El homenaje por la muerte de Julio Camba al que acudió Julio Camba
El periódico sudamericano era rotundo: Julio Camba, escritor y uno de los mejores periodistas españoles del primer cuarto del siglo XX, había muerto.
El socialista Luis Araquistáin acudió con la noticia a una de las muchas tertulias que se celebraban en el entonces recién estrenado bar del madrileño Círculo de Bellas Artes. Era una tarde de marzo de 1929. Con rostro compungido, desplegó el periódico y comunicó a sus colegas el óbito de su amigo. Los lamentos debieron de ser formidables.
Pero la historia, la pequeña historia, está repleta de cambios inesperados en su trama. Y la muerte de Julio Camba no fue una excepción. Porque justo cuando las lamentaciones dieron paso a las lágrimas y a los ayes, se materializó en la puerta... el mismísimo Julio Camba.
El periodista “apareció en el vestíbulo del Círculo con semblante sonriente y ajeno a su propia ‘muerte’”, relata Manuel Alberca en su biografía sobre Valle-Inclán, La espada y la palabra. Y, es seguro, se le quedarían los ojos como platos al leer cómo un periódico del otro lado del Atlántico anunciaba una muerte que era la suya y que estaba leyendo alguien que, de facto, ya era un resucitado.
Los congregados pasaron de la pena al jolgorio y decidieron algo bastante habitual en esa época: celebrar un banquete en su honor. Eran actos que se convocaban por cualquier motivo: para honrar a un compañero, para celebrar un acontecimiento, para presentar un nuevo libro o porque sí. Banquetes para llenar la panza, conversar (o discutir, fundamentalmente de política) y beber. La fiesta máxima.
El renacimiento de Camba fue, pues, motivo de jocoso e inaudito festejo. Se convocó en el Hotel Palace y los congregados —entre otros Ramón Pérez de Alaya, Juan Negrín o Ramón María del Valle-Inclán— tuvieron que realizar un dispendio inusual por cubierto: 30 pesetas por cabeza el menú, compuesto por “brazadas de langosta, pollo, cordero y otros ingredientes, salpicados de vino rojo para las carnes y blanco para los pescados”. Al propio Camba, relata el diario ABC de la época, no le hacía demasiada gracia el acto por ser hombre reticente a “jugar con su propia muerte”. Aun así, aceptó acudir como convidado de piedra. Y es que uno no revive todos los días.
Durante el homenaje se mantuvieron las reglas básicas de eventos de ese fuste, incluidos los discursos. Las loas a Camba corrieron a cargo de Ramón María del Valle-Inclán: “Estamos dando un banquete a un cadáver y no nos damos cuenta de que nosotros somos cadáveres putrefactos, porque soportamos al espadón mujeriego, jugador que está jugando con los destinos de un país que no se merece otra cosa…”, glosó en una nada velada crítica al entonces rey, Alfonso XIII.
Camba, gallego como Valle-Inclán, tardaría varias décadas en asistir su propia muerte. La de verdad. Falleció en 1962 en el mismo Hotel Palace en el que se celebró su resurrección. Sus últimas palabras encierran la misma ironía con la que protagonizó el homenaje a un revivido: "La vida es buena, pero se acaba".
Julio Camba, en una imagen de archivo.