Las lluvias dejadas por 'Ana' alivian un poco los pantanos gallegos pero apenas nada los del resto de España
El nivel de agua acumulada en los embalses peninsulares apenas ha variado en la última semana, con un aumento de solo el 0,1 %.
Era la estampa más esperada: lluvia en toda la Península Ibérica, frío, nieve, hielo, pistas de esquí abiertas y puertos cerrados. Lo normal en esta época del año pero que se estaba haciendo de rogar, provocando la peor sequía en 20 años y numerosas pérdidas en el campo y el turismo. La borrasca Ana venía, en apariencia, a poner fin a tanta preocupación, pero sus efectos reales han sido mínimos: concentrada finalmente en el centro y norte de Europa, en España ha dejado fotos blancas pero pantanos intactos, salvo en Galicia, donde casi se ha disuelto ya el fantasma de las restricciones.
Según los datos aportados por el Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente, el nivel de agua acumulada en los embalses peninsulares apenas ha variado en la última semana, con un aumento del 0,1 %, lo que en la práctica no supone cambio alguno respecto al volumen total de la semana anterior (36,5% de media). Al menos, es la primera vez que la reserva no desciende desde mayo, lo que no deja de ser un buen dato al que aferrarse.
Actualmente, el nivel acumulado de agua se sitúa en los 20.475 hectómetros cúbicos, con un aumento de 29 hectómetros cúbicos en una semana en que las precipitaciones han afectado a las cuencas de la vertiente Atlántica, con la máxima en Santiago de Compostela, donde se recogieron 140 litros por metro cuadrado. Las cuencas en estado más precario siguen siendo las del Segura, a un bajísimo 13,7% de su capacidad total, y la del Júcar, al 25%, pese al mínimo incremento registrado la última semana.
GALICIA RESPIRA
En Galicia las variaciones han sido mayores. La combinación de mayor concentración de precipitaciones, ríos son más cortos y embalses más pequeños ha permitido ganar fondo. Por ejemplo, el pantano de Eiras, del que se nutre Vigo y su área metropolitana, estaba apenas al 38% antes de Ana y ahora roza el 72%. El de VIlagarcía, por su parte, ha pasado del 9 al 20%.
Son zonas en las que la Xunta ya había avisado de que había agua hasta finales de enero y donde, si no llegaban las lluvias, habría que empezar a recortar en el suministro humano, tras semanas de alerta por sequía. La administración aún no quiere levantar esa alerta, en un gesto prudente y que busca, además, concienciar a los ciudadanos de la necesidad de ahorro y de consumo responsable, pero prácticamente el peligro ha pasado.
Sólo la suma de la lluvia del domingo y el lunes en la comunidad gallega ha sido mayor en casi toda la región que la acumulada en los dos últimos meses, según la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), con estaciones como la de A Lama, donde en dos días se acumularon 272 litros.
LA PEOR DESDE 1990
Con Ana y sin Ana, el país padece una de las sequías más severas de los últimos decenios como consecuencia de la escasez de precipitaciones, con registros en torno al 30% incluso en los pantanos de la España verde, nunca vistos desde 1990.
Como recuerda EFE, el agua embalsada -a falta de contabilizar las últimas lluvias- se encuentra 20 puntos por debajo de la media de los últimos 10 años, una situación que se vuelve delicada en las cuencas del Miño-Sil, Segura, Júcar, Guadalquivir y sobre todo en la del Duero, con casi un tercio menos que hace 10 años.
Aunque en la Península Ibérica la sequía es un fenómeno habitual por su situación geográfica -el 75 % de su territorio es susceptible de sufrir desertización según datos de Greenpeace- hay que remontarse a los primeros años de la década de los 90 para encontrar un episodio de escasez de agua tan agudo como este. El estado de sequía actual es el resultado de años con poca precipitación -en 2014 y 2016 llovió un 6% menos que la media-, de una primavera con escasas lluvias, la más seca desde 1965, y de las redes de abastecimiento a la población que pierden casi el 25% del agua, indica la agencia. A esos factores hay que sumar el fuerte incremento del turismo en todo el territorio y de la superficie de regadío que han originado una fuerte presión sobre los recursos hídricos.
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El pasado año hidrológico (2016-2017) resultó muy seco en general, especialmente en la España más verde, con Galicia, norte de Castilla y León, gran parte de Asturias y Cantabria y áreas de Extremadura a la cabeza, seguidas de Andalucía y Canarias. En dichas comunidades las precipitaciones no superaron el 75% del valor normal, lo que le ha convertido en el octavo año con menos lluvias desde 1981.
En lo que llevamos de año hidrológico, la situación no ha mejorado, sino que incluso ha empeorado: el valor medio nacional de las precipitaciones acumuladas desde el pasado 1 de octubre hasta noviembre es de 63 litros por metro cuadrado, un 58% menos que el valor normal correspondiente a dicho periodo que es de 150 litros.
El testimonio de esta situación de extrema sequía se ve reflejado en la aparición de restos de edificios y monumentos pertenecientes a pueblos sumergidos por las aguas en la década de los 60, como la antigua iglesia de Santa Eugenia de Cenera de Zalima en el embalse de Aguilar de Campoo (Palencia) y el antiguo pueblo de Mansilla en La Rioja.
ALARMA POR EL AGUA DE GRIFO
Uno de los efectos que más alarma causa en periodos de sequía es el desabastecimiento de la población, y aunque desde el Gobierno se asegura que se trabaja en evitar restricciones en agua destinada al consumo humano, si persistiera la situación, en algunas poblaciones podrían darse problemas en el suministro.
Pero la sequía no sólo ha complicado el abastecimiento humano sino que también ha castigado a la agricultura, un sector que emplea el 84,3% del agua en España y representa el 2,5% del PIB, donde la prolongada falta de lluvias se ha dejado sentir de forma más alarmante.
Para las organizaciones agrarias más importantes, el impacto de la sequía se ha agravado en el campo -en sectores como el olivar, viñedo o ganadería-, y, si no cambia la situación en las próximas semanas, la falta de agua, podría marcar las campañas de 2018.
El impacto del estrés hídrico también es visible en la generación de energía hidroeléctrica debido a que, y según datos del Ejecutivo, la producción hidroeléctrica desde enero hasta noviembre ha sido un 51,5% menor respecto al año anterior.
El Gobierno pretende alcanzar un consenso estatal para dar viabilidad a un nuevo pacto Nacional por el Agua centrado en cuatro capítulos: atención de déficit, cumplimiento de los objetivos fijados en los Planes Hidrológicos, puesta en marcha de los Planes de Gestión de Riesgos de Inundación y medidas en materia de gobernanza del agua.