Era el momento cumbre de la 89ª edición de los Oscar. Faye Dunaway y Warren Beatty, dos históricos de Hollywood, iban a anunciar el título de la Mejor Película. Abrieron el sobre, se hicieron los interesantes y gritaron el título: La La Land. El equipo de la cinta prorrumpió en gritos y abrazos, subieron al escenario a celebrarlo y recoger su estatuilla, pero la felicidad se les congeló en los rostros sólo un instantes después. La Mejor Película era otra, Moonlight. Alguien se había equivocado de sobre. Alguien había cometido una de las mayores pifias de la historia de los premios de cine más prestigiosos del mundo.
Alfred Hitchcock, que nunca ganó un Oscar, habría aplaudido complacido. El giro brusco de los acontecimientos, el estupor de los ganadores por equivocación, la sorpresa de los verdaderos ganadores, el escándalo al conocerse la equivocación… Combinando ingredientes muy parecidos a esos se convirtió en el maestro del suspense. Pero lo que estaba pasando sobre el escenario no era un guión, sino la realidad, dura para el equipo de La La Land, dulce para el de Moonlight, absurda para todos los demás.
La verdad provocó esta cara de Emma Stone.
Y esta de Ryan Gosling.
Pero, como en las buenas películas, la verdad también permitió contemplar bajo una luz distinta lo que había ocurrido hasta el momento del desenlace. Los gestos de Beatty al abrir el sobre, por ejemplo. Antes, parecían las típicas maniobras de presentador de premio para hacerse el gracioso y darle misterio a la lectura; tras el error, las mismas imágenes muestran que el veterano actor sabía que algo no iba bien.
Como suele ocurrir, lo más interesante estaba entre bambalinas. Allí, durante toda la gala, las dos únicas personas del mundo que conocen el nombre de los ganadores con antelación, habían velado para que no ocurriese lo que acababa de suceder. Brian Cullinan y Martha Ruiz eran las dos personas a las que la auditora PricewaterhouseCoopers (aquella a la que Pablo Iglesias rebautizó como "House water watch cooper") había encargado que todo saliera bien.
Hay dos sobres por cada categoría y cada uno de ellos tenía uno. Situados a cada lado, su tarea consistía en entregar al presentador a punto de salir a escena el sobre de la categoría correspondiente. Pero en el momento del premio más importante, uno de los dos se equivocó y le dio a Warren Beatty el sobre de una categoría que no era. Cullinan y Ruiz se aprendieron la lista de ganadores de memoria; por eso, en cuanto oyeron a Dunaway pronunciando “La La Land”, supieron que estaban en el mayor aprieto de sus vidas.
Fue Cullinan el que salió al escenario para intentar arreglar la pifia. Pero aquello no tenía arreglo posible. En cuanto estuvo claro que el sobre leído no era el correcto, uno de los productores de La La Land, Jordan Horowitz, se acercó al micrófono para acabar rápido con la tortura (de su equipo, repentinamente desposeído del triunfo): “¡La ganadora es Moonlight! ¡No es una broma!”. Aunque lo pareciera.
Si a alguien le pareció una broma, no fue a Cullinan y Ruiz. Ni a sus jefes. La empresa para la que trabajan, que lleva 83 años encargándose de que el proceso con los premiados y los sobres sea impoluto, ha tenido que publicar un comunicado de disculpa:
Pero no es la primera vez que ocurre. En 1964, como recoge The Huffington Post, ya sucedió algo similar, aunque no en la categoría reina de los premios cinematográficos. Sammy Davis Jr. iba a anunciar el premio de Mejor Música Adaptada, pero recibió el sobre equivocado y anunció el premio de Mejor Música Original. En aquel entonces, otro empleado de PwC, como Cullinan, tuvo que salir al estrado para arreglar la pifia.