatización ofrece la oportunidad de reducir los costes y producir en masa con más rapidez que nunca.
"Actualmente existe tecnología para automatizar muchos o quizás todos los trabajos", sostiene Rynhart. "Sólo es cuestión de tiempo que el coste de la mano de obra deje de ser un factor decisivo... la pregunta es cuándo ocurrirá, no si llegará a pasar. Y, como ya hemos visto, los cambios tecnológicos pueden producirse muy rápido".
Los gobiernos de Asia y los sindicatos pequeños están fracasando a la hora de abordar estas advertencias, y hay millones de puestos de trabajo en posible riesgo, de acuerdo con la OIT. Los trabajadores textiles ya sienten que se acerca un cambio.
"Estoy preocupada", reconoce Istiy. "No quiero quedarme sin trabajo".
La furgoneta para y ella camina por una ruidosa avenida los 15 minutos que la separan de su casa. Como les ocurre a miles de trabajadores de la industria textil, la casa de Istiy es un cubículo caliente de dos metros cuadrados separado de mala manera del de sus vecinos. Istiy paga el equivalente a unos 20 euros al mes por él.
Apiñada bajo el tejado de metal hay una improvisada cocina, dos armarios de plástico con ropa cuidadosamente apilada, una máquina de coser, una televisión y el colchón que desenrolla cada noche. Los detalles más personales cuelgan de la pared: un cable de luces de Navidad y fotos de sus dos hijas, una de 11 años vestida de bailarina y una de 17 años, con gafas de sol.
Las hijas de Istiy viven a cientos de kilómetros con sus abuelos maternos, y ella se encarga de mantenerlos a todos con su salario mensual de 250 dólares (unos 210 euros). Es superior a lo que cobra la mayoría de la gente en el Sudeste Asiático, pero también es más alto el coste de vida en la ciudad.
Su mundo era muy diferente hace siete años, cuando era ama de casa y su marido mantenía económicamente a la familia vendiendo nasi goreng (arroz frito con pollo) en la calle. Pero su muerte, a raíz de una neumonía que se le complicó, lo cambió todo y obligó a Istiy a buscar trabajo, lo que la alejó de sus hijas.
Insiste en que la vida le parece bien siempre y cuando pueda hacer felices a sus hijas. Pero aun cuando lo dice, se le quiebra la voz: "Cuando abro esta puerta me siento tan, tan sola".
"¿Pero qué otra cosa puedo hacer?"
Esta industria es conocida por su falta de seguridad y por el acoso verbal, físico y sexual al que se enfrentan muchas de las mujeres que trabajan en ella. La automatización puede crear un mayor número de empleos cualificados y reducir algunos riesgos del trabajo en la fábrica. No obstante, para mujeres como Istiy, hay pocas certezas y muchos miedos.
Gran parte de la automatización que se ha llevado a cabo hasta la fecha en Indonesia ha ido dirigida a optimizar la producción remplazando maquinaria antigua y a seguirle el ritmo a la dura competencia regional. Según un sondeo de la OIT, el 35% de las empresas en Indonesia declara haber actualizado su tecnología en 2016, superando la media de las empresas del Sudeste Asiático, que se sitúa en torno al 27%. Pero, mientras este tipo de cambio suele ser bien recibido por los trabajadores, los expertos apuntan que las mejoras en la automatización están empezando a dar a entender que se perderán puestos de trabajo.
El coste de la mano de obra es sólo uno de los muchos motivos por los que la automatización empieza a arraigar en el país. Para Robert Siagian, extrabajador de la industria textil y líder del sindicato nacional Serikat Pekerja Nasional en Yakarta Septentrional, es algo inminente.
"En cuanto había un incremento del salario mínimo, la empresa en la que trabajaba llamaba a un consultor para optimizar los costes", revela Siagian. "Así que compraban maquinaria para automatizar el proceso, como una máquina cortadora, y despedían a gente".
Siagian menciona un departamento en el que, hace seis años, nueve de los 45 trabajadores fueron despedidos, mientras que la producción creció más del 30%. La edición estadounidense del HuffPost ha conocido a uno de esos trabajadores despedidos, una mujer llamada Istikomah, que ahora vive en un pueblo de Java Occidental.
"Me encantaba trabajar con esas máquinas modernas", reconoce Istikomah, mientras su hija de tres años le pide jugar. "Mejoraron las condiciones laborales e hicieron nuestro trabajo más preciso".
"Pero con las máquinas viene la presión", añade. "Esperaban que trabajáramos más porque teníamos una maquinaria estupenda, y los objetivos empezaron a subir cada vez más... Si no cumplías el objetivo, te regañaban. Algunos compañeros se pusieron enfermos porque se quedaban sin comer por no parar".
"Querían que nos convirtiéramos en máquinas", dice.
Istikomah, que gana algo de dinero vendiendo snacks de forma ocasional, se siente afortunada porque su marido tiene un buen trabajo. "Pero si todas esas mujeres pierden su trabajo, la mayoría no sabría qué hacer", afirma. "El gobierno tiene que prepararnos, deberían darnos formación y educación gratuitas".
Los sindicatos coinciden en señalar que no todo en la automatización es malo. Puede aumentar la productividad y proteger a los trabajadores de la exposición a sustancias químicas nocivas en el proceso de tintado textil. Pero se necesita algo de planificación previa.
"Las empresas tienen que advertirnos al menos dos años antes de comprar las máquinas nuevas, para prepararnos", sostiene Elly Rosita Silaban, de la Garteks Federation del sindicato de trabajadores del textil.
La tecnología en las fábricas varía ampliamente dentro de la región. Algunas máquinas usan lásers para cortar muchas más capas de tela de lo que podría hacer un ser humano, y a gran velocidad; otras planchan y cosen prendas mientras los trabajadores sólo cargan y descargan los productos acabados.
En una fábrica de ropa deportiva de Pan Brothers en Tangerang, Yakarta Occidental, la actividad es frenética. Filas y filas de máquinas de coser resuenan mientras un panel señala los objetivos diarios de cada trabajador. Tras un muro de cristal con una señal que pone "No se permiten fotografías" aparece una adquisición de hace dos semanas: una máquina de 20.000 dólares (17.000 euros) traída de China que pesa la cantidad exacta de plumas necesarias para llenar cada sección de una chaqueta de plumas y las distribuye de forma uniforme.
"Hasta hace muy poco, todo esto se hacía de forma manual, con las manos y unos palos", explica Marissi Jordan, subdirectora de Pan Brothers. Ahora este trabajo requiere a la mitad de las personas y es el doble de productivo, añade.
Las últimas tecnologías requieren aún menos intervención humana. La empresa estadounidense SoftWear Automation ha generado mucho revuelo con su máquina Sewbot, que corta y cose prendas sencillas como camisetas sin ayuda de ningún humano. El objetivo es reducir drásticamente las cadenas de distribución de empresas textiles, permitiendo a los consumidores pedir ropa personalizada con sus medidas exactas.
La Sewbot está disponible principalmente para empresas en Estados Unidos y Europa, de momento.
Palaniswamy Rajan, jefe ejecutivo de SoftWear Automation, afirma que estas máquinas no son una amenaza para los trabajadores del sector textil. La automatización "liberará la energía para trabajos mejores y más cualificados, y los humanos seguirán siendo necesarios para actividades más complejas", explica desde su sede de Atlanta (EE UU).
A largo plazo, si los robots se apoderan de las fábricas textiles en Asia será crucial para el futuro de mujeres como Istiy. Aun así, con la disponibilidad de mano de obra barata en el Sudeste Asiático, puede que pasen años antes de que los costes tecnológicos den argumentos financieros para la automatización. Y en Yakarta los trabajadores despedidos por diversos motivos suelen convertirse en sastres subcontratados, que trabajan desde casa con la mitad del salario y menos derechos.
El gigante de la moda rápida H&M, que encarga la producción de algunas de sus prendas a fabricantes en Indonesia, sostiene que es "difícil especular" sobre el futuro de la industria.
"El mercado asiático es un importante mercado proveedor para nosotros", explica un portavoz de la empresa a través de un correo electrónico. "Pero también es un importante mercado minorista para nosotros", añade H&M, en referencia a los resplandecientes centros comerciales en Yakarta que venden sus productos, aunque a precios con los que Istiy sólo puede soñar.
La OIT afirma que, en general, grandes marcas como H&M han mejorado sus condiciones de trabajo mínimas. No obstante, David Welsh, director para el Sudeste Asiático en el Solidarity Center, una organización por los derechos de los trabajadores con base en Estados Unidos, asegura que las grandes empresas textiles no dan prioridad a sus empleados. "Las marcas controlan y buscan una dinámica de mercado específica y es un sistema deliberadamente explotador", señala.
Mientras tanto, los consumidores no suelen ser conscientes de la precaria situación de los trabajadores del textil en Indonesia. Las críticas a la industria suelen centrarse en países como Bangladés y Camboya, donde la fabricación de ropa constituye una gran parte de la economía y las historias sobre las peligrosas condiciones de trabajo y los bajos salarios generan titulares en todo el mundo.
"Aunque el impacto de la automatización en Indonesia podría ser muy negativo para los inmediatamente afectados, esto no queda registrado en la conciencia global de los medios y los consumidores porque la industria textil es un punto pequeño dentro de la economía general de Indonesia", explica Welsh.
De vuelta en su cubículo, Istiy está ansiosa por hacer su llamada diaria a sus hijas. El domingo irá a dar una vuelta con unos vecinos, después de limpiar los lavabos comunes.
Pero ahora, demasiado cansada como para cocinar algo que no sean noodles instantáneos, acaba el día viendo Karma, un reality show indonesio en el que los personajes predicen qué futuro se ganarán por sus acciones.
"Espero que mi familia esté orgullosa de mí", murmura.
Este reportaje forma parte de la serie del HuffPost 'This New World', financiada por Partners for a New Economy y The Kendeda Fund.
Este artículo fue publicado originalmente en el 'HuffPost' EEUU y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano